Vira Gasot)
Cada dia que pasa, la actualidad cruda y brutal nos estremece con la revelación de sus horrores y de sus monstruosidades de todo género. Ellas nos empujan a tomar partido, nos obligan a optar por una posición resuelta; porque ese es el precio que la dignidad impone y porque la conciencia lo establece. Horrores y monstruosidades contra los cuales nuestra oposición y nuestro rechazo, son derisorios, como derisorios y simbólicos son nuestros gestos de participar en una manifestación, o de suscribir una petición inflamada de condenas: Nuestros medios de protesta son insignificantes y limitados o en todo caso, demasiado lentos para esperar que sean eficaces.
Y cuando lo abominable procede del extranjero, a miles de kilómetros de distancia, cuando el protagonista se viste en jeans, y siendo casi un niño, acaba de matar a sangre fría a un hombre de talla incomparable, a un poeta que vivifica las profundidades, a un ser humano vestido de una interminable humanidad, la diferencia entre la vida y la muerte se disloca, la vida no tienen sentido, la vida pierde su sentido, explicándose únicamente a partir del miedo a vivir. O el miedo de vivir en un mundo de desarrollo y globalización que ensancha, paradójicamente, los límites de la locura y de la barbarie, aquellas intolerables fronteras, a donde todo nacionalismo exacerbado suele conducir.
Hace apenas, algunos dias, que en Turquía fue asesinado el Periodista Hrant Dink, de dos certeros balazos en la cabeza: El asesino tiene 17 años.
La víctima tenía 52… Ha dejado dos hijos y una viuda destrozada. Una mujer cuya magnanimidad ejemplar prohibió juzgar al joven asesino de su esposo y pidió mas bien detenerse en su legado, el combate irrestricto pero inteligente, por el reconocimiento del genocidio que abatió a un millón de sus compatriotas armenios, a principios del siglo XX y que diezmó a la población restante, durante las macabras masacres en masa, producidas entre 1915 y 1917, convirtiéndola en una pequeña comunidad, que difícilmente alcanza las 70,000 personas, la mayor parte de las cuales se concentran en Estambul
“nos has abandonado, a tus hijos y a mi, pero no has abandonado a tu pueblo…” Gritó firmemente su esposa en el acto del entierro, recordando que el pueblo armenio vive una actualidad de exclusiones y restricciones de toda índole, aunándose la prohibición de tocar el tema del genocidio, porque las autoridades turcas no lo reconocen y por lo tanto es penalizado con la cárcel. Experiencia desafortunada que vivió su marido en carne propia, por haber escrito una referencia tangencial a su pueblo, que no fue del agrado de los nacionalistas turcos quienes la consideraron insultante y atentatoria “contra la unidad de la Turquía”. Horhan Pamuk, el Premio Nóbel de Literatura, a su turno, ha sido también amenazado de muerte por los nacionalistas ciegos, y condenado por los tribunales, por las mismas razones que Hrant Dink, pero no le exigieron cumplir la sentencia de encarcelamiento. ¿Porque no es armenio?
Mil y una vejaciones ha sufrido ese pueblo, resultando intolerante que los medios pasos del gobierno frente a esta comunidad, sean el resultado de una presión que proviene de Bruselas, en la perspectiva de adelantar su incorporación en la Unión Europea, antes que el examen de conciencia claro y necesario que logre terminar de una vez por todas, con los mitos fundacionales de la República de Ataturk, que son, incluso, constitucionalmente intocables y que hacen del genocidio armenio un negacionismo de estado, negación que impide también la observación de otras masacres graves como aquéllas de kurdos, grecos, de asirio caldéanos etc.
Ser un periodista de una pequeña colectividad que sobrevive en una nación al 99 % musulmana (donde el nacionalismo y las organizaciones de derecha acallan por la fuerza los derechos fundamentales del hombre), fue temerario. Más temerario aún el aventurarse a crear y mantener un periódico de opinión que sostenie la legitimidad del combate por el reconocimiento de tan enorme injusticia, considerandolo como un aspecto importante de otro gran combate, mas largo y promisorio, el “combate por el pluralismo y la democracia”. Su óptica fue la de sostener que la lucha de las minorías en Turquía, pasa por la lucha de los derechos humanos y por el establecimiento de una real democracia.
