El "escándalo de la página 11" en el que estuvo involucrado el actual
presidente Pedro Pablo Kuczynski, fue la gota de agua que colmó el vaso
para acabar con la política entreguista del timorato Fernando Belaunde
Terry. Fue el 3 de octubre de 1968 que ese presidente pusilánime, fue
depuesto por el General Juan Velasco Alvarado. En aquel entonces, el
presidente de la Empresa Petrolera Fiscal, Carlos Loret de Mola,
denunció la desaparición sospechosa de una página fundamental, relativa
al contrato de precios con la compañía Norteamericana, International
Petroleum Company. Ese escándalo, sumado a otros escándalos inaceptables
motivó y justifico largamente el advenimiento del golpe militar.
Una semana más tarde, el 9 de octubre, el Ejército tomó posesión de las
instalaciones de la Brea y Pariñas, que en esos tiempos era una de las
concesiones explotada por la IPC en Talara. Fue un acto hermoso e
inesperado, que súbitamente dio vida a nuestros sueños de estudiantes
revolucionarios, condensados en la militancia sin cuartel por la
“anulación del Laudo y la recuperación de los yacimientos”
La
fecha del 9 de octubre de 1968, devolvió simbólicamente a los peruanos,
el sentido de la dignidad hasta entonces pisoteada por los gobiernos
precedentes y fue el comienzo de una gesta de transformaciones
históricas sin parangón. La mezquindad y el negacionismo insolente de la
derecha peruana, ha tratado de reinterpretar los hechos a partir de
deformaciones o malformaciones groseras de la verdad histórica.
Hoy, todavía pululan los escribas detractores que con aliento purulento
se baten contra la razón, contra el sentido común y contra el principio
de la realidad objetiva. Hoy, esas gentes todavía sostienen
incoherencias absurdas y mentiras abominables, destinadas inútilmente a
ensuciar y restar importancia a esa experiencia revolucionaria.
Las universidades europeas, sensibles a los modelos de transformación
social y económica de Latinoamérica, asumen y acuerdan cada vez más, una
importancia capital al estudio de la Revolución Peruana, como uno de
los hitos imprescindibles en la historia de las transformaciones por una
sociedad justa y equitativa.
Comparto con ustedes el Mensaje a
la Nación que el General Juan Velasco Alvarado, pronunció en el primer
aniversario de la revolución:
Compatriotas:
Al cumplir el primer
año de Gobierno, en representación institucional de la Fuerza Armada,
hablo aquí esta noche no sólo como Jefe del Estado, sino principalmente
como Jefe de la Revolución. Pero esta jefatura conlleva un sentido
radicalmente distinto de otras a cuyo amparo se han entronizado en la
vida política del país formas de poder omnímodo y de eterno control
indiscutido de algunas agrupaciones ciudadanas. Muy lejos de nosotros
este sentido caciquil de abominable endiosamiento que prostituye y
deforma la esencia misma de una dirección responsable y constructiva.
Ser Jefe de la Revolución es ser dirigente de un equipo de hombres
profundamente identificados con el espíritu revolucionario de la Fuerza
Armada y que, en su representación, inició hace un año el proceso de
transformación de nuestro país.
Este no es un gobierno personalista.
Entre nosotros no existen predestinados ni seres insustituibles; nadie
tiene aquí el monopolio de la sabiduría ni del poder. Somos un equipo
que está haciendo la revolución que el Perú necesita, esa revolución que
otros pregonaron sólo para traicionarla desde el poder. No
constituimos, pues, un movimiento al servicio de un hombre, sino al
servicio del país. Pero comprendemos que nada de esto puedan entender
quienes, en realidad, no son más que simples caciques de nuevo cuño,
extremistas del personalismo, de la vanidad, de la estafa política.
Durante el año que hoy termina se ha dado comienzo al proceso de
transformación nacional que la Fuerza Armada prometió al país el 3 de
octubre de 1968. En este breve lapso hemos cumplido una tarea
gigantesca. Pero ella ha sido únicamente la iniciación del proceso
revolucionario. Queda por delante un inmenso quehacer, que requerirá
largos años de esfuerzo y de lucha. Lo cumpliremos por encima de todos
los obstáculos. Porque eso es lo que demandan las apremiantes
necesidades de nuestro pueblo y porque eso es lo que la Fuerza Armada se
comprometió a realizar cuando asumió la responsabilidad de gobernar al
país.
