Por: Víctor Raúl Gamarra S.
Como un reguero de pólvora que se extiende desde Marruecos hasta los Emiratos árabes, el estallido de la Revolución Árabe ha dejado de ser un aromático jazmín de exotismo oriental. Un delicioso perfume de contestación que embaucó a la Europa perezosa y languideciente, haciéndola soñar en la lejanía de la toma de la Bastilla y mas cerca aún, en su idílico Mayo 68.
No, la Revolución de los jazmines se ha transformado en Revolución de la Nación Árabe y sus proyecciones amenazan con devastar en el interior, ese continente inmenso de dictaduras impiadosas y autocracias despiadadas, las mismas que se eternizaron por décadas y décadas, sembrando el despotismo, instalando la corrupción, sofisticando la represión y organizando la cleptocracia sobre poblaciones mayoritariamente jóvenes y miserables, sin porvenir ni futuro.
En el exterior, este grito libertario y esa inmensa sed de democracia, transitan por las capitales europeas, dando pavor hasta en el corazón de Wall street, suscitando hipócritas sentimientos encontrados y contradictorios: Los fieles guardianes de la estabilidad en el Medio Oriente han empezado a caer uno a uno y las sumas astronómicas que les acordaron sus aliados occidentales para gratificar su papel de gendarmes de la región, ya no sirve para mucho: Los amigos de ayer, se se están convirtiendo en los apestosos infrecuentables de hoy.
Los fantasmas teocráticos son los nuevos demonios a quienes hay que seducir de ahora en adelante. Ellos amenazan con su integrismo fanático y anti occidental y, frente a ellos y también frente a los otros, el bello discurso de la Democracia y el Estado de Derecho puede cuajar y consumarse, pero también puede revelarse como un peligro inesperado y, por lo tanto, deben prever una nueva arquitectura de hipocresías y mentiras universales.
Conclusión: La Revolución Árabe ha comenzado a desestabilizar a las capitales del “mundo desarrollado”, a tal punto que todavía tartamudean frente a la onda de choque árabe. Esas capitales no saben si deben alinear entusiastas signos de exclamación por el advenimiento de la joven revolución democrática, o angustiosa interrogaciones por un eventual desvío que incorpore a los tan temidos Hermanos Musulmanes o el “cuco” de la reunificación islamista.
Para los europeos, sobre todo para la Francia retrógrada de Sarkozy, los países de Ben Alí y Mubarak han dejado de ser los paraísos dorados, las destinaciones complacientes de vacaciones de ensueño, los frondosos obsequios que hipotecaron sus conciencias anquilosadas, llegando a llamar a los dictadores, “amigos de Francia y de la democracia occidental” y hoy, como del árbol caído sólo se puede hace leña, les han negado vergonzosamente hasta el asilo humanitario.
Únicamente en el caso de Egipto, la “ayuda” norteamericana representó un presupuesto de 1,billón 700 millones de dólares, de los cuales 1 billón 400 millones son destinados a la armada de ese país. Armada que es un estado poderoso dentro del Estado Egipcio, con una estructura sui generis de producción industrial y comercial de la que dependen más de un millón de personas. En ultima instancia, han sido esos militares los verdaderos arquitectos de la caída de Mubarak y de ellos hay que desconfiar como se desconfía de la peste, por lo menos hasta la aprobación de la Nueva Constitución que indicará, sin duda, los derroteros fundamentales que parecen disputarse entre un laicismo a la manera de los turcos o la concreción de un esquema pluripartidario que incorpore el islamismo en su versión soft.
Sea como fuere el nuevo Gobierno, cualquiera que sea su configuración política, deberá hacer frente a un gigantesco pliego de reivindicaciones sociales, políticas y económicas, cuya modulación y nivel de exigencia popular, dependerá de la influencia de la prédica del islamismo radical que, finalmente, sabe detectar muy bien los problemas, pero es ineficaz en señalar las verdaderas soluciones.
Israel no se excluye de la preocupación a propósito del giro político que asumirán sus vecinos, y es consiente que los parámetros geopolíticos en los cuales fluctúa, se han modificado radicalmente. En ninguna de las manifestaciones que reclamaron la partida de Ben Alí y Mubarak, nadie enarboló una sola banderola anti israelita, ni se escucharon gritos hostiles contra ese país. Esto es sintomático y revela un sorprendente grado de madurez de la contestación, en su gran mayoría constituida por jóvenes. Estos hechos deberán poner las barbas en remojo a todo el gobierno de Israel, porque quiéranlo o no, las coordenadas de la paz han cambiado y si deben sostener sinceramente a la nueva democracia árabe que se perfila en el horizonte, deberán, para comenzar, por aceptar la legitimidad del Estado Palestino y la devolución de los territorios ocupados.
