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sábado, 28 de febrero de 2009

SIMION YEHUDE


El cretinismo
es una distinción de elegancia entre nosotros los peruanos. Es decir, que el tipo de elegancia al que aspiramos y en el que nos solazamos, es aquel que emprisiona ferozmente el cerebro, condena el sentido común, cercena el discernimiento y nos estupidiza hasta la deshonra. Hasta la compasión. Somos un pueblo desglandulado, con la tiroides sólidamente atrofiada o inexistente y, además, somos patéticos en la versión tragicómica, hasta la objeción. Por eso perdemos la memoria o no la tuvimos jamás.

Como si en vida fuéremos momias con el encéfalo embalsamado en concreto armado, la inteligencia lucidamente disecada, como lo acaba de patentizar un estólido que, por supuesto, aspira cretina o candorosamente a la primera magistratura, olvidando quién es, qué es, y quien fue en la voluminosa historia de la tristeza que enluta nuestro país, desde cuando soñó con la liberación y se despertó, al día siguiente, desahuciado. En medio de traiciones y de traidores.

Este personaje, Como portavoz contranatura, o como alter ego del hipotiroídico congénito de Palacio de Gobierno, viene de confirmar la posición peruana de declinar la donación alemana de dos millones de dólares, suma simbólica e insuficiente, pero gesto noble e inteligente para perennizar en el recuerdo las consecuencias horribles del odio, para honrar la sangre inútil del fratricidio programado y manipulado desde la CIA.

Fratricidio odioso que produjo tantos dividendos a los vencedores, reciclando de paso a viejos combatientes, militantes “inmarcesibles” del sectarismo rabioso y violento que como SimónYehude se han transformado hoy, en pacíficos humanistas que aspiran a la reconciliación nacional, a partir de la conciliación con sectores de la derecha cavernaria y con sucios personajes que como García tienen, en el calendario histórico de la rendición de cuentas, una cita programada, con museo de la memoria o sin él, para responder por El Frontón. Claramente. Puntualmente.

Simón Yehunde confunde dramáticamente la reconciliación nacional con el olvido, ese olvido usurero y sórdido que prescribe responsabilidades que no se han saldado y que deben esclarecerse con claridad, para recién comenzar a hablar de perdón o de perdones. Simón Yehude como protagonista político inútil de segunda zona, clamorosamente afecto al oportunismo que se encubre detrás de esa entelequia fantasiosa, que el propugna y denomina, “izquierda madura”, se asocia, lamentablemente, a la ilusión descarada de borrar las huellas donde tantísimos atilas uniformados y los otros, horadaron el suelo de muerte y de absurdo.

jueves, 26 de febrero de 2009

YEUDE SE HUNDE

Cuando Haya de la Torre, enrojecido como un diablo que padece de úlceras incandescentes, gritaba a Luis Alberto Sánchez -ese personaje “ilustre como un vasto horizonte”, en el decir de Luis Jaime Cisneros-, el maestro temblaba. El maestro se hacía pipí. El maestro a veces lloraba.

Y, claro, sus lúcidas opiniones se convertían en cenizas satánicas y satanizadas y de ese modo, el Jefe instalaba su voluminosa supremacía con un golpe de puño sobre la mesa: Historia endiablada de subrayar su virilidad. Historia demoníaca de imponer la exclusividad autoritaria e incontestada de sus puntos de vista.

¿Cuántos desacuerdos fundamentales han separado a estos dos hombres que supieron sin embargo, transformarlos en acuerdos infames, en nombre de la sacrosanta unidad del partido y aún mucho más surrealista: “por el bien del Perú”?

Y eso es el APRA, desde la cúpula hasta las bases, el sacrificio de la verdad y de la decencia en beneficio de una falsa concepción de compañerismo. El culto de la traición como instrumento político de ascenso. La abdicación como filosofía negacionista de los valores eternos, relativizados con el auxilio demagógico del tiempo y el espacio y condensados en mamotretos que ofenden a la inteligencia y al notable avance de las ciencias sociales.

Y eso es el APRA, la tesis y la antitesis de la indefinición. La nada en estado puro, un barco borracho sin timón ni quilla, cuyos ideólogos se atrevieron ayer a citar a Hegel sin comprenderlo y hoy, son incapaces de comprender y aún menos de explicar la desarticulación irreversible del sistema capitalista y el retorno inevitable a formas de intervención estatistas, en el mero corazón del Imperio, cuyos oropeles defendieron desde Haya hasta García

Y eso es el APRA, una permanente declaración de impotencia conceptual que se ejemplariza entre “buenos” y “malditos”, eufemismo que esconde mal, hasta en eso, la hipocresía protectora de su Secretario General, sentimiento latente entre todos los compañeros, cuando lo correcto habría sido dividir el partido entre honestos y ladrones y, de paso, señalar claramente sus lacras y sus latrocinios. Pero eso es imposible. Eso es pedirle nísperos al cactus. Eso no es fraternidad…

Y en cuanto a los nuevos pro apristas que se suben al carro del gobierno, como ese vástago de arrepentimientos sospechosos y tardíos denominado Yeude, cuya voltereta solo pudo traerle beneficios pecuniarios que se concilian mal con un autodefinición de “humanista”, es, ante mis ojos, moralmente responsable y solidario de la corrupción del régimen, porque él ha decidido colaborar en alma y conciencia, cuando una tradición honesta de izquierda, incluso centrista, exige denunciar y combatir para ser creíble.

jueves, 19 de febrero de 2009

CACABANILLAS EN RUTA A LA PRESIDENCIA


Mercedes Cabanillas se ocupará del Ministerio del Interior. Esta dama experta en desatinos memorables ha sido nominada por el doctorcito, para desempeñar ese cargo imposible y compensar de esa forma sus fobias y sus intransigencias, dentro de un esquema de veladas luchas intestinas que tienen mucho que ver con el futuro político de los aspirantes a la succión y a la sucesión.