Frente a un deber, en cuyo cumplimiento se juega el destino
mismo del Perú, poco debe importarnos la grita interesada y la falsa
protesta de quienes siempre gozaron del poder solo para hacer de él
negociado y prebenda. Hoy se levanta un coro de voces por todos conocido
que reclama la vuelta inmediata a la constitucionalidad; que pretende
alentar una vanidad que nosotros no tenemos, para sugerir nuestra
"bajada al llano" y nuestra participación en una justa electoral de la
que esperan restaurar esa democracia formal que ellos envilecieron hasta
convertirla en la gran hipocresía que significó hablarle de libertad a
un pueblo victimado por la explotación, por la miseria, por el hambre,
por la corrupción, por el entreguismo y la venalidad.
Quiero, por
eso, reiterar que ninguno de nosotros tiene ambiciones políticas. No nos
interesa competir en la arena electoral. No hemos venido a hacer
politiquería. Hemos venido a hacer una revolución. Y si para lograrlo se
requiere actuar políticamente, esto no quiere decir que se nos puede
confundir con los políticos criollos que tanto daño le hicieron al país.
Pierdan, pues, la esperanza quienes crean que puedan inducirnos al
engaño de volver a esa falsa democracia a través de la cual se perpetuó
la injusticia social en el Perú. ¿Es a esa democracia que se quiere
volver? Para sus defensores siempre pegó jugosos dividendos. Pero: ¿qué
significó en realidad para el pueblo peruano?
Ciertamente, estas
gentes no quieren entender lo que ha pasado en el Perú. Estamos viviendo
una revolución. Ya es tiempo de que todos lo comprendan. Toda
revolución genuina sustituye un sistema político, social y económico por
otro cualitativamente diferente. Del mismo modo que la Revolución
Francesa no se hizo para apuntalar la monarquía, la nuestra no fue hecha
para defender el orden establecido en el Perú sino para alterarlo de
manera Fundamental en todos sus aspectos esenciales.
Algunos
esperaron cosas muy distintas y confiaron en, que, a la vieja usanza,
ascenderíamos al poder sólo para convocar a elecciones y devolverles
todos sus privilegios. Quienes así pensaron, estuvieron y están
equivocados. A esta revolución no se le puede pedir que respete las
normas institucionales del sistema contra el cual insurgió. Esta
revolución tiene que crear, está creando ya, su nuevo ordenamiento
institucional. Que esto lo sepan los defensores del pasado, directamente
de quienes estamos construyendo el futuro del Perú.
Una revolución
profunda y verdadera no podía surgir de un ordenamiento político que, en
los hechos, discriminó y siempre puso de lado a las grandes mayorías
nacionales. La realidad de una revolución así, sólo podía concretarse
rompiendo ese ordenamiento tradicional. La legitimidad de este Gobierno
Revolucionario no puede, pues, estribar en el respeto por las reglas de
un juego político decadente que sólo benefició a los grupos
privilegiados del país. Nuestros propósitos nada tienen que ver con las
formas tradicionales de la política criolla que hemos ya desterrado para
siempre del Perú.
Por eso, nuestra legitimidad no viene de los
votos, de los votos de un sistema político viciado de raíz porque nunca
sirvió para defender los auténticos intereses del pueblo peruano.
Nuestra legitimidad tiene su origen en el hecho in-controvertible de que
estamos haciendo la transformación de este país, justamente para
defender e interpretar los intereses de ese pueblo al que se engañó con
impudicia y por un precio. Esta es la única legitimidad de una
revolución auténtica como la nuestra. ¿De qué valía para el verdadero
hombre del pueblo que le hablaran de una libertad con la que después se
traficaba en las tiendas políticas de quienes gobernaron este país desde
el Ejecutivo y desde el Parlamento? ¿Qué hicieron estos defensores de
la democracia formal y de los derechos constitucionales para resolver a
fondo los problemas fundamentales que afectaban al Perú y a su pueblo?
¿Sería, acaso, la vergüenza y el escarnio de esa farsa que fue el
negociado con la Internacional Petroleum y su más vergonzante epílogo
del escándalo de la página once? ¿O la impudicia de una reforma agraria
destinada a defender a los poderosos y a engañar a los campesinos?
¿Dónde están las reformas profundas que tanto se prometieron en los
períodos eleccionarios y que una vez en el poder se escamotearon para
servir a la oligarquía? ¿Por qué ahora se pretende exigir que todo se
haga de una vez, cuando bien poco o nada se hizo durante largos años,
pudiendo por lo menos haber propuesto y defendido esas reformas cuya
paternidad ahora se reclama, pero que no se tuvo ni la honradez ni el
coraje de plantear en años anteriores? La paternidad de una revolución
es de quienes la realizan, no de quienes hablaron de ella para luego
olvidarla desde el poder.
