Me resulta difícil comprender la evolución de la discusión en torno a la sentencia condenatoria de Alberto Fujimori y los juicios que se hacen sobre sus perspectivas político-personales.
Estas, finalmente se descifran en el rol que habrán de jugar, en el futuro mediato, sus retoños y sus herederos políticos y que, lógicamente, las contingencias que comportan, suscitan el apasionado dictamen crítico de sus detractores.
A muchos de ellos, les incomoda el derecho que asiste a esa familia de emigrantes japoneses, convertidos en peruanos por razones de conveniencia y de convivencia, a participar activamente en el espacio político nacional, en principio, abierto para todo el mundo.
La constitución no establece cuotas ni porcentajes generacionales, ni mucho menos filiaciones sanguíneas con lazos lineales para que testifiquen, califiquen o descalifiquen la peruanidad de los extranjeros avenidos legalmente, ciudadanos peruanos.
Por lo que, entre paréntesis, resulta chocante la matraca de quienes observan mezquinamente el ribete de la procedencia foránea, para validar objeciones o impugnaciones que se traducen en una absurda negación pura y dura y que desembocan en un lamentable acto de intolerancia. Escuchar esto en boca de gentes sin escrúpulos intelectuales, pasa. Pero en boca de gentes que no conozco pero que aprecio muchos de sus escritos, choca.
Sin embargo, lo que en el fondo creo que deja a medio mundo descuadrado, es el retorno lastimero y lastimoso sobre la cosa juzgada. Importantes firmas de la intelectualidad nacional se perpetúan y se pierden en una discusión de zombis, sobre si se probó o no la participación de Fujimori en los crímenes contra los derechos humanos por los que fue condenado.
A este estadio, tengo la impresión que el surrealismo fue inventado por los peruanos en lo que estos tienen de inconcientes y fue patentado concientemente por Adré Breton, para ridiculizarnos.
¿Cómo es posible que a estas alturas, bajo un pretendido purismo jurídico se acometa la interrogación confucionista que ayuda, políticamente, al ascenso creciente de las huestes fujimoristas?
¿Porqué asombrarse entonces del respetable nivel de simpatía que dispone el Señor Fujimori, si la gente que piensa en la viabilidad de la democracia, se pierde en la cacofonía jurídica sobre la pertinencia del derecho y no incide en el fondo profundamente ético y moral del caso Fujimori.
Su condenación ha sido esclarecedora pero muy poco esclarecida. Este individuo, más allá de la discusión estéril sobre sus devaneos relativos a su doble identidad nacional, la osadía de candidatear en el Japón, con el exclusivo propósito de adquirir un blindaje sólido, es decir una concha de intocable internacional fue, ante todo, el presidente de un País que lamentablemente sentó en el mundo, las trazas indelebles de la indecencia. La vergüenza de ser peruano.
Alberto Fujimori fue corrompido por el poder, y este hombre corrompió al Estado para mejor servirse de él, convirtiéndolo en un Estado de ladrones, en un Estado terrorista.
El terrorismo al que combatió fue históricamente un pretexto para aniquilar toda contestación, incluyendo aquellas que en tiempo de guerra no se discuten, como el cierre del Congreso bicameral, el Poder Judicial, el Ministerio Público, el Consejo Nacional de la Magistratura, el Tribunal de Garantías Constitucionales, la Contraloría General de la República, las asambleas regionales etc. Etc. Quien no estaba de acuerdo con ello era un traidor, un terrorista. Epíteto que desarticulaba toda oposición y que allanaba la carrera desenfrenada al dolo y al enriquecimiento ilícito.
El fundamento de nación, el concepto mismo de Estado fue obliterado por el fujimorismo hasta el punto de haber constituido un Estado mafioso. Las más notorias de sus tropelías, sólo comienzan a conocerse. Este individuo institucionalizó la versión más abyecta del ser humano en lo que este tiene de ausencia de respeto por el hombre y por si mismo. De allí, que la continuidad de la impudicia se prolonga en la inmoralidad de postular candidaturas tachadas de Per se. Morir por Fujimori es un acto vanidoso de Harakiri histérico. Un acto ridículo contra la historia.
2 comentarios:
Estoy completamente de acuerdo, lastimosamente en mi querido pais hay muchos discapacitados mentales, aunque suene muy duro.
El chinoha sido el mas nefasto gobierno que ha tenido el Peru, vino con el cuento que no haria lo que hiba a hacer Vargas Llosa, llego a su mandato y se olvido y lo hizo, de alli como las mafias orientales de los yacuza mando a matar gente y sobornar a politicos y empresarios, pero como todo funciona a base de dinero vendio las empresas del estado a empresarios que la mayoria inclumple en el pago de sus cuotas, vendio las empresas para pagar a 15 20 años, y haciendose la administracion de los mismos, alguna fueron dilapidadas y devueltas al estado, hecho mano a trafico de armas y contrabando de droga con el tio vladi, falsifico las firmas para insccribir a su partido, si hijos estudiaron en universidades caras de EEUU, ahora la gordita nos quiere gobernar, acaso va a ser una gran gobernante si se sabe que por favores politicos cuando su padre se encontraba en el poder la pusieron de socia de las minas pierina antamina y etc, y su hijo con tendencias homosexuales zoofilicas, dice que va a ser la guerra, hasta ahora solo se le ve en los mercados como toda una dama.
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