Recientemente, Francia adoptó en su parlamento una resolución que condena el negacionismo en su territorio (ver: Vira Gasot; 14022006) y sabemos que nuestro entusiasmado comentario no fue apreciado por que, según la óptica de Hrant Dink, la adopción de una tal resolución, envenena los esfuerzos del trabajo de memoria que comienza, señalando que “esta ley, revela hasta qué punto aquellos que perjudican a la libertad de expresión en Turquía, y, aquellos que buscan a perjudicarla en Francia, tienen la misma mentalidad…”
A la pregunta de si esta ley bloquea el diálogo, Hrant Dink dijo; “si… Si los europeos son sinceros, ellos deben dejar a la Turquía progresar hacia la democracia, pero cómo los espíritus pueden cambiar, si el debate está prohibido…En realidad, ni los diputados franceses ni la diáspora no quieren ver que la Turquía está ocupada a cambiar; que el pueblo turco, bajo el efecto de testimonios y de debates, se interroga… El trabajo de conciencia está a la obra… La proposición de ley francesa es un texto represivo, que yo coloco en el mismo lugar que la ley turca que prohíbe hablar de” genocidio”…”
Turquía, extiende su geografía entre los confines de occidente y el comienzo del oriente. Un pie en Europa y otro en Asia. Los turcos llegaron hasta estas tierras de Anatolia en el siglo XI y poco a poco fueron formando el imperio otomano, hasta conquistar Constantinopla, en 1453. Anatolia evoca los lugares a donde se asentaron las primeras comunidades cristianas, como la de Antioquia, donde predicara San Pedro; Tarso, donde nació el Apóstol San Pablo, y los nombres de Troya, Pergamón, Efeso y otros, como el monte Ararat, donde ancló el Arca de Noé, nos afirman y nos confirman
que en esta extensa región, se cimentó la cuna de la cultura grecolatina y judeocristiana, convirtiendo también a los turcos en herederos del Imperio Bizantino y Romano de Oriente.
A la caída del Imperio Otomano, un viento de modernidad soplará fuerte bajo la inevitable influencia del pensamiento filosófico y social europeo de la época, empujando a los “jóvenes turcos”, a iniciar el proceso difícil de búsqueda de identidad nacional, en medio de una occidentalización, considerada necesaria y fundamental para la supervivencia de la Turquía. La evolución de estas convicciones darán sustento conceptual y político a Mustafá Kémal, que una vez en el poder, y en un tiempo relativamente corto, emprenderá monumentales reformas que acabaran con siglos de oscurantismo y de costumbres milenarias. Pero la Turquía también perpetrará una de las más graves atrocidades de la historia: La masacre de armenios y kurdos, elevada a la categoría de “genocidio”.
Sus instituciones serán radicalmente transformadas, como la supresión de los sultanatos, el califato y el Ulema, la abrogación de la ley de la Sharia, la adopción de un Código Civil moderno, inspirado en el código suizo, la sustitución del alfabeto árabe por el el alfabeto latino y otro gran número de medidas orientadas en la dirección de poner fin a la influencia del Islán en la política, y a las prerrogativas de las instituciones religiosas cuyo poder fue considerablemente disminuido.
La vocación ancestral de este pueblo, que desde la antigüedad atravesó el Asia hasta asentarse en la Anatolia, y que emprendió un duro camino desde la independencia hasta nuestros días, se inclina hoy, ante las puertas de la poderosa Europa y reclama su derecho de formar parte de ella, ostentando inocultables lazos que la historia ha tejido entre oriente y occidente, haciendo de su reivindicación histórica de pertenencia a este continente una media legitimidad, a mis ojos, incontestable. Ella exhibe un repertorio nutrido de logros importantes en todos los aspectos de la vida económica y social, pero exhibe también, acontecimientos graves que se sitúan en las antípodas de la democracia e incluso de la civilización. Su historia se enlaza con pasajes sombríos y genuinamente escandalosos, tan inaceptables como incomprensibles a la conciencia humana, ya no tanto por la envergadura monstruosa de quienes avalaron o protagonizaron tales hechos, sino porque hoy, a la hora actual, no existe la voluntad oficial, ni siquiera oficiosa de asumirlos y multiplicar, si se quiere, las responsabilidades.
El combate del periodista Hrant Dink, se proseguirá hasta después de su muerte, porque élla, ha logrado despertar la conciencia dormida de los unos y de los otros, al punto de poder afirmar que, una grave fisura en el edificio vergonzoso del negacionismo, acaba de abrirse, ineluctablemente. Hecho que nos incita a creer que la historia del futuro de este pais ha comenzado a escribirse, desgraciadamente con una primera página de muerte, tan injusta como innecesaria. El “pajarillo inquieto que mira hacia atrás y hacia delante para avanzar”, como el mismo se definió, en un artículo premonitorio, ha remontado el vuelo hacia la eternidad…pero ha dejado un camino y un modo presto al empleo…
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