Sin embargo, que no se crea que tenemos
interés fundamental alguno en levantar los cargos que se hacen contra la
revolución. La mejor defensa de la revolución es su obra cumplida. Pero
conviene de tarde en tarde, en horas de enjuiciamiento y de balance
como éstas, poner las cosas en su sitio y despejar los confusionismos y
los engaños con que otra vez se trata de mentir al pueblo. Nosotros no
hablamos de una revolución: la estamos haciendo. Ella es nuestra mejor
justificación ante el Perú y ante la historia. En la conciencia de todos
los peruanos honrados está la evidencia de que por primera yez se han
empezado a atacar a fondo los problemas fundamentales del país.
Allí
está la rotunda probanza de los hechos. Allí está ese puñado de
realizaciones trascendentales que con mucho superan a todo in realizado
por los gobiernos anteriores. Allí está la recuperación del petróleo de
las manos de una empresa extranjera, ante cuyos intereses se
prosternaron, por paga o por terror, los políticos que efectivamente
gobernaron este país desde el Ejecutivo y desde el Parlamento. Allí está
la nueva Ley de Reforma Agraria, que beneficia al campesino y que rompe
el espinazo de una oligarquía hasta ayer prepotente. Allí está la Ley
General de Aguas, que al fín concreta el sueño de cientos de miles de
agricultores cuyos derechos siempre fueron pisoteados en beneficio de
los latifundistas. Allí está la nueva política minera, con la cual
acabarán las viejas prácticas lesivas a los intereses del Perú. Allí
está la ley que pone término a la abusiva especulación de las tierras de
expansión de las ciudades y que contribuirá, de manera muy importante, a
resolver el problema de la vivienda urbana. Allí está la iniciación de
una política de control estatal sobre el Banco Central de Reserva, que
ya no representa los intereses privados sino los intereses de la Nación.
Allí está, en fin, la nueva política internacional, no de sumisión,
sino de dignidad y cuyo rumbo determinan tan sólo los intereses del
Perú.
Todo esto, y mucho más, se ha logrado en apenas un año de
gestión gubernativa. Hay quienes dicen que es muy grande el poder de la
propaganda. Es posible que esto sea así. Pero ninguna propaganda podrá
borrar del conocimiento de todos los peruanos la convicción de que este
Gobierno está haciendo las cosas que ningún otro se atrevió a realizar,
por intereses o por temor. Sin embargo, resulta por entero comprensible
que aún persistan la incredulidad y el escepticismo en este país donde
tanto se traficó con las promesas y donde la politiquería sustituyó a la
política. Aquí precisamente radica una de las grandes culpas y
responsabilidades de quienes contribuyeron deliberadamente a la
corrupción de nuestras instituciones representativas y de esa democracia
en cuyo nombre se comerció con las aspiraciones de un pueblo abnegado
cuyo único delito fue creer en quienes habrían de engañarlo.
Mucho
más de lo que hemos hecho hemos querido hacer por el bien del Perú. Pero
existen poderosas limitaciones que la ciudadanía debe conocer. Nosotros
encontramos al Perú en una profunda crisis económica. No heredamos una
situación de bonanza. El régimen anterior dejó una deuda externa de más
de 37mil millones de soles. ¿Qué de verdaderamente grande o importante
para nuestro pueblo se hizo con esta inmensa suma de dinero? ¿Para qué
grandes transformaciones sirvió esa deuda enorme que el gobierno
anterior contrajo con otros países? Hay que decirlo claramente: buena
parte de esos 37 mil millones de soles fue derrochada en la corrupción
sin paralelo que asoló a este país durante el régimen anterior. ¿Dónde
se encuentran ubicados quienes así traficaron con la miseria de los
pobres? Es necesario que se sepa que parte de ellos huyeron de la
justicia para cobijarse en organismos internacionales a los cuales
siempre sirvieron sin importarles ni el nombre ni el futuro de su
Patria. Día llegará en que saldemos cuentas con quienes no sólo robaron
la confianza del pueblo. No tenemos por qué hablar con eufemismos. Una
revolución implica también un lenguaje diferente, sin medias tintas y
sin tapujos.