Para nadie es un secreto que el Ministerio del Interior es una sucursal eficaz de la mafia y de la corrupción y que acabar con esas lacras no es una cuestión de personas o personalidades, en relativa posesión de una honorabilidad indiscutible, sino más bien, el empleo de una genuina voluntad gubernamental, que en verdad quiera distanciarse de la corrupción y la criminalidad para acabar con ella.

Lo cual, es soñar, lo cual es simplemente imposible porque los nexos, conexos, y las conexiones están sólidamente imbricados desde palacio de gobierno y conciernen a la mayoría de los capos apristas que han comprendido que su supervivencia dependerá de su enriquecimiento rápido y, por lo tanto, hay que fomentar positivamente la filosofía de la coima y el robo, entendiéndose con las cúpulas pútridas y a condición de ser discretos, y a condición de parecer honestos, como la Cabanillas sabe hacerlo, como cuando por ejemplo, condena las invasiones de terrenos pero felicita a sus inmundos gestores, que son a su vez patrocinados y defendidos por el máximo líder. En breve, una perla más de las relaciones que definen la criminalidad creciente del APRA.

lunes, 16 de febrero de 2009

CHAVEZ O LA VICTORIA TRANQUILA


Chávez ha ganado. Eso saca ronchas en el campo de los perdedores y desesperación en el campo de sus hinchas, particularmente aquellos que como en el Perú, con Rodrich a la cabeza, han ensayado por todos los medios de construir, sobre el Jefe de la Revolución Bolivariana, una imagen sobrecargada de mentirosas afirmaciones, de taras navegando en la infamia y de lacras depravadas urdidas por una imaginación que sin duda, la recompensa pecuniaria estimula en contante y en sonante.

Ellos, han jugando temerariamente con los adjetivos condenatorios y con los insultos más innobles e inimaginables. Ellos han tratado en vano de ridiculizarlo hasta la miopía que el odio gestiona gratuitamente y han tratado de desprestigiarlo a través de sus altoparlantes conectados directamente desde sus hígados sulfurosos, desde cuando comenzaron a definirlo como un simio y hasta cuando lo emparentaron, más tarde, con todas las degeneraciones del ser humano, habidas y por haber.

Y ese cachaco ha ido lejos, más allá de la victoria del domingo, hasta los extramuros de la interrogación y la conciencia, causando en todos sus detractores una gran pregunta: ¿Hasta dónde va llegar?

Un pueblo que plebiscita su confianza en más de diez ocasiones, es un pueblo que no se equivoca y que sabe dónde se encuentra la verdad, dónde se encuentran los que lo defienden...

domingo, 15 de febrero de 2009

VENEZUELA : UN HERRERO TEJEDOR DE TEJEROS Y OTRAS RATAS




! Qué culpa tiene el tomate de estar prendido en la mata y viene un hijo de puta y lo mete en una lata y lo manda a Caracas…!

O al revés:

¡Qué culpa tiene Venezuela de afianzar su democracia y llega de España un hijo de puta y quiere meterles la lata, en una monserga de embrollos fascistas…!




Los magníficos atarantes, de un atarantado tarado, cuya camiseta política se embobina con los residuos pestilenciales del franquismo, quiso prescribir en su clásico lenguaje de ingerencias supinas, la receta que los venezolanos supuestamente necesitan para defender a la democracia. Se llama Luis Herrero Tejedor - Algar y es Eurodiputado español del PP de Aznar e Hijo de Fernando Herrero Tejedor, fiscal de Castellón y antiguo Secretario General del Movimiento Franquista, naturalmente.

Y claro, recibió la integralidad de la medicina familiar, conspicua en inmundas arbitrariedades, con una expulsión justificada por su intensa actividad política, de la cual está impedido, no sólo por no ser venezolano, sino también, porque su estatuto de observador político europeo, invitado por la oposición venezolana para avistar el desarrollo de las elecciones del domingo, le impide, en toda lógica elemental -simetrizada además por la práctica diplomática internacional-, de zamparse con ojotas y chullo en una lid electoral que no le concierne, haciendo declaraciones explosivas, que los mismísimos adversarios a ultranza y locales, se guardan de efectuar, por la dimensión sulfurosa, provocativa y demagógica de sus aseveraciones personales y personalizadas.

Un hijo de puta venido de España a Caracas, con la biblia franquista en la mano para dar cátedra de democracia, aquella democracia sobre la cual sus ancestros excretaron, no es surrealismo, es una agresión descabellada.

Un tal hijo de mala madre, empernado con las más turbias y sombrías aberraciones históricas en contra de la libertad, llega a Caracas y se permite hablar en nombre de ella, cuando su padre, muerto en un accidente de avión en 1975, se salvó de responder sobre las ejecuciones sumarias y las desapariciones de tantos obreros españoles, que aún pesan en la conciencia de sus pares y en él mismo, como continuador de la esa política nefasta y abominable. Eso, es simplemente escandaloso e inaceptable.

viernes, 13 de febrero de 2009

EL RAPTO DEL DUQUE DE EDIMBURGO EN EL PERU





El esposo de S.M. la Reina Isabel, Su Alteza Real el Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, visitó Lima en febrero último (1962), accediendo a la invitación que tuve el agrado de formularle durante mi visita de Estado a Londres en 1960. En esa ocasión se pusieron de manifiesto los estrechos vínculos de amistad que existen entre el Reino Unido y el Perú.

Manuel Prado. Presidente de la República del Perú.


(Extracto del discurso que debió pronunciar ante el Congreso y que fue interrumpido por el golpe de Estado del 18 de julio de 1962).

