palpitaciones y aproximaciones severas sobre lo que no somos y sobre lo que creemos no ser
domingo, 12 de septiembre de 2010
Una niña de trece años, Nermeen, que fue entregada por sus padres en las manos de una doctora en medicina para ser operada, o más precisamente para ser mutilada en sus órganos genitales, la entregó, a su vez, en los brazos descarnados de la muerte, luego de una fallida operación donde la niña se desangro, sin que nada haya podido evitar las complicaciones que una hemorragia radical provoca. Hecho delictuoso que se había ocultado cuidadosamente y que recién ayer, se dio a la publicidad toda la verdad que envuelve este triste drama. Drama, que desencadenó en el mundo entero, un gran estupor.
Ello, se produjo en el Cairo, Egipto.
Nermeen, murió a causa de una grave negligencia en la operación frustrada, siendo esa operación en si misma, el símbolo recordatorio de la inmensa negligencia de la humanidad. Particularmente del hombre que no se decide a combatir con resolución, desde las más altas instancias universales y sobre el mismo terreno, esos oscuros residuos atávicos donde germinan, impunemente, el horror y la barbarie. Residuos que desgraciadamente subsisten, enraizados en las tradiciones ancestrales de ciertos países atrasados, incluido el nuestro y, donde además, la bendición de ciertas religiones y de ciertos religiosos integristas, confiere a ese acto satánico, un derecho de ciudadanía y ratifica lamentablemente a la mujer en su rol, simplemente reproductor. Un rol indigno que el hombre le acuerda, vergonzosamente, dentro de la actual sociedad pomposamente denominada, post moderna...
Aunque, técnicamente la responsabilidad legal de esas mutilaciones sexuales, acusan directamente a las mujeres que la practican; la responsabilidad fundamental, moral y ética, sindica más bien a los hombres que no solo no toman conciencia sobre la atrocidad y sobre las consecuencias graves que esas amputaciones del clítoris y de los labios externos del sexo femenino provocan, si no que, esas mutilaciones se practican en el contexto pasivo de una ignorancia indolente y de un arraigado sentimiento machista y subterráneo. Machismo que ve un aliado eficaz, en las carencias estructurales de esas sociedades, cuyas costumbres y tradiciones, condicionan y perpetúan el estado de primitivismo virtual que, finalmente acuerda a la mutilación, la función retrógrada pero segura, de controlar la sexualidad de sus mujeres.
Egipto ha hecho, en los últimos años, relativos progresos en el terreno de la lucha contra las mutilaciones sexuales. La promulgación del decreto gubernamental que en 1977 prohibió esas prácticas, “salvo ciertas excepciones medicales”, ha permitido la puesta en marcha de una estructura medical y administrativa, que se coordina con un soporte de disposiciones especiales que sin embargo, representan letra muerta en la vida de todos los días, porque las “excepciones” se substituyen a la regla y la ley resulta ineficaz para penalizar y combatir ese flagelo social. Pero las organizaciones humanitarias consideran que “algo es algo” y que al menos disponen de una cobertura legal para ejercer su difícil misión. Esa, es la cara positiva de la situación egipcia, pero la otra cara de la realidad es, sin duda, la resistencia tenaz de muchos círculos políticos, intelectuales, religiosos e inclusive médicos (Egipto tuvo un Ministro de la Salud favorable a la ablación), que se rehúsan de forma abierta a suprimir ese tipo de prácticas contra natura.