Pero las limitaciones que la revolución tiene que
superar no estriban solamente en la pesada carga de esa deuda cuantiosa
que el gobierno anterior contrajo en el extranjero y que el Perú tiene
que pagar. Hay otra limitación muy importante. La oligarquía que ha
visto afectados sus intereses por la Ley de Reforma Agraria, no invierte
su dinero en el país. Este es el gran complot de la derecha económica,
su gran estrategia anti-revolucionaria, su gran traición a la causa del
pueblo peruano. Se persigue de este modo crear una ficticia crisis
económica que vulnere la estabilidad del gobierno. La excusa para no
invertir, es que no existe en el país un "clima de confianza". Esta
frase manida es el estribillo, pero también el arma sicológica, que día a
día utiliza la reacción para cubrir con cortina de humo su verdadera
intención anti-patriótica.
¿Qué "confianza" reclaman los grandes
propietarios del dinero? ¿Una confianza que les permita mantener las
gollerías y los privilegios que nada justifica, excepto sus malas
costumbres de explotadores inveterados del pueblo peruano? ¿Una
confianza basada en el mismo orden de cosas contra el cual insurgió la
revolución? ¿Una confianza como aquella que se creaba cuando eran los
dueños del país? Este tipo de confianza no van a tenerla mientras
nosotros gobernemos. Y no por odio, sino porque estamos convencidos de
que este tipo de confianza es la negación total de las posibilidades de
transformación en el Perú; porque en este tipo de confianza se basaron
las injusticias que hundieron en la miseria y en la explotación a la
gran mayoría de nuestro pueblo.
Hay, sí, condiciones de auténtica
confianza para todos aquellos que comprendan que el dinero debe también
cumplir una constructiva responsabilidad social. Hay confianza y
respaldo gubernamental para la inversión que promueve el desarrollo
económico del país, dentro de un marco de respeto por las justas
expectativas del capital y por los legítimos derechos de los
trabajadores. Hay confianza, porque en el país existe plena estabilidad
política. Hay confianza, porque no existe violencia social y porque
claramente el pueblo respalda a este Gobierno. Hay confianza, porque el
país está sentando las bases de su desarrollo integral en beneficio del
pueblo y de todos los que intervienen en el proceso de la producción
económica. Hay confianza, porque la inversión privada tiene to-das las
garantías que cualquier empresario moderno puede exigir.
Desde un
comienzo, el Gobierno Revolucionario declaró su respaldo y su estímulo a
la inversión privada, incluyendo la extranjera que se sometiera a las
leyes del país. Existen, pues, todas las condiciones de confianza
legítima que requiere el inversionista honrado. Muchos hombres de
empresa lo están comprendiendo así y ya surgen indicios muy claros de
una nueva y positiva tendencia en el campo de la inversión. Pero los
sectores oligárquicos del capitalismo nacional, complotan contra la
revolución, a través del control del aparato económico y amparados en
una prensa ultra-reaccionaria que ha hecho del mito de una mal entendida
atmósfera de "confianza", su instrumento de verdadero chantaje contra
los intereses del país. El pueblo peruano debe tener muy clara idea de
esa verdadera conspiración económica de la oligarquía. Porque el
Gobierno Revolucionario no mantendrá eternamente la serena actitud de
esperar que esta gente recobre el sentir de las cosas y abandone su
perniciosa posición anti-peruana.
Toda la inmensa tarea de
realizaciones efectivas de este gobierno se está llevando a cabo sin
violencia y sin sangre. La nuestra es la única revolución que, habiendo
ya logrado poner en marcha transformaciones profundas, se está
cumpliendo en paz. En otros países, reformas agrarias menos avanzadas
que la nuestra costaron miles de muertos a lo largo de varios años de
cruentas luchas fratricidas. Hasta hoy el Perú ha escapado a este sino
de sangre y de muerte. Confiemos en que así seguirá aconteciendo en el
futuro. Pero comprendamos que la experiencia que hoy vive nuestra patria
representa una conquista sin precedentes. Sin duda alguna, esta
revolución es un fenómeno radicalmente nuevo. No se le puede comprender a
partir de esquemas tradicionales. Por eso, el ejemplo peruano concita
interés, expectativa, admiración en el resto del mundo y particularmente
en nuestro continente latinoamericano.
Inclusive pareciese que más
allá de nuestras fronteras se aquilata mejor la significación histórica
de este gran movimiento revolucionario del Perú. Porque algunos
periódicos, algunos de nuestros "honrados y objetivos" periódicos
criollos, creen que es honrado y objetivo ocultarle al pueblo lo mucho y
lo bien que se habla hoy del Perú en el mundo. Pero no importa. Día
vendrá en que aquí se sepa cuanto y con cuánta perfidia ocultaron la
verdad los dueños de ese periodismo cuya única preocupación es la
de-fensa de inconfesables intereses y un malévolo sensacionalismo. Y
todo esto, bajo el manto piadoso de una pretendida libertad de prensa,
tras la cual se oculta un turbio mundo de apetitos fariseos y de
insidia, cuando no de calumnia cotizable.