Así comienza la historia de un sensacional rapto que se planeo en el seno de un círculo de la Juventud Comunista del Callao, en 1961 y que puso los pelos de punta al propietario del Velero, Felipe Benavides Barreda. A bordo de cuyo navío, el Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, su ilustrísimo invitado y amigo, depositó sus reales pies en un accidentado paseo marítimo que partió de Ancón y que tan solo duró tres horas. Poca gente, fuera del propio Benavides, y de su Capitán, el “cholo” Reto, sabe lo que pasó ese domingo por la tarde, en lo que fue, probablemente, la primera tentativa importante de secuestro político en el Perú.

Aquí les ofrecemos algunos capítulos de la novela que relata este hecho, hasta hoy, desconocido.




EL RAPTO DEL VELERO




1 EL PRIMER INCIDENTE

Ese día, le urgía encontrarse con Alfredo Pilares, el Policía Portuario a quien su padre había descrito como un hombre servicial y de confianza. El tomó al vuelo y en pleno centro de la ciudad, un ómnibus de la línea 55. Una de las líneas que unen la capital con la provincia constitucional del Callao. El calor tórrido de ese verano había sobrepasado los 38 grados centígrados y había producido una enorme catástrofe en el seno de la población infantil. Pero sobre todo, había producido una terrible hecatombe en el sector de la tercera edad, que dejó, ese día dramático, decenas y decenas de muertos, a causa de los problemas que genera una respiración defectuosa.

Su camisa, se colaba contra pecho y espalda haciendo una sola unidad indivisible y, alrededor de las axilas, se habían estacionado, tercamente, inmensas aureolas producidas por la transpiración. Halos pertinaces que eran imposibles de disimular y mucho menos ocultar como él lo había deseado tanto. Esa desbandada de secreciones intransigentes le avergüenza y le hace enrojecer. Mientras que, en las otras personas, entre sus vecinos de circunstancia, sólo reina una indiferencia total, liberada del hábito o de la costumbre de no lidiar inútilmente contra el sudor. Saben que la transpiración es inevitable y hasta saludable. Conocen el drama de aquellas personas impedidas de sudar por problemas genéticos y que convierten su vida en un verdadero calvario.

Al costado de él, una graciosa jovencita acaba de instalarse coquetamente, para compartir el mismo asiento en el lado de la ventana. Su piel satinada y sus cabellos negros desplegados con voluptuosa libertad, lo seducen de inmediato. El escucha con atención mal disimulada la alegre conversación que entretiene con sus amigos. Son tres. Son una banda. Ellos se mantienen a duras penas de pié, balanceándose adrede al ritmo de los baches que sortea el ómnibus, sin sostenerse ex profeso de las barras horizontales del vehículo, que brillan en toda su longitud a causa de la humedad estampada por el abundante sudor de las manos.

Ríen a carcajadas de todo y de nada. Su vecina de la ventana viste un sencillo pantalón blanco que se ciñe a su cuerpo con inequívoca provocación. Alrededor del cuello, pende un collar con piedras e incrustaciones de una gran calidad imitativa. Hasta se diría que es verdadero. Sus formas deleitan placidamente a sus ojos sesgados, los mismos que de soslayo se detienen, justo a la altura del meridiano, entre los senos rigurosamente firmes y voluntariosos de esa guapa jovencita, constatando casi temblorosamente, que el tercer botón abierto de su blusa blanca deja entrever, intencional o maliciosamente (lo que en este caso da lo mismo), un busto primoroso y desestabilizador.

Esa blusa holgada, a partir de la cintura para abajo, se habría podido precisar como una guayabera en el cuerpo de un hombre. En ella, cualquier trapo con arrugas y desproporcionado luce encantador, porque esa limeña tiene la gracia de esas personas a quienes todo les queda bien. La punta izquierda de la misma prenda se extiende indiferente sobre el muslo derecho y él, no osa retirarla. El se turba, pero esa situación imprevisible le gratifica y le complace. Piensa en secreto frente a él mismo, que “la chica de blanco” debe ser una tigresa formidable en el “ring de las cuatro perillas…”

El, progresa en la imaginación redondeando sus apetitos inconfesables y se avergüenza hasta enrojecer, nuevamente, con esa facilidad que tienen los provincianos para denunciar sus infracciones reales o pretendidas, como si sus vecinos fortuitos pudieran leer la integralidad de sus pensamientos, cuando estos se aventuran a recorrer los senderos de lo prohibido

La coqueta chica contigua, hace colgar en su hombro izquierdo una diminuta cartera en tela de Jens, un poco usada. Ese minúsculo bolso rellenado de objetos fútiles a más no poder, se balancea a la cadencia de sus risas jaraneras y al ritmo de sus contorsiones exageradas: hacia atrás y hacia delante…hacia atrás y hacia delante. Cuando llegan a la altura de la calle Constitución, todos los pasajeros descienden del ómnibus y se dislocan en los cuatro sentidos cardinales. El grupo de la airosa “chica de blanco” se detiene en seco y el tono festivo de sus conversaciones se transforma, brutalmente, en exclamaciones indignadas, lo cual le intriga y suscita su curiosidad, hasta el punto de la indiscreción.

El, se mantiene alejado de ellos. A una distancia relativa, quizás, más cercana con relación a la acera de enfrente. Allí, el grupo ha comenzado ha encolerizarse y se excita de forma cada vez más alterada. Cuando él decide pasar delante de ellos, más por un ímpetu de pesquisa que por una precisa obligatoriedad, el más grande de los amigos que se distingue por sus hombros desbalanceados y por sus piernas en forma de arco, lo detiene bruscamente y se abalanza sobre su cuello, presionándolo con voluntad criminal sin que medie ninguna palabra, ninguna explicación; mientras que, con la otra mano, neutraliza violentamente su brazo izquierdo, presionándolo hacia arriba, por detrás de la espalda.

