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sábado, 19 de marzo de 2011

Fukushima mon amour

par Víctor Raúl Gamarra, vendredi 18 mars 2011, 19:07
Detrás del escenario terrorífico que compagina segundo a segundo la dimensión imperturbable de la tragedia japonesa. Más allá de las interrogaciones sensatas contra la desbandada de la naturaleza y contra la futilidad tecnológica de sus habitantes, se esconden también, entre los pliegues de esas escenas apocalípticas, algunas preguntas fundamentales que nos hacen temblar y que nos interpelan profundamente sobre nuestra condición y sobre lo que hemos llegado a ser: El perfil mutante y deshumanizado del hombre moderno que exhibe su dolor en tres dimensiones, que exhibe en directo la morbosidad que reclama la pedagogía neo liberal, la misma que buscará, hasta en los escombros de la catástrofe, la performance, el rendimiento, la productividad, el lucro a ultranza, la contaminación si ella representa un “Business”.

Tres elementos se han conjugado en el Japón, país que a justo título es el fundador de la imaginería electrónica, el creador de la imagen que testimonia e inmortaliza los hechos a la velocidad del diafragma:
Primero, el terremoto y su cohorte inmediata de muertos que suman en este momento alrededor de 6,000 y 10,000 desaparecidos.
Segundo, El violento tsunami que llega ha transportar barcos sobre el techo de los edificios citadinos.
Tercero, los conatos de irradiación radioactiva en las estaciones nucleares de Fucushima que han provocado el pánico y el desplazamiento de centenares de miles de personas. Este escenario demasiado real y realista para ser verdadero, obedece a la “sabiduría” de la naturaleza y a la imposible previsión del hombre, lo que impone una referencia a la reflexión bíblica, según la cual, la vanidad y la soberbia de los humanos nunca podrá sobreponerse a las fuerzas de la naturaleza.

Todos hemos asistido al desfile de esas escenas transversales en la televisión. En todo el mundo la noticia se transformó en un espectáculo brutal, en esa dimensión de gala visual que explicita de forma interminable el drama de los otros, incluyendo, sin que ellos lo sepan, a aquellos que filman a los que filman y que contribuyen a banalizar el drama, dimensionando aún mas el triste espectáculo que se declina en pasatiempo, en entretenimiento, en distracción y hasta en avidez morbosa…

Mientras tanto, cientos de personas atrapadas en los escombros sin poder señalar su posición a causa de la pérdida de sus portables, agregan una dimensión inesperada al país de la alta tecnología de la imagen, cuando esos mismos portables inteligentes se rebelan inútiles si su propietario ignora, en medio de un inmenso repertorio, el número de teléfono que corresponde a su casa…

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