Detrás de la campaña de
confusionismo contra la revolución en marcha hay, por cierto, muy
poderosos intereses. Ellen dictan el sentido de esa propaganda que, de
un lado, exige demagógicamente ilusos extremismos y, de otro, insinúa
que nuestra revolución ha entrado en una fase de ablandamiento. Ambas
posturas de la anti-revolución, tienen una misma fuente de inspiración y
es una la bolsa que las paga. Estas dos estrategias son claramente
perceptibles. Una de ellas, persigue que la revolución se acelere
demasiado y se precipite. Pero no cometeremos este error. La otra
estrategia de la anti-revolución, persigue presentarnos como un
movimiento ya ganado por la complacencia, sin empuje e incapaz de ir más
allá de donde ya ha llegado. Naturalmente, detener la marcha de la
revolución cuando ella recién ha comenzado sería otro funesto error que
tampoco vamos a cometer. Sabemos muy bien que para tener éxito las
reformas iniciadas deben necesariamente complementarse con otras que son
igualmente indispensables. Para nosotros, la transformación de este
país es un proceso complejo e integral que tiene que atacarse desde
distintos frentes y en diferentes planos de acción. Por eso, la
revolución tiene un programa. Y ese programa será cumplido metódicamente
y en su totalidad.
Las dos estrategias de la oligarquía se mueven
al unísono, en perfecto concierto, desde aquí y desde el extranjero. La
acción confabulada de los adversarios de la revolución funciona a estos
dos niveles. Uno de sus principales instrumentos es la sincronizada
propaganda deformadora de la verdad, que opera, a través de ciertas
agencias noticiosas extranjeras, de algunas revistas de circulación
internacional y de la mayoría de periódicos que se imprimen en el Perú
que representan y defienden los intereses de la oligarquía peruana y sus
cómplices foráneos.
En esta insidiosa campaña de mentiras, bien
poco o nada tiene que ver la inmensa mayoría de los periodistas
peruanos, que no son responsables de la línea de acción que impone la
mayor parte de los propietarios de los medios de prensa. En general, esa
inmensa mayoría de periodistas simpatiza realmente con la Revolución.
Pero quienes controlan y monopolizan la propiedad de esos órganos de
prensa son miembros de la oligarquía enemiga de la transformación
nacional que estamos realizando.
Las excepciones son pocas y muy
honrosas. Esos diarios y revistas sufren en carme propia las represalias
económicas de la oligarquía a quien se niegan a servir. La honradez de
su posición independiente frente al Gobierno Revolucionario los hace
acreedores al respeto y a la gratitud del pueblo peruano. Por ello, les
expresamos nuestra solidaridad frente a la campaña de que son víctimas.
Esta es la verdad. Y nadie lo sabe mejor que quienes trabajan en los
órganos de prensa del Perú.
La revolución seguirá adelante hasta
cumplir sus objetivos, sin precipitaciones y sin desmayos, por su propio
camino, con sus propios métodos. Hemos sabido resistir todas las
presiones. A nosotros no se nos provocará. Pero seremos implacables en
la defensa de esta revolución de cuyo éxito depende el futuro del Perú.
Que no se confunda la tolerancia con impunidad. En el Perú de hoy los
campos están ya claramente marcados. Esta revolución será defendida
hasta las últimas consecuencias. Sus adversarios de dentro y de fuera
deben saberlo sin posibilidad de error. La Fuerza Armada del Perú la
sustenta y el pueblo día a día la defenderá más porque la sentirá más
suya.
Sabemos que frente a la revolución hay una conjure tenebrosa
manejada por elementos externos, que persigue detener el proceso de
cambio en el Perú. Sabemos que los hilos de esa conjura se mueven
también con el dinero de la oligarquía y la complicidad cotizable de
dirigentes políticos que insurgieron como revolucionarios para después
servir a la reacción de ultraderecha. La Nación debe saber que el
gobierno permanece alerta. Que defenderá la revolución y que mantendrá
las conquistas ya entregadas al pueblo. Esta será una lucha sin cuartel.
Estamos dispuestos a correr todos los riesgos. Poco en realidad
importan nuestras vidas, porque ellas ya han sido entregadas a la
revolución. Y reiteramos que si nosotros caemos en la lucha, otros la
continuarán hasta el final, con más denuedo, más fuerza, más vigor.
