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martes, 6 de febrero de 2007

PENA DE MUERTE: MUERTO DE PENA



Son numerosas las personas y personalidades que se apretujan y se alinean disciplinadamente, detrás del Presidente García, para ayudarle a sostener el pesado estandarte que reclama y proclama la necesidad de reimplantar la pena de muerte en el Perú. Lo que me hace morir de pena.



En su fuero interior, el presidente García debe hacer frente a un malestar profundo, porque la confluencia de sus antiguas adherencias principistas se allana ahora, al mezquino cálculo de aquello que políticamente rinde mejor: el populismo económico que plebicita. La barata retórica lagrimal que entretiene la imbecilidad y el cretinismo del vulgo.

De nada habrán servido los discursos de ética política que Haya de la Torre condensó - en lo que a matar se refiere-, en vehementes condenaciones contra la arbitrariedad del derecho de matar, que se irrogaron los tiranos y tiranuelos de toda especie, en el espacio que él denominó indo América y en el mundo entero, como de nada habrá servido, su trashumancia europea y sus codeos pegajosos con el humanismo trascendente de Badinter y con el socialismo Miterrandiano.



Y, efectivamente, de nada sirven las convicciones que no incrementan el poder, la fama y el dinero… Tal es la tácita filosofía actual del presidente García, ejemplarizada en su obsesión por restituir la más horrorosa de las penas a la que, decidió sumarse una noche oscura y de sueño profundo, para mantener a los peruanos en la misma somnolencia halucinante y embrutecedora. El señor García como estadista, ha olvidado analizar en permanencia la especie humana, él decide sobre su naturaleza y sobre sus orientaciones, instaura a su guisa, los grupos y sub grupos que la componen, decide de incluir u excluir lo que le parece bueno o malo, se irroga el derecho de enfrentar, primero, al peruano contra el peruano y, segundo, decide regular sobre su existencia y sobre su muerte. En breve, todo un nuevo tiranuelo en ciernes. En breve, un humanista arrepentido que arroja por la borda todo fundamento ético y moral en beneficio de una moralidad mezquina, retardataria y transitoria.

El hombre que mata a su semejante es y será un asesino. El estado que mata a un asesino será un monstruo porque desciende al mismo nivel abominable del criminal.



Son incontables los argumentos que invocan a asumir una posición de justicia en relación a la pena de muerte, los mismos que han impulsado la reciente celebración del tercer congreso contra su aplicación, los primeros días de febrero en París. y que buscan universalizar la abolición definitiva. La pena capital es regularmente aplicada en 54 paises y hara falta mucha pedagogía para convencer a los refractarios, entre los cuales existen muchos que creen sinceramente en su conveniencia. La pena de muerte no ha hecho bajar el número de crímenes graves, y no existe ninguna estadística que pueda probar su efecto disuasivo, que es la razón por la que se instauró. Por el contrario, en Canadá, por ejemplo, después de su abolición en 1976, se ha producido una baja importante en la taza de criminalidad, que gira alrededor de más del 20 %.

Cada petición irreflexiva que abogue por la reinstalación de la pena de muerte en el Perú, a la manera penosa del presidente García, triste atizador de manifestaciones espeluznantes, con exhibición grotesca de símbolos mortuorios en el palacio de la nación, acuérdense que es la inquisición la que se despierta en el corazón, la reencarnación de la ley de Talión, el retorno del espíritu vindicativo de las cavernas. La matanza anticipada de una gran parte de la humanidad que se opone a ella. Ningún ser viviente tiene el derecho de suprimir la vida, porque carece del poder de repararla.



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