Este hombre embravecido y fuera de si, le dedica varios golpes de cabeza que aterrizan sucesivamente sobre sus pómulos y sobre el costado izquierdo de la boca. Toda esa región se abulta de inmediato pero aun, no sangra, lo que provoca en el acto un dolor irreprimible, que hace destilar en él, literalmente, gruesas lágrimas vivas que se deslizan incontenibles, en medio de sollozos sordos y espantosos.
-Serrano de mierda, hijo de la gran puta, dime carajo, ¿porqué mierda has garabateado sobre su camisa?


En los primeros instantes de esta violenta intimidación, él no reacciona. No puede reaccionar porque no comprende lo que ocurre. El segundo de los amigos de la chica, un mozo poco alto pero muy abultado de carnes, saca de entre sus medias una chaveta filuda que reluce como si fuera nueva y, con la otra mano, le aplica un certero puñetazo a la altura del vientre, haciéndolo de inmediato rodar por los suelos. El se curva de dolor y su rostro comienza a mostrar el nacimiento de los primeros hematomas. La chica interviene gritando histéricamente y pide a sus amigos que le dejen hablar. Es imperativo que él se explique. Estos aceptan de mala gana. Mientras tanto, él se levanta con mucha dificultad, ayudado a duras penas por el tercer amigo que hasta entonces permaneció inactivo, balanceándose entre la neutralidad y la indiferencia, pero sin escamotear para nada su total complicidad.

El, apenas puede hablar. El miedo se apodera ineluctablemente de todo su sistema nervioso y se traba hasta la consternación. El dolor se ha desplazado hacia el costado del brazo izquierdo que lo cubre vigorosamente con la palma de la mano derecha, sobre todo el sector que alcanza hasta su hombro. En toda esa zona se instala otro dolor menos sordo pero más intenso. El balbucea y no llega a alinear correctamente una sola frase con sentido lógico. El se pierde sin atar ni desatar ningún cabo. El tercer hombre lanza un grito estruendoso que contrasta con sus vestimentas coloridas y con sus gestos, a mitad afeminados:

- Serrano huevón, ¡habla en cristiano carajo!

En un dos por tres, los curiosos han surgido numerosos de un limbo impreciso. Ellos forman rápidamente un círculo inquisidor pero no interviene. Solo se limitan a observar el desenlace de la pendencia pero él, comprende de inmediato, que en la mirada inconmovible y hosca de esa gente fisgona, hay un desafuero y un desafecto amenazador.

“La chica de blanco” pregunta por segunda vez si es él quien ha pintarrajeado su blusa con tinta seca y porqué. El, comprende por fin lo que está ocurriendo y se inclina hacia ella muy delicadamente, como si este gesto le permitiera eludir el dolor que se agiganta y se hace insoportable en casi todo su cuerpo. A duras penas, él, alcanza a observar los trazos malvados que han inutilizado para siempre, su impecable atavío. A esas alturas, todo deviene claro y la evidencia se hace comprensible.

El constata, en efecto, que en todo el sector de la blusa, donde se estampa un diminuto bolsillo, se exhiben las líneas regulares de un dibujo que está lejos de constituir un garabateo malintencionado. El, puede reconocer los trazos caligráficos firmes y uniformes que descienden y que remontan más o menos regulares, como si hubiera un cierto orden en medio del desorden, como si se tratara de un electrocardiograma médico, cuyas estrías en forma de “u” y en forma de “n” explican los altos y bajos del ritmo del corazón. El, se queda en silencio por algunos segundos y “la chica de blanco” pregunta, casi rabiando y por penúltima vez:

¿Has sido tú?

Las ecuaciones son enigmas que necesitan ciertas soluciones “acopladas en ellas” para crear una afirmación que obedece las reglas de la lógica.
Por ejemplo, piensa en la ecuación x + 2 = 4. Acoplando el “3” en la ecuación no funciona, pero para x = 2, entonces la ecuación es correcta.
¡Responde! ¿Has sido tú?


2 EL SECUESTRO



Sus uñas, rasgan nerviosamente la estructura inferior de la silla de madera, en el lado bajo del espaldar. Sus brazos, entumecidos por una severa y larga inmovilidad asoman los primeros signos de un agarrotamiento calambroso. Sus piernas, agobiadas por la rigidez que provoca una inercia demasiado prolongada, sienten frío, a pesar que sobre ellas, una media plancha de calamina desplazada sobre el techo, deja pasar los rayos abundantes del sol y, su relativo calor, llega a inundarlas enteramente, prolongándose hacia todo lo largo de sus pies descalzos.

El sabe que es de día. Pero ignora la hora. La intensidad del sol no le permite precisar con exactitud si se trata de la mañana o si se trata de la tarde. Pude ser las once de la mañana como puede ser también, las cuatro de la tarde. Hace dos días que se debate consigo mismo para determinar si es el quinto o el sexto día de cautiverio.

El tercer hombre que parecía ser el más inofensivo de la banda, debe llegar en cualquier momento. “Ese”, se aproximará hasta él para buscar sus labios y él, con todas las fuerzas que aun le sobran, volteará la cara sucesiva y desesperadamente, escondiendo una y otra vez su rostro amoratado. Sabe que rehuirá con energía hacia la izquierda y hacia la derecha, como lo ha hecho en los días precedentes. Sabe también, que volverá a escupir sobre las facciones empolvadas de ese rostro repugnante que se inunda de granos purulentos en la región que precede a la mandíbula. Sabe que será golpeado de nuevo, de preferencia en la cara. Como ocurrió en los días anteriores. Sabe que perderá la conciencia y eso le da miedo.