Si la oligarquía y los caciques políticos que la sirven, quieren
violencia, habrá violencia en el Perú. Pero quienes la desaten no
quedarán ilesos. Sobre ellos caerá el castigo ejemplarizador de la
revolución. Esta revolución será defendida en todos los terrenos y
contra todos sus enemigos, a cualquier costo.
Quedan todos
claramente notificados de cuál es la posición del Gobierno
Revolucionario. No es una amenaza. Pero sí una categórica advertencia.
Es preciso recordar, sin embargo, que antes de ahora hemos dicho que el
Gobierno Revolucionario nada tiene contra las ideologías renovadoras, ni
contra las masas populares de cualquiera de los partidos políticos del
país. A ellas, el Gobierno Revolucionario les tiende la mano para
defender en común la causa del pueblo. Pero no a los dirigentes que
fueron cómplices del gran engaño que significó convertirse en defensores
de los enemigos del pueblo del Perú. Con esos dirigentes, nada tenemos
en común. Con ellos no hay entendimiento posible, porque representan el
brazo político de la oligarquía anti-revolucionaria. Hablamos sin
eufemismos. Abiertamente ponemos las cartas sobre la mesa. No es nuestro
el lenguaje sibilino de los políticos criollos. Por eso hablamos en la
forma directa y clara que el pueblo comprende.
Los grandes objetivos
de la revolución son superar el subdesarrollo y conquistar la
independencia económica del Perú. Su fuerza viene del pueblo cuya causa
defendemos y de ese nacionalismo profundo que da impulso a las grandes
realizaciones colectivas y que hoy, por primera vez, alienta en la
conciencia y en el corazón de todos los peruanos. Esta revolución se
inicia para sacar al Perú de su marasmo y de su atraso. Se hizo para
modificar radicalmente el ordenamiento tradicional de nuestra sociedad.
El sino histórico de toda verdadera transformación es enfrentar a los
usufructuarios del status quo contra el cual ella insurge. La nuestra no
puede ser una excepción. Los adversarios irreductibles de nuestro
movimiento serán siempre quienes sienten vulnerados sus intereses y sus
privilegios: la oligarquía
Esa oligarquía, sus aliados de dentro y
sus amos de fuera son, pues, y serán siempre, nuestros adversarios
implacables. Tengamos conciencia de que hemos sido los únicos que en
este país han afectado sus intereses. Esta es la primera vez que esa
oligarquía carece de influencia política, la primera vez que no
gobierna. Por eso, no perdona ni jamás perdonará a quienes se han
atrevido a desafiar su poder, su dinero, su fuerza. Ella permanecerá at
acecho, aguardando el momento propicio para lanzar una ofensiva frontal
contra el Gobierno de la Revolución.
No creemos, pues, que el
adversario de la revolución ha sido ya vencido definitivamente. Ha
sufrido algunas serias derrotas, pero la guerra no ha concluido aún.
Terminará cuando la Revolución Nacional haya afianzado profundamente sus
raíces; cuando el pueblo pueda sentirse absolutamente seguro de que esa
oligarquía, que con sus cómplices lo hundió en la pobreza y en el
engeño, ya no puede intentar su retorno at control del país. Nosotros no
podemos cometer el grande y trágico error de creer que la revolución ha
sorteado ya todos los peligros. En realidad, ella recién está
comenzando a confrontarlos. No nos durmamos sobre los laureles de
victorias iniciales. Mantengámonos vigilantes, alertas, decididos.
Nuestro compromiso no es con un ordenamiento político tradicional,
formalista, básicamente inoperante y obsoleto. Nuestro compromiso es con
el pueblo y con la revolución que ese pueblo demanda. A nada ni a nadie
debemos lealtad, sino al Perú y a su causa de justicia social que la
revolución encarna y representa.
Por eso, este gobierno tiene
también el deber de asegurar la continuidad de la revolución. Sería
pueril e indefensible que, en el futuro, permitiéramos la destrucción de
la obra revolucionaria a manos de un nuevo gobierno conservador, que
trabajaría para restablecer ese pasado contra el cual nosotros
insurgimos. Por todo esto, la vuelta al orden constitucional, que tanto
reclaman nuestros adversarios, se producirá únicamente cuando se haya
garantizado la permanencia de la revolución y su continuidad; únicamente
cuando en una nueva Constitución se consagren las conquistas de la
revolución; y únicamente cuando no exista posibilidad de que el Perú sea
otra vez Ilevado al sistema ominoso que abolimos el 3 de Octubre de
1968.
