El joven
de 22 años, estudiante de periodismo que trabajaba para la revista Caretas y a
quien se le encomendó investigar un tema tan peligroso como "el
sicariato", fue, de toda evidencia, asesinado fríamente a raíz de sus
arriesgadas exploraciones en el telúrico mundo del hampa.
Fuera del hecho
indignante que el Perú persigue con desesperación, aspirar a la segunda plaza
en el pódium del crimen latinoamericano, después de México por supuesto, hay
preguntas más cercanas al
corazón y a la rabia fulminante, que es necesario
formular:
¿Fernando Raimondi
Uribe estaba legalmente contratado?
¿Cuánto
percibía para formar parte de la "unidad de investigación" de
"Caretas"?
¿No es acaso
elemental, encargar ese tipo de trabajo a un periodista profesionalmente
cuajado y de experiencia?
¿Invocar los
méritos de tesón y entrega personal de Fernando, pueden justificar la temeridad
irresponsable de enviarlo a la boca del infierno?
La prensa
peruana ignora la repugnancia que suscita, en el exterior, su
comportamiento ladino y marrullero. Desde hace demasiado tiempo se encuentra
sumergida entre la arrogancia de su mediocridad y la total ausencia de moral y
de ética. Manchada de un comportamiento hipócrita y reptiliano, es capaz de
ser pérfida incluso con sus propios servidores y de gambetear con la
explotación y la mal honestidad y, al final, quienes pagan la factura,
siempre son personas como Fernando a quien obligaron a transitar, de
manera escueta, desde la primera página de los diarios hasta las páginas
del olvido. Hoy, esos mismos diarios, no cesan de glorificar el trasero
silicónico de starlettes sulfurosas. Esa es nuestra prensa.
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