Siente que su boca comienza a exhalar un desagradable gusto a salitre y su estómago se amotina, anunciándole desde un fondo poco profundo, que un nuevo vómito está en curso. La venda que cubre sus ojos, le parece que se empapa de un líquido pegajoso y maloliente en el sector que cubre el ojo izquierdo. El vómito se acelera. El vómito estalla. El, termina por llorar, en silencio.

“Ese”, el tercer hombre, acaba de entrar en el minúsculo cuarto sin ventanas. Su cabaña de estera se encuentra en el fondo de un inmenso galpón de la calle Apurimac, donde otras numerosas esteras viejas, apiñadas sobre parihuelas portuarias, probablemente hurtadas de la dársena, esperan tranquilamente que nuevos pobladores les den una sospechosa utilidad: Que las transformen en paredes medianeras y se conviertan rápidamente en “casas”. Lo que sin duda, les permitirá obtener en el futuro, ese calumnioso apodo de pueblo joven, apelativo subliminal, cargado tanto de sorna como de ironía o peor que eso, cargado de realidad.

El tercer hombre tose. El sabe que esa tos es la antesala que denuncia una agitación nerviosa y es, por lo tanto, peligrosa. El, conoce muy bien esa tos, porque es la misma que antecedió al instante fatídico de “pasar al acto”. El se prepara comprimiendo instintivamente las nalgas y crispando sus músculos excesivamente, pero se equivoca. El tercer hombre se acerca lentamente hacia él, sosteniendo con ambas manos una palangana desportillada por todos los costados y repleta de agua fría.

El tercer hombre le pide que no sea arisco y le pide también, con un tono de inhabitual cordialidad, que le deje limpiar la boca.

Un paño de agua refrescante entonces, hace desaparecer los rastros que las nauseas han provocado. Luego, le anuncia calmadamente que va desatar sus amarras para que se pueda cambiar de camisa y, al mismo tiempo, le sugiere aprovechar de esa transitoria libertad para efectuar sus necesidades corporales, simplemente al costado, a algunos escasos metros de distancia de la cabaña, donde ha instalado un silo improvisado y maloliente.

El, fricciona sus muñecas observando con cierta aflicción la región de sus tobillos que presentan heridas con indicios claros de infección. Sabe también que su cautiverio está llegando a su fin, pero ignora si el epílogo será sangriento y definitivo o lo contrario. Se interroga si tendrá la suerte y la fuerza necesaria para sobrepasar las viejas esteras amontonadas cerca de la puerta de entrada y dejarlas atrás, cuando emprenda el camino categórico de su liberación. El tiembla, pero paradójicamente no le teme a la muerte. El miedo se diluye, envolviéndose en un misterioso sentimiento de heroísmo del cual se siente orgulloso.

El, identifica con claridad que lo que le inquieta se encuentra en la forma de cómo desaparecer y no, en las razones de la desaparición, que de por si, son estúpidas como la misma muerte. Todos los seres humanos tienen el derecho de tener miedo frete al dolor, como tienen el derecho de morir sin sufrir demasiado. El, frena en seco sus reflexiones cuando se percata que un individuo vestido con el uniforme de la Guardia Civil ingresa al galpón de una manera amigable o casi familiar.

El policía está acompañado de un enorme pastor alemán y bajo el brazo derecho aprieta un cartapacio marrón que su mano izquierda también ayuda a proteger. Sus lentes oscuros no cubren enteramente sus ojos porque se estacionan cerca de la punta de su nariz, dejando constatar que el color de sus pupilas se pierde indefinidamente entre el azul y el verde claro. El hombre uniformado es un oficial que ostenta el grado de capitán. Ambos personajes discuten en términos amistosos alejándose hacia el fondo del galpón e intercambian algo que no se puede identificar, pero que a lo lejos, por los destellos brillantes que se expanden por intermitencias, se puede fácilmente suponer que se trata de joyas preciosas que se compran y que se venden con toda naturalidad.

El, alcanza a escuchar al militar cuando le señala que es muy peligroso secuestrar a un menor de edad y claramente le niega toda protección. “No juegues con candela” dice el policía y él, saborea prematuramente su libertad ad portas. Cuando el tercer hombre despide al capitán, se precipita a galope tendido hacia la diminuta morada donde su víctima lo espera sentado en la silla, pero esta vez, sin amarras que lo sujeten y sin la venda que durante todos esos días habían cubierto sus ojos, en un vano intento de impedir que reconozca el lugar preciso de su escondite. Su ojo izquierdo ha desaparecido completamente, entre los pliegues de un hematoma descomunal. El sufre.

El tercer hombre tienta una nueva estrategia para escindir el candado que encierra la argolla de alambre en torno de su pie. Le propone dinero si se muestra condescendiente. Le muestra un saco de yute amarrado con un cordón eléctrico, el mismo que desanuda precipitadamente. El saco, le dice, está repleto de objetos brillantes y de relojes de grandes marcas que cuestan una fortuna. El tercer hombre no soporta la indiferencia. El desprecio visible que se desprende de su silencio convertido en terquedad, lo hace montar en cólera en menos de dos segundos. “Ese”, toma sus manos bruscamente por detrás de la silla y las ata nuevamente, con esa violencia furiosa que puede suceder, sin transición, a un acto de caridad. El tercer hombre lo insulta a gritos, dejando escapar algunas partículas de saliva que se detienen a la altura de la frente enardeciéndose aún más, a causa del gesto de repugnancia que su víctima dibuja con toda convicción entre sus labios lívidos. “Ese”, lo trata de malagradecido. Insiste varias veces recordándole que gracias a su mediación, él, viene de escapar de una muerte segura. La “chica de blanco” había aceptado sus explicaciones sobre el misterio de los trazos en su blusa estropeada, pero sus amigos no estuvieron convencidos del todo pero aceptaron, así mismo, librarlo al cuidado de Dany , “el talareño”, como así se hacía llamar su agresor.