Cumplidos estos requisitos, el Perú podrá escoger el camino de
futuro que decida el concurso de todos sus ciudadanos, el camino que
quiera la auténtica voluntad popular. Entonces, y sólo entonces,
nosotros consideraremos que hemos cumplido por entero nuestro deber y
nuestro compromiso con el Perú, con su pueblo, con su historia. Con
nadie más tenemos compromiso alguno; hacia nadie más tenemos un deber.
Esperamos que todos entiendan claramente lo que esto significa.
Confiamos en que quienes aún abrigan ilusas esperanzas de volver a
disfrutar las prebendas y privilegios de un ayer para siempre cancelado,
las abandonen definitivamente.
Y que no se diga que estamos
rompiendo la armonía entre todos los peruanos. Ella nunca ha existido en
realidad. En el pasado, porque la concordia fue imposible entre un
pueblo explotado y sus explotadores. Y en el presente, porque la armonía
no puede existir entre quienes defienden los intereses de la oligarquía
y quienes defendemos los intereses del pueblo. No puede haber armonía
entre la revolución y la anti revolución. El desarrollo, entendido como
proceso transformador y revolucionario, tiene un precio que debe ser
pagado y que, en gran parte, consiste en la liquidación de todos los
privilegios que los pocos tuvieron a expensas de los muchos. Bien poco
valdría esta revolución si ella simplemente aspirara a modernizar el
país, a introducir cambios secundarios en sus instituciones
tradicionales. Para nosotros el desarrollo necesariamente implica
alterar de modo fundamental las bases de relación política y económica
que hasta hace un año prevalecieron en el ordenamiento social del país.
Entre quienes respaldamos esta revolución y quienes a ella se oponen no
hay entendimiento posible. La verdadera armonía, la verdadera unión
nacional, tiene que construirse de ahora en adelante entre los peruanos
que apoyan y defienden la necesidad de transformar al Perú. Toda
concepción de la unidad nacional en base a poner del mismo lado a los
sostenedores de la revolución y a sus enemigos es, por to tanto, falsa y
anti-histórica. Aceptarla sería desnaturalizar la revolución.
Transformar una sociedad tan compleja como la nuestra, no es tarea
sencilla ni de pronta culminación. Esta revolución apenas ha cumplido un
año de existencia. Los peligros más grandes aún no han aparecido.
Debemos esperar días difíciles. Y crear en nuestro pueblo conciencia
responsable de que tendrán inevitablemente que venir días así. A medida
que la revolución se afiance y nuevos privilegios sean abolidos para
bien del pueblo, la oligarquía y sus felipillos redoblarán esfuerzos
pare frustrarla.
A esa oligarquía empecinada en defender la sinrazón
de su propio egoísmo y todos sus agentes declarados o encubiertos,
peruanos o extranjeros, hoy les volvemos a decir que no les tememos, que
la Revolución no bajará la guardia, que ella continuará su obra de
transformación nacional y que seremos implacables en castigar cualquier
intento de entorpecer su camino.
Si sentimos así nuestro deber y
nuestro compromiso con la revolución, tenemos que velar porque ella sea
siempre ejemplo de limpieza, de honradez, de eficiencia, de sacrificio,
de entrega generosa. Tenemos que crear conciencia de la inmensa tarea
que una revolución entraña. Será necesario enmendar día a día los
errores que inevitablemente se cometen en el diario quehacer de la
revolución. Seamos capaces de rectificarlos. Tengamos la honestidad, la
humildad, la sabiduría y el valor que otros nunca tuvieron para
reconocer errores y enmendarlos. Esto, lejos de debilitar a la
revolución, le dará mayor fuerza porque le dará mayor autoridad moral.
Pero seamos supremamente exigentes con nosotros mismos, aspiremos a ser
cada día mejores, estimulemos la crítica honesta que es un aporte
invalorable en toda obra de creación. Más, por sobre todo, no olvidemos
nunca el sagrado deber de ser siempre leales con esta revolución de la
que pende el porvenir de nuestra Patria.
Nuevas tareas nos aguardan
en este segundo año que hoy se inicia. Ellas serán otros pasos en el
cumplimiento del programa revolucionario, que todo el Perú conoce ya. El
balance de estos primeros tiempos es positivo. Pero no nos sintamos
satisfechos, porque en verdad mucho queda por hacer en el Perú. Que este
segundo año de la revolución nos encuentre más fuertes y más unidos y
que este movimiento siga obedeciendo a su inspiración primera: la
conquista que el Pueblo y la Fuerza Armada del Perú, unidos, hagan del
ideal de lograr una nación con justicia social para todos sus hijos.
