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jueves, 26 de febrero de 2009

YEUDE SE HUNDE

Cuando Haya de la Torre, enrojecido como un diablo que padece de úlceras incandescentes, gritaba a Luis Alberto Sánchez -ese personaje “ilustre como un vasto horizonte”, en el decir de Luis Jaime Cisneros-, el maestro temblaba. El maestro se hacía pipí. El maestro a veces lloraba.

Y, claro, sus lúcidas opiniones se convertían en cenizas satánicas y satanizadas y de ese modo, el Jefe instalaba su voluminosa supremacía con un golpe de puño sobre la mesa: Historia endiablada de subrayar su virilidad. Historia demoníaca de imponer la exclusividad autoritaria e incontestada de sus puntos de vista.

¿Cuántos desacuerdos fundamentales han separado a estos dos hombres que supieron sin embargo, transformarlos en acuerdos infames, en nombre de la sacrosanta unidad del partido y aún mucho más surrealista: “por el bien del Perú”?

Y eso es el APRA, desde la cúpula hasta las bases, el sacrificio de la verdad y de la decencia en beneficio de una falsa concepción de compañerismo. El culto de la traición como instrumento político de ascenso. La abdicación como filosofía negacionista de los valores eternos, relativizados con el auxilio demagógico del tiempo y el espacio y condensados en mamotretos que ofenden a la inteligencia y al notable avance de las ciencias sociales.

Y eso es el APRA, la tesis y la antitesis de la indefinición. La nada en estado puro, un barco borracho sin timón ni quilla, cuyos ideólogos se atrevieron ayer a citar a Hegel sin comprenderlo y hoy, son incapaces de comprender y aún menos de explicar la desarticulación irreversible del sistema capitalista y el retorno inevitable a formas de intervención estatistas, en el mero corazón del Imperio, cuyos oropeles defendieron desde Haya hasta García

Y eso es el APRA, una permanente declaración de impotencia conceptual que se ejemplariza entre “buenos” y “malditos”, eufemismo que esconde mal, hasta en eso, la hipocresía protectora de su Secretario General, sentimiento latente entre todos los compañeros, cuando lo correcto habría sido dividir el partido entre honestos y ladrones y, de paso, señalar claramente sus lacras y sus latrocinios. Pero eso es imposible. Eso es pedirle nísperos al cactus. Eso no es fraternidad…

Y en cuanto a los nuevos pro apristas que se suben al carro del gobierno, como ese vástago de arrepentimientos sospechosos y tardíos denominado Yeude, cuya voltereta solo pudo traerle beneficios pecuniarios que se concilian mal con un autodefinición de “humanista”, es, ante mis ojos, moralmente responsable y solidario de la corrupción del régimen, porque él ha decidido colaborar en alma y conciencia, cuando una tradición honesta de izquierda, incluso centrista, exige denunciar y combatir para ser creíble.