No, la Revolución de los jazmines se ha transformado en Revolución de la Nación Árabe y sus proyecciones amenazan con devastar en el interior, ese continente inmenso de dictaduras impiadosas y autocracias despiadadas, las mismas que se eternizaron por décadas y décadas, sembrando el despotismo, instalando la corrupción, sofisticando la represión y organizando la cleptocracia sobre poblaciones mayoritariamente jóvenes y miserables, sin porvenir ni futuro.
En el exterior, este grito libertario y esa inmensa sed de democracia, transitan por las capitales europeas, dando pavor hasta en el corazón de Wall street, suscitando hipócritas sentimientos encontrados y contradictorios: Los fieles guardianes de la estabilidad en el Medio Oriente han empezado a caer uno a uno y las sumas astronómicas que les acordaron sus aliados occidentales para gratificar su papel de gendarmes de la región, ya no sirve para mucho: Los amigos de ayer, se se están convirtiendo en los apestosos infrecuentables de hoy.
Los fantasmas teocráticos son los nuevos demonios a quienes hay que seducir de ahora en adelante. Ellos amenazan con su integrismo fanático y anti occidental y, frente a ellos y también frente a los otros, el bello discurso de la Democracia y el Estado de Derecho puede cuajar y consumarse, pero también puede revelarse como un peligro inesperado y, por lo tanto, deben prever una nueva arquitectura de hipocresías y mentiras universales.
Conclusión: La Revolución Árabe ha comenzado a desestabilizar a las capitales del “mundo desarrollado”, a tal punto que todavía tartamudean frente a la onda de choque árabe. Esas capitales no saben si deben alinear entusiastas signos de exclamación por el advenimiento de la joven revolución democrática, o angustiosa interrogaciones por un eventual desvío que incorpore a los tan temidos Hermanos Musulmanes o el “cuco” de la reunificación islamista.
Para los europeos, sobre todo para la Francia retrógrada de Sarkozy, los países de Ben Alí y Mubarak han dejado de ser los paraísos dorados, las destinaciones complacientes de vacaciones de ensueño, los frondosos obsequios que hipotecaron sus conciencias anquilosadas, llegando a llamar a los dictadores, “amigos de Francia y de la democracia occidental” y hoy, como del árbol caído sólo se puede hace leña, les han negado vergonzosamente hasta el asilo humanitario.
Únicamente en el caso de Egipto, la “ayuda” norteamericana representó un presupuesto de 1,billón 700 millones de dólares, de los cuales 1 billón 400 millones son destinados a la armada de ese país. Armada que es un estado poderoso dentro del Estado Egipcio, con una estructura sui generis de producción industrial y comercial de la que dependen más de un millón de personas. En ultima instancia, han sido esos militares los verdaderos arquitectos de la caída de Mubarak y de ellos hay que desconfiar como se desconfía de la peste, por lo menos hasta la aprobación de la Nueva Constitución que indicará, sin duda, los derroteros fundamentales que parecen disputarse entre un laicismo a la manera de los turcos o la concreción de un esquema pluripartidario que incorpore el islamismo en su versión soft.
Sea como fuere el nuevo Gobierno, cualquiera que sea su configuración política, deberá hacer frente a un gigantesco pliego de reivindicaciones sociales, políticas y económicas, cuya modulación y nivel de exigencia popular, dependerá de la influencia de la prédica del islamismo radical que, finalmente, sabe detectar muy bien los problemas, pero es ineficaz en señalar las verdaderas soluciones.
Israel no se excluye de la preocupación a propósito del giro político que asumirán sus vecinos, y es consiente que los parámetros geopolíticos en los cuales fluctúa, se han modificado radicalmente. En ninguna de las manifestaciones que reclamaron la partida de Ben Alí y Mubarak, nadie enarboló una sola banderola anti israelita, ni se escucharon gritos hostiles contra ese país. Esto es sintomático y revela un sorprendente grado de madurez de la contestación, en su gran mayoría constituida por jóvenes. Estos hechos deberán poner las barbas en remojo a todo el gobierno de Israel, porque quiéranlo o no, las coordenadas de la paz han cambiado y si deben sostener sinceramente a la nueva democracia árabe que se perfila en el horizonte, deberán, para comenzar, por aceptar la legitimidad del Estado Palestino y la devolución de los territorios ocupados.
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