Creo mi obligación hacer público nuestro reconocimiento al gran sector
de ciudadanos que, identificados con el espíritu y la obra de la
revolución, laboran en diversos campos de actividad; principalmente al
selecto grupo de técnicos y profesionales que con patriotismo y
desinterés trabajan por la causa de la transformación nacional. Al
hacerlo, muchos de ellos atraen sobre sí los odios y la injuria de los
grupos reaccionarios. Esos ciudadanos que enfrentan riesgos y peligros
por su identificación con el espíritu revolucionario, merecen de
nosotros respeto y gratitud, porque sabemos muy bien con cuanto
desprendimiento están trabajando por el Perú. Con ellos nos sentimos
solidarios y la revolución, de la cual son parte importante por la
calidad del trabajo que realizan, los defenderá contra todas las
amenazas y todos los peligros. Al igual que nosotros, ellos son también
soldados de la revolución.
En un país donde muy pocos supieron ser
consecuentes con sus propios principios, donde muchos se doblegaron ante
los halagos o las amenazas, esos ciudadanos han dado a todos un ejemplo
de coraje al apoyar decididamente una revolución que encarna los
ideales nacionalistas y revolucionarios por los cuales ellos, con valor,
supieron luchar en el pasado. Por eso, yo quiero esta noche revelar el
significado de un gesto así, patriótico y valiente. Y reiterar a esos
dignos ciudadanos el reconocimiento y el respaldo de la Fuerza Armada
que nunca olvidará el esforzado aporte que ellos están dando a la causa
sagrada del Nuevo Perú.
Quiero, para terminar, dirigirme en primer
lugar a quienes hasta hoy no militan en la revolución y, en segundo
lugar, a los campesinos del país. A los primeros, quiero decirles en
nombre del Gobierno Revolucionario, que en esta gesta nacional hay un
lugar para todos los peruanos que sinceramente deseen un cambio profundo
en nuestro país. Sólo están excluidos de la revolución, los que de una
manera u otra se sientan comprometidos con la oligarquía o con el pasado
de oprobio contra el cual insurgimos. Esta es una minoría del Perú. La
inmensa mayoría, los obreros, los empleados, los intelectuales, los
hombres de industria, los estudiantes, los profesionales, es decir, el
verdadero pueblo del Perú, no tiene por qué sentirse solidario con el
pasado, ni por qué defender los intereses de los enemigos de la
revolución. Para ellos y con ellos queremos hacer esta revolución.
Mis palabras finales de esta noche serán para los campesinos, porque la
revolución ha comenzado por la reforma agraria; por esta reforma agraria
que muchos soñaron, pero que muy pocos creyeron ver realizada algún día
en nuestra Patria; por esta reforma agraria que está despertando al
campesino y que concita la admiración y el respeto del mundo entero. Sin
embargo, como lo previmos el día en que ella fue promulgada hace sólo
tres meses, ya es blanco de los intentos de sabotaje y entorpecimiento.
A esos campesinos, para los cuales se hizo la reforma agraria, hoy les
decimos que no se dejen engañar; que piensen en lo poco que por ellos
hicieron quienes desde el poder dieron una ley de reforma para defender a
los poderosos de la tierra; que comprendan que no puede ser sincera la
propaganda de quienes hoy tratan de confundir y crear desconcierto; y
que estén listos a defender con sus propias vidas si fuera necesario las
tierras y las aguas que son y serán suyas.
Mucho del destino de la
revolución depende del esfuerzo y responsabilidad de los campesinos para
hacer exitosa la reforma agraria. Existen y existirán problemas en su
implementación. Esto es inevitable. Pero los campesinos deben estar
alertas contra todos los enemigos de sus reformas, que son los enemigos
de su revolución. No deben olvidar jamás que esta reforma y esta
revolución se está haciendo para todo el pueblo, para todos los pobres
del Perú. Los beneficios de la reforma agraria, también deben alcanzar a
otros sectores de nuestra sociedad que fueron igualmente explotados por
la misma oligarquía que hundió a los campesinos en la miseria. La
revolución comenzó por el campo pero no se detendrá en él. El horizonte
de la revolución es el horizonte mismo de la Patria.
Si tenemos el
poder, debemos aceptar la responsabilidad de triunfos y derrotas. De
nosotros depende el futuro de la revolución. Pero ella vencerá. Tenemos
de nuestro lado la fuera de la razón, pero también la razón de la
fuerza.