Dany, en un impulso inesperado de su ira ciega, lanza una patada sobre el borde de la silla, entre el espacio que dejan las piernas abiertas de su víctima. La silla se tambalea y finalmente rueda por los suelos. El, maniatado, no puede esquivar su cabeza y se golpea inevitablemente contra la palangana repleta de agua. El líquido es de inmediato absorbido por el suelo arenoso pero una parte de su cara, se envuelve de barro. Dany cambia de humor y ese espectáculo parece divertirlo. Dany se acera pausadamente al costado de su victima tendida y aprisionada contra el espaldar de la silla y éste, logra retirarla, efectuando con las dos manos un solo tirón brusco. El, queda libre. Entre comillas. El, se queda inmóvil por un instante. La posición inconfortable de sus manos atadas le impide adoptar una postura de defensa. El, se prepara a repeler la inminente agresión con el único pie que ha quedado suelto, sin la argolla de la cadena que inmoviliza su otro pie. Dany, comprende la táctica y de inmediato neutraliza su pierna libre, arrodillándose entre ella, como un tenaza. El, se debate indomable durante algunos minutos pero se extenúa rápido. La mano de Dany se introduce entonces entre la camisa a cuadros que viene de estrenar y recorre su cuerpo, desde el vientre hacia el pecho, con movimientos que según Dany, están destinados a sosegar y acariciar.

Afuera del galpón, los pasantes saben lo que ocurre adentro pero nadie osaría denunciar ni por todo el oro del mundo. Un grito terrible que hubiera podido abrir enormes grietas en el cielo, antes que fisuras ligeras en la conciencia de los vecinos, se diluye en el aire y se esfuma entre la indiferencia concertada. Dos horas más tarde, un jovencito de aproximadamente catorce años de edad abandona el lugar de su cautiverio, temblorosamente, sin saber con exactitud a dónde ir, a quién quejarse y sin saber estrictamente quién es y qué representa en la infinidad del universo.

Los astrónomos saben que las galaxias, esas vastas ciudades de millones o miles de millones de estrellas, crecen a través de colusiones y fusiones, las mayores galaxias del universo, “las galaxias elípticas” tienen la forma aproximada de un balón de rugby y pueden estar hechas de hasta billones de estrellas. Virtualmente todas estas galaxias contienen un agujero negro en sus centros, es decir, una región infinitamente densa que contiene la masa de millones o miles de millones de veces la del Sol y de la cual no puede escapar la luz.

Una teoría principal actual dice que cuando colisionan las galaxias, sus agujeros negros terminan orbitándose entre sí. Juntos, los dos agujeros negros actúan como una batidora: Agitan violentamente el centro galáctico con increíble potente gravedad, y arrojan las estrellas fuera de las regiones centrales. Cuando el par de agujeros negros cae al centro del nuevo remanente de la fusión, este núcleo supergaláctico carece de estrellas que han salido volando.

Caminar sin rumbo puede aclarar el rumbo, a condición que la cabeza no se derrumbe. El, viene de descubrir, un poco confusamente, que ser hombre es un oficio muy delicado pero sin delicadezas.



3 EN BUSCA DE TRABAJO


Se estremeció el cielo, se apagó el sol, mi corazón se paralizó. Diagnóstico :Esclerosis Múltiple.


Sin duda, el gran salón acaba de ser limpiado en profundidad. El fresco olor de la lavanda se instala agradablemente en la respiración agitada de él. Sus ventanas gigantes que bordean en forma de abanico desplegado los contornos de la inmensa pieza, dejan traslucir la luminosidad todavía tímida del sol matinal y, sus paredes, se inundan de una diáfana y abundante claridad, que le permite escudriñar en detalle, las pequeñas manchas de humedad salitrosa impregnadas, caprichosamente alrededor del zócalo y le permite observar también, un sinfín de pormenores perfectamente anodinos, que su ojo explorador recorre en busca de repentinas distracciones que calmen, de alguna manera, su larga y tensa impaciencia.

Eran las 8, 15 de la mañana. A esa hora, el frenesí atronador de la actividad laboral y la bulliciosa agitación de los trabajadores del puerto, se dejan escuchar con nitidez a través de los muros espesos de ese recinto. Por todo lado se oyen sirenas y pitos y, a los lejos, se escucha el ulular angustiado de los barcos de carga que ingresan a la rada, en medio de numerosas bolicheras que se hacen a la mar con jolgorio, pero con extraordinaria desorganización, sembrando de paso interminables estelas de agua que se entrecuzan y se superponen peligrosamente.

El, observa toda esa agitación con deslumbramiento, mientras se subasta en su interior profundo, una ansiedad sorda que se emplaza lánguidamente pero increchendo; allí, justamente, entre el estómago y la garganta, como él suele definir a la región donde se incrustan algunos “camélidos” que eructan, o sospechosos insectos que aguijonean mientras revolotean displicentemente entre sus paredes. El, con timidez, empina el cuello inclinando su cuerpo hacia adelante, lentamente, para detectar mejor de dónde provienen esos gritos descomunales que lo perturban y que más o menos se concentran en el sector contiguo al pequeño muelle de socorro. De pronto, descubre por primera vez el mundillo particular de los marineros del Club que se arremolinan alrededor de una embarcación que viene de emerger desde el fondo marino. Esa nave, recuperada de la braveza del mar, pertenece a uno de los magnates más ricos del país y ha sido reflotada después que colisionó contra el “rompeolas”.

