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martes, 25 de diciembre de 2007

JULIEN GRACQ

(Vira Gasot)

Cuando un personaje célebre desaparece, surgen sobre la superficie los inevitables biógrafos de circunstancia: Ellos arriban ataviados de enorme información que sin duda, desentrañan las interrogaciones que conciernen su evolución en la vida, la referencia obligatoria de sus obras, una que otra anécdota que repasa el perfil de su personalidad, sus sombras, sus galardones, sus palmas y sus victorias; a la manera de las tediosas menciones honoríficas que son, pomposamente leídas a la ocasión de una evocación mortuoria.

Asi, como una flecha que pasa rutilante al costado de su objetivo, la ficha informativa no nos introduce en lo esencial, en la coherencia de sus infracciones, en la racionalidad de sus excesos, en lo profundo sin incomodar a la profundidad, como decía de él André Rousseaux, cuando comentaba en 1951, Le Rivage de Cyrtes. Toda evocación es peligrosa, y aun más cuando la nostalgia se introduce de por medio y cuando ese tipo de nostalgia es una coartada eficaz para no abordar el avión de la aventura, cuando la evocación nos hace hipotecar los resabios temerarios de un porvenir brillante, por unas cuantas contemplaciones de fugaz luminosidad.

El mago de las palabras acaba de morir a la edad de 97 años. Julián Gracq o Louis Poirier, como lo prefieran, solo pensaba que lo importante es la sonoridad de los nombres. El resto, se organiza en la desorganización de la agresión moderna, agresión que cobra su forma implícita y desfigurada en la destrucción, en la caricatura arbitraria de los valores, invertidos; en las mentiras que definen el rol del hombre respecto de si mismo, en el laconismo de la global piratería predatoria que encandila la conciencia de todos, incluyendo a los que no la tienen, en primera fila por su puesto:

“En la literatura no tengo más colegas. En el espacio de medio siglo, los nuevos usos y costumbres de la corporación me han dejado a lo largo del tiempo, uno a uno detrás de ellos. Ignoro no solamente el CD Room y el Word processing, sino también la máquina a escribir, el libro de bolsillo, y, de una manera general, las vías y los medios de promoción modernos que hacen prosperar las obras de letras. Yo tomo posesión, profesionalmente, en medio de los apreciados folklorismos sobrevivientes que muestran a los extranjeros el jamón ahumado que fabrican nuestros vecinos, o el pan de Poilâne…”

Toda su vida ha visitado únicamente los libros antes que las gentes, sus apegos hormonales por la voluptuosidad de la corteza terrestre, la poesía destructora y reconstructora de la “faz terrena”, las montañas que se pliegan en el silencio de la noche, los ríos que descienden acariciando las piedras y las rocas, todo ello se entremezcla con sus deducciones estremecidas del pensamiento hegeliano, con los filósofos que se infiltran en el esquema de sus propias fantasías y que complementan a Balzac, Chateubriand, Nerval, Francis Ponge, Verne, Poe y Junger entre otros. En fin, el hombre que dijo no, cortésmente, a las insinuaciones propositorias del Premio Nóbel , a la Academia Francesa y al Goncourt en 1951, se va, de la mano de André Breton y quedará en nuestra memoria como el escritor fiel a las fidelidades, de fibra transidamente comunista y siempre refractario a las máquinas sin alma, y cuya poesía surrealista nos convence finalmente, sobre la inutilidad de ser un escritor con máquina de escribir…