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miércoles, 3 de diciembre de 2014

Gustavo Espinoza y Richard III


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Aclarando a Gustavo Espinoza, a propósito de su artículo, “Mi reino por un teléfono” del 28 de noviembre último,  La batalla de Bosworth, o batalla de Bosworth Field, es el antepenúltimo enfrentamiento de la Guerra de las Dos-Rosas. Guerra civil inglesa que opone las viejas casas de Lancaster y de York, durante la segunda mitad del siglo XV. Esta batalla tuvo lugar el 22 de agosto de 1485 y no en 1495, como tampoco es exacto que en esa época, Inglaterra ya se le llamase “Imperio Británico”.

Los “escribas de la época”, como señala Espinoza, nunca se pusieron de acuerdo en cuanto a la veracidad de los hechos imputados a Richard III, salvo que en esa batalla, contrariamente a lo que se asegura, este controvertido personaje, maestro de la impostura, fue acosado hasta las ciénagas próximas, a donde sus soldados le ofrecieron varios caballos para que pueda escapar. Richard III decidió dar batalla hasta la muerte y así lo hizo. Hasta hoy siguen las discusiones para determinar el perímetro exacto de la batalla, pero en cuanto a su cuerpo, descubierto recientemente en un parking de Leicester y en cuanto a los detalles de su muerte, recién en el 2012 se pudo saber que le asestaron once heridas mortales, tres en el cráneo.

Las novedades más recientes, las del 4 de diciembre del 2014, señalan que la ADN de sus herederos no corresponderían al ancestro, a causa de una  probable infidelidad femenina.


William Shakespeare no recogió el episodio final de la batalla de Bosworth de manera fidel a la historia, para favorecer deliberadamente la tensión dramática. Así,  por ejemplo, Shakespeare describe una entrevista de la madre de Richard III con Margarita de Anjou, mientras que esta última ya había muerto en 1482. La famosa frase, ‘Un caballo, un caballo! Mi reino por un caballo” no es sino una invención que enfatiza la necesidad dramática de la pieza para mostrar, al final, que la receta fácil del éxito consiste en loar el triunfo del bien sobre el mal, lo que sigue en vigencia en nuestros días. En cuanto al chinito Fujimori, nunca podrá contar con un genio escritor que no se avergüence de trazar una pieza de teatro, que describa su miserable existencia.

EL CHAVO DEL 8



Esas series de televisión se dirigían a un público sencillo, fácil  de manipular y a quienes se les inculcó la pasividad y el amor por el statu quo, es decir, mantener la ambigüedad sobre una situación inmovible, de forma a evitar  la explicación sobre  los factores que intervienen en el inevitable enfrentamiento, al interior de una sociedad polarizada entre ricos y pobres. 

Chespirito se atascó en lo repetitivo, sin modificar sus contenidos trillados a muerte, sin proponer otros valores concomitantes con la ética, otros puntos de vista morales, humanistas, filosóficos, sociales y culturales, entre otros. Digamos un poco más civilizatorios. El cómico se atoró en el sesgo psicoemotivo, jugando con los sentimientos primarios de la gente quienes le aseguraron lo único que realmente le interesaba a él y a sus productores: El rating.