La agitación es grande. Los marineros se abalanzan sobre la proa para alimentar con polines la estructura de soporte y facilitar de ese modo, su desplazamiento tumultuoso hacia un gigantesco camión que espera a la “Zansky” en la puerta trasera del Club. El contramaestre, que extrañamente se apellida Barco y que dadas las circunstancias, dicho apellido suena hasta como un sarcasmo, hace acompañar sus gestos de enormes imprecaciones groseras que descontrolan a los marineros, escondiéndose estos en una lamentable precipitación nerviosa. Es la segunda vez que él se siente lastimado por la violencia irracional de los gritos.

El, a su vez, también se siente incomodo en ese espacioso canapé de cuero que el portero del Club le ha asignado, mientras espera la llegada del Gerente General del Club, señor Bádel, a secas, y cuyo verdadero nombre le gusta que sus interlocutores lo pronuncien, espaciando quedamente sílaba, tras sílaba: Wa- shing- ton Jor- dán. El, siente el peso imponente y desestabilizador de ese local magnífico y se hunde en toda clase de razonamientos que no concluyen. Siente que la boca exhala un gusto amargo y maloliente que lo remite a una destinación que preferiría evitar. Es urgente dirigirse al baño para enjuagarse los dientes con absoluta convicción, pero se desaconseja así mismo. La inquietud va ganando terreno y comienza a implantarse sin dificultad, a lo largo y a lo ancho de su frágil anatomía.

Jordan, se encarga de asegurar a los socios del Club el mayor confort y la mayor organización posible para que los desplazamientos de los yates y, sobre todo, las afamadas regatas de veleros, transcurran con el mejor apoyo logístico en hombres y en materiales. Cada fin de semana, este hombre se multiplica al menos en diez personas diferentes, para poder agenciarse con rapidez, de todo lo que es indispensable y necesario para la actividad marinera que se incrementa sensiblemente a partir de los viernes. El, reparte afanosas y complicadas comisiones a medio mundo y suele tomar las mejores decisiones que distribuye con un exceso de autoritarismo entres sus colaboradores y sus subordinados directos. El, los ha seleccionado minuciosamente contratándolos bajo condiciones estrictas de discreción y de reserva. Ellos deben obedecer sin chistar y allí están para satisfacer, sin remordimientos, las exigencias más imprevisibles y los caprichos más extravagantes de los socios del Club.

El portero del Club se acerca a pasos acelerados y se detiene justo a su lado. El portero observa de cerca y sin ninguna discreción las contusiones que aún envuelven su rostro y, deteniéndose a la altura del ojo, hace un gesto de extrañeza fijando la mirada, pero no osa preguntar nada. El, se da cuenta de la curiosidad y sonríe ligeramente. El portero descuelga el teléfono y habla a viva voz. El, escucha sin escuchar verdaderamente la conversación agitada que este hombre sostiene a través de la línea interna. Sin duda, habla con otro trabajador del Club que se encuentra en el pañol, habitáculo espacioso donde se instalan todos los teléfonos y todos los altoparlantes, además de los motores fuera de borda, de las herramientas y de toda suerte de pinturas, aceites y combustibles.

De cada tres palabras que pronuncia el portero chalaco, una se subleva para ingresar al mundo predominante de la rusticidad y de la infracción del lenguaje, socialmente aceptadas como cuño de identidad y que distingue de lejos al trabajador porteño. En el puerto se practica ese ritual, en medio de gritos estrepitosos y en medio de gestos que ilustran un histrionismo cómico y exagerado. La conversación del portero se desliza hacia un terreno que lo intriga particularmente. El portero habla de “culear” en las sentinas del “Ondina” y de tirarse un “pajazo” con el culo de la flaca Nono, es decir, con una de las innumerables amiguitas de Marianito, hijo predilecto de Don Mariano, el magnate hermano de la primera persona más importante del País.

Cuando él cede el paso al portero del club con máxima educación, mostrando sus buenas maneras, sus gestos no se armonizan en ese contexto. Ni tampoco sus emociones. Su mirada se dirige alternativamente hacia las dos puertas que dan acceso al gran salón. Su inquietud tiende a transformarse en angustia contumaz. Las cutículas de sus uñas sienten la irritación de tanto manoseo nervioso. La transpiración se incuba en las comisuras de los labios. Las evocaciones se suceden y lo instalan en medio de recuerdos placenteros pero fragmentados. Evita a todo precio visitar el pasado reciente pero no puede enterrarlo. “Siempre hay que pensar positivamente y en cosas superiores para espantar la persistencia de lo malo...” se dice, con relativa convicción, pero entristecido y vuelve de nuevo la mirada hacia el portero que se deshace en galanterías reverénciales frente a una dama que acaba de ingresar al Club

En el centro de esos recuerdos que se tejen desordenadamente y que corresponden por lo general a su primera infancia, resaltan las incongruencias de una especie de absurdo existencial que da cuenta de sus extrañas experiencias, de sus vivencias emboscadas en lo inverosímil y de sus consecuencias inauditas y hasta extravagantes. Aquellas consecuencias lo sitúan en el ejercicio de roles trágicos, adheridos a una nutrida soledad que él cultiva en secreto o que no puede deshacerse porque hacen parte fundamental de su vida. El girará casi siempre alrededor de lo mismo, alrededor de la aparición tardía o al mismo tiempo prematura, de sus padres.