El mundillo de la resistencia pro-exicisionista, avanza dos argumentos que, con ciertas variantes, se remiten a la religión y a la política interior, según los casos. El primer argumento, hace referencia a la sagrada palabra de Mohamed, que habría legitimado la excisión que ya se practicaba desde los tiempos de Abrahán y, el segundo argumento, tiene que ver con una mixtura de sentimientos islamistas y con las posturas políticas integristas, que reclaman activamente la “incontaminación” del mundo árabe con occidente. Ese integrismo llega a suscribir notables aberraciones como la afirmación, según la cual, el abandono de de las ablaciones facilitaría la contaminación del SIDA y de otras enfermedades sexualmente trasmisibles…La extirpación del clítoris femenino, impediría su desarrollo que puede alcanzar el tamaño de un pene…Las mutilaciones son benéficas para la salud física y mental de las mujeres, cuyo rostro, según la afirmación del Profeta Mohamed, se transforma en lozanía…
En los otros países africanos, las mutilaciones están a cargo de mujeres que generalmente también son comadronas y, generalmente también, son mujeres ignorantes que “operan” en condiciones insalubres e inapropiadas, desconociendo la esterilización y los principios elementales de higiene. Lo que a menudo provoca, infecciones graves en el organismo y en la piel. En muchos países de las riveras del Nilo y de África continental donde se asientan y se expanden esas exsiciones, las mujeres que la practican están protegidas por el secreto compartido y, cuando se produce algún deceso, su responsabilidad no se pone en tela de juicio, porque las familias aceptan el hecho naturalmente, atribuyendo a la voluntad de Dios las consecuencias mortales del mismo. Las mutiladoras cumplen su misión, primero, porque ellas mismas han sufrido en carne propia la exsición y, segundo, porque están convencidas que es un acto de amor dedicado a Dios y un acto benéfico para la comunidad.
Las mutilaciones que en esas condiciones logran una “óptima” cicatrización, no son de ninguna manera una garantía para exhibir buena salud. Esas mutilaciones están, generalmente, en el origen de complicaciones ulteriores que afectan a las vías urinarias y provocan infecciones graves de la vejiga, sin contar que las mismas se fortifican por la generación de fibras ásperas, en una zona nerviosa muy sensitiva que les impide el frotamiento con los vestidos o simplemente les impide cruzar las piernas. El embarazo, representa para ellas una interrogación, las menstruaciones devienen terriblemente dolorosas y el nacimiento de los niños se plantea y se responde con otra interrogación:
¿Las mutilaciones, tienen alguna relación con los altos niveles de mortalidad infantil, que se producen en las circunstancias del parto?
Las consecuencias desastrosas que provoca la exisción en la salud de las mujeres, alcanzan, según la información de la OMS, a 65 millones de mujeres que sufren de “fístulas vesico-vaginales”. Esas mujeres mueren por etapas, cuando no son alejadas de la comunidad como si fueran seres nocivos, extinguiéndose en el silencio y la indiferencia. Este, es uno de los problemas mayores de los gobiernos africanos, en donde es urgente cambiar la estructura de la educación y acabar con el silencio y el secreto que entretiene la sociedad, dejando que las mujeres mutiladas se expresen libremente, fuera de la inmensa presión social que ejercen sus absurdas tradiciones y que sus progenitores la fomentan.
No olvidemos tampoco, que la crueldad de la mutilación impone injustamente a las mujeres, un género de relaciones intimas que están, generalmente, exentas de placer.
Este panorama desalentador se manifiesta también en los países altamente desarrollados, donde la emigración legal e ilegal alcanza una cifra porcentual que globalmente sobrepasa el 10 por ciento de la población total, según los países. Los emigrantes, transportan sus costumbres y sus hábitos; entre ellos, la mutilación sexual, lo que constituye para los gobiernos, un serio problema que se combate con leyes severas. En Francia, por ejemplo, la mutilación de los órganos sexuales de la mujer, es un crimen.
Paradójicamente, un número creciente de mujeres adultas que han sufrido esas mutilaciones durante la infancia, recurren a la medicina para restaurar, mediante una cirugía especial, el clítoris mutilado. En la actualidad, cualquiera que sea la modalidad de la amputación, la ciencia ha logrado reparar ese órgano, tanto anatómicamente como funcionalmente pero la presión social continúa a ser muy fuerte, al punto que esas operaciones se practican en la más absoluta discreción. Hacerlo en Africa o en los países árabes, equivaldría a un suicidio seguro, tanto para el cirujano como para la paciente.
(Continúa)
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