Victor Raul Gamarra Sotomayor
Simpatizante objetivo de
Daech, en lo que toca a la visión que esta organización acuerda a la mujer, adjudicándole
un rol de esclavitud total a comenzar por el encubrimiento de su cuerpo,
Cipriani reclama para las mujeres
peruanas una vestimenta a la usanza islamista de la burka. Prenda que según los imbéciles elimina
todas las pulsiones sexuales, porque de esta manera, la mujer se preserva,
desde los pies hasta la cabeza, de toda agresión masculina.
Hay, varias dimensiones
en la declaración hipócrita de este pretendido santo varón, que nos miente cuando declara no haber recurrido jamás al
placer solitario que el mismo denomina “manuelazo”. O cuando afirma que nunca
sintió ninguna atracción por las
mujeres, incluidas las monjas de su rebaño, aquellas que están protegidas por largas faldas y abultados velos; como si la iglesia
no ofreciera al mundo entero, ejemplos de violaciones y abortos que se
practican entre las paredes secretas de los conventos y que los curas
violadores como los pedófilos, siempre han sido y son intocables.
Cipriani tiene el derecho de
pertenecer a la opción política la más retardataria del Perú. Pero no tiene el
derecho de ejercer una pedagogía insultante y ofensiva contra las mujeres,
desde ese pulpito cardenalicio, desde donde siempre ha predicado discursos
abyectos y procaces, que nada tienen que ver con el espíritu ni con los valores
cristianos de respeto y humildad, frente a todos los géneros.
Qué se puede esperar de este
hombre bajo, hecho de paradojas y contradicciones disparates, que un día osó
insultar al Obispo Barbaran. Que sus homilías siempre apestaron al azufre del
odio y hasta al mismísimo racismo primario. Él ha sido el portavoz y la ilustre
expresión de los violentismos arteros de derecha ultra conservadora contra el
pueblo, sin que sus posturas hayan jamás representado, ni a los cristianos ni a
los católicos.
Qué se puede esperar de un ciego anacrónico
y mentiroso, auto inmiscuido en la política terrenal y que opta posiciones totalmente
absurdas, negativas y contrarias a la razón e incluso contarías al sentido más profundo
de la relación del cristianismo con el hombre, en todo lo que concierne a su
derecho de conducir su vida como él lo siente o como él la entiende.
Qué se puede esperar de este invidente
obsesionalo, que despotrica sobre los métodos anticonceptivos. Contra el divorcio.
Contra las madres solteras. Contra las personas LGBT y contra el aborto
terapéutico. Contra la unión civil. Contra el matrimonio homosexual y contra otras
tantas aspiraciones humanas que reciben andanadas de insultos y erráticas
prohibiciones del prelado, que apela al
obscurantismo retrogrado y a la humillación individual y colectiva.
Finalmente, qué se puede esperar
de este cura fachofujimorista, que reclama el restablecimiento de la pena de
muerte en el Perú, que en su condición de sacerdote católico, celebró la amnistía
del Grupo Colina y que hoy, osa enlodar
la dignidad de las mujeres peruanas, culpabilizándolas de procrear violadores y a quienes hay que perdonar sus
agresiones porque fueron “provocados”.
Como este cura fascista lo dijo
alguna vez, “Hay que tener cojones para decir tantas cojudeces…”