El portero del Club, interrumpe su desordenada agitación reflexiva, cruzando las manos reiteradamente desde su emplazamiento de vigilancia perpetua. Ese signo significa que Jordan no vendrá por la mañana y lo invita a regresar al día siguiente. Un sentimiento contradictorio que se adereza de satisfacción por la interrupción súbita de la espera y otro de decepción, nacen solidariamente para implantarse en él, por el resto del día. De un lado se siente liberado de no pertenecer todavía a ese mundo de brutalidades y, del otro, siente la angustia que apremia desde sus bolsillos.

lunes, 9 de febrero de 2009

EMIGRAR O MORIR (O AL REVEZ)

Los emigrantes latinos en Europa y en Estados Unidos, esas generosas personas que han abandonado sus patrias respectivas para buscar vivir con la dignidad a la que todos los hombres sueñan y que sus respectivos países de origen les han negado todo derecho, toda oportunidad de progreso, continúan a ser una especie de joker, un comodín, o un tira y afloja de los cuales se sirven demagógicamente, todos los gobiernos de turno y la inmensa mayoría de los políticos que esperan con ansias que les llegue el suyo, en sus nuevos países de adopción.

En efecto, primero fueron seducidos y en algunos casos hasta los buscaron interesadamente, para que llenen las cajas deficitarias de la seguridad social, y para que los viejos de los llamados países ricos accedan a una lucrativa pensión, sin los contratiempos que crean las sociedades con bajas tazas de natalidad. En el peor de los casos, los latinos vinieron a abrillantar las letrinas que los nacionales consideraban como un trabajo ultrajante, para afirmar, enseguida, que esos forajidos muertos de hambre, llegaron únicamente para quitarles el pan, como suelen argumentar ciertos españoles con dos dedos frente, cuando encaran el problema de la emigración en términos primitivos, desde la platea de la caverna.

Y claro, vino la crisis económica mortífera, desencadenada por los americanos y los emigrantes son obligados a pagar el pato y a pagar los platos rotos. Doble deuda. Por un lado, ante la aumentación de las altas tazas de paro, son víctimas de la preferencia gubernamental que lógicamente favorece a los connacionales de sangre y los relega a una situación que los coloca en la antesala de la precariedad. Y por otro lado, ellos se ven obligados a reducir drásticamente los envíos monetarios a sus respectivas familias, creando en las economías de sus países de origen, una inmensa inquietud.

Así, después de varios años de crecimiento económico, los envíos de dinero de más de 200 millones de trabajadores disminuyen sensiblemente: Menos 10 y 8 % en México y Guatemala respectivamente, a diciembre del 2008. Después de un constante crecimiento en los últimos diez años, del orden del 17%, las transferencias hacia Latino América han disminuido y tienden a alcanzar un probable 12 % a 15% del monto de las remesas. Esta situación es preocupante en aquellos países que como El Salvador, por ejemplo, las remesas constituyen un porcentaje importante del PIP, del orden del 18% y del orden del 25% en Honduras.

En el Perú, las remesas de dinero también han disminuido sensiblemente. Los envíos entre 200 y 250 dólares que constituían hasta ahora el promedio, han disminuido entre 180 y 220 dólares respectivamente. Algo que no preocupa al Gobierno del doctorcito, porque según él, seguiremos creciendo en el orden del 6 % y pase lo que pase, nada nos hará regresar de los umbrales del primer mundo, en los cuales ya estamos insertos a pesar de la miseria galopante.

viernes, 6 de febrero de 2009

EL ZAPATAZO

Nikita krouchov, es sin duda el primer personaje político de la historia que inauguró el uso del zapatazo como método de protesta. Ello ocurrió hace casi un medio siglo atrás y la historia recoge y confirma el hecho, señalando que el protagonista exacerbado fue el calzado zurdo del voluminoso aparachik.


Ello ocurrió en la Asamblea de las Naciones Unidas, cuando una bulliciosa oposición impidió el discurso del líder soviético, provocando en él una cólera monumental que le obligó a servirse de su zapato como si fuera un martillo, el cual golpeó frenéticamente sobre lo que creyó ser un yunque, cuando sólo se trataba de un humilde pupitre endeble.


En nuestro país, Ismael Frías, el que fuera secretario Privado de León Trotsky en la ciudad de México, también hizo volar por los cielos sus zapatos agujereados, los cuales aterrizaron forzadamente o forzosamente en la cabeza de Richard Nixon, cuando este visitó la casona de San Marcos, en mayo de1958, siendo masivamente repudiado al son inolvidable de GO HOME NIXON.


En estos tiempos modernos parece que el zapatazo regresa con fuerza a la moda. Después de Bush que supo esquivar a tiempo ese artefacto y una serie de tantos otros, el Embajador de Israel en Suecia viene de recibir en plena cara una agresión de zapatería volante, lo que sin duda, va obligar a los organizadores de conferencias que prohíban el uso de zapatos, en aquellos coloquios donde nadie se siente bien en zapato ajeno, sobre todo cuando es difícil explicar lo inexplicable, como la absurda e inhumana guerra en Gaza.


Mientras tanto, el mítico Mountazer al-Zaidi, el periodista que concedió a Bush la escenificación de su último acto público de impopularidad, continúa en la cárcel desde noviembre del año pasado, ignorando que es él, el responsable de una ola frenética de lanzamientos de zapatos que van desde la Universidad de Odesa, hasta la China, con el Primer Ministro Wen Jiabao, pasando por parís con el Ministro de la enseñanza superior, ambos victimas de sendos zapatazos y, pasando por Lima también, donde me informan que hay algo que se prepara. En efecto, García encontrará la horma de su zapato cuando reencuentre a su víctima de la memorable manifestación donde él se abre camino al andar, a punta de innobles puntapiés.
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A la gente que me leé. Gracias. Yo no sabía que eran tantos. Mi ausencia se conbina por el cambio radical de mi situación personal. Una nueva compañera rusa ha entrado en mi vida, he cambiado de casa, de trabajo etc. etc. Creo que ahora seré un poco menos irregular. Graias, muchas gracias.