El cretinismo es una distinción de elegancia entre nosotros los peruanos. Es decir, que el tipo de elegancia al que aspiramos y en el que nos solazamos, es aquel que emprisiona ferozmente el cerebro, condena el sentido común, cercena el discernimiento y nos estupidiza hasta la deshonra. Hasta la compasión. Somos un pueblo desglandulado, con la tiroides sólidamente atrofiada o inexistente y, además, somos patéticos en la versión tragicómica, hasta la objeción. Por eso perdemos la memoria o no la tuvimos jamás.
Como si en vida fuéremos momias con el encéfalo embalsamado en concreto armado, la inteligencia lucidamente disecada, como lo acaba de patentizar un estólido que, por supuesto, aspira cretina o candorosamente a la primera magistratura, olvidando quién es, qué es, y quien fue en la voluminosa historia de la tristeza que enluta nuestro país, desde cuando soñó con la liberación y se despertó, al día siguiente, desahuciado. En medio de traiciones y de traidores.
Este personaje, Como portavoz contranatura, o como alter ego del hipotiroídico congénito de Palacio de Gobierno, viene de confirmar la posición peruana de declinar la donación alemana de dos millones de dólares, suma simbólica e insuficiente, pero gesto noble e inteligente para perennizar en el recuerdo las consecuencias horribles del odio, para honrar la sangre inútil del fratricidio programado y manipulado desde la CIA.
Fratricidio odioso que produjo tantos dividendos a los vencedores, reciclando de paso a viejos combatientes, militantes “inmarcesibles” del sectarismo rabioso y violento que como SimónYehude se han transformado hoy, en pacíficos humanistas que aspiran a la reconciliación nacional, a partir de la conciliación con sectores de la derecha cavernaria y con sucios personajes que como García tienen, en el calendario histórico de la rendición de cuentas, una cita programada, con museo de la memoria o sin él, para responder por El Frontón. Claramente. Puntualmente.
Simón Yehunde confunde dramáticamente la reconciliación nacional con el olvido, ese olvido usurero y sórdido que prescribe responsabilidades que no se han saldado y que deben esclarecerse con claridad, para recién comenzar a hablar de perdón o de perdones. Simón Yehude como protagonista político inútil de segunda zona, clamorosamente afecto al oportunismo que se encubre detrás de esa entelequia fantasiosa, que el propugna y denomina, “izquierda madura”, se asocia, lamentablemente, a la ilusión descarada de borrar las huellas donde tantísimos atilas uniformados y los otros, horadaron el suelo de muerte y de absurdo.