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domingo, 8 de marzo de 2009

LA INTOLERANCIA Y LA INCULTURA DE MVLL





Vargas Llosa
no puede con su genio. De nuevo a las andadas con andanadas de contrabando intelectual, cuando analiza en un artículo reciente, la espantosa reticencia gubernamental de declinar la propuesta alemana de participar en la construcción de un Museo de la Memoria, en nuestro país.

La lucidez del escritor se ilumina de cabo a rabo con esa ilustre pedagogía del trato preferencial a lo accidental, a lo contingente, a la anécdota, a la forma ciertamente literaria y bien tratada, pero desprovista de fondo, o con un fondo machacado de inexactitudes, que se pierden en la extensa filosofía de su intolerancia y desprecio por las formas de pensar que no corresponden a su sectarismo de reaccionario cabal. De unicornio, anclado en esa derecha española de la non inteligenzia.

Es cierto que el mayor drama que nuestro país ha sufrido, se condensa en el enfrentamiento armado entre peruanos y cuyas cifras aterrorizantes de muertos y desaparecidos, como cruel resultado, se calculan en 70 mil.

70 mil seres humanos escogidos entre los sectores más pobres y más olvidados de las profundidades serranas, que efectivamente fueron las víctimas enumeradas de la violencia ciega, parto doloroso de otra violencia más antigua y todavía latente y que está determinada por las condiciones inaceptables del sistema que impone y privilegia la explotación, fabricando una miseria desesperada y desesperante que puede caer, en cualquier momento, en los brazos de una nueva aventura delirante, porque a la hora actual nada ha cambiado, y no se hace nada de fundamental por cambiar, a excepción de la demagogia alanista, que pondera un desarrollo inexistente e invisible.

Los verdaderos artesanos de todo conflicto social, entre otros, son aquellos que como Vargas Llosa, desde su extraordinario pupitre mediático sostienen y entretienen tesis políticas y económicas que van al encuentro y protección del capital sin responsabilidades sociales. A la sacralización de las inversiones privadas acordándoles el máximo de libertad y el mínimo de interferencia estatal: “dejarlas enteramente en los brazos del mercado para que se ocupen del desarrollo y del crecimiento” y ya vemos los resultados: Pobreza y desigualdad, Enriquecimiento desmedido para pocos y miseria para el resto.

Quien suscribe alegremente tales convicciones en otros foros de magnificencia internacional, con socios de comprobada inmoralidad intelectual, no puede lagrimear sobre los cadáveres de quienes directamente fueron las víctimas de la vigencia lamentable de ese pensamiento, de ese de estado de injusticia que tales tesis contribuyen a perpetuar.

Un Museo de la Memoria no puede ser una pinacoteca a donde se cuelguen los excesos y las aberraciones de los unos o de los otros. Un museo de la Memoria es la conciliación y el acuerdo nacional de reivindicar la razón para no recaer en la vorágine de la manipulación que crea enemigos en un mismo campo, como lo fueron la inmensidad de soldados de extracción pobre que torturaron y tiraron por encargo y se emularon con el adversario en una absurda espiral de odio y muerte.

Alemania no ha conocido las dimensiones de la guerra interior. Un conflicto particular entre connacionales. Alemania afronta su pasado con un sentido de culpabilidad que envuelve de vergüenza a toda la nación. Alemania saldó sus deudas reconociendo que sufrió la manipulación hitleriana, aquella que arrojo innoblemente a todo el país, en la gigantesca locura de la exterminación pura y dura de judíos y pidió públicamente perdón.

El suyo, es un gesto comprensible y generoso de hacer una donación importante a un país que como el nuestro, aún se debate por esclarecer las odiosas responsabilidades de tanta matanza injusta, de allí que el Gobierno, a través del ministro Ántero Flores Aráoz, explicite su preferencia por el olvido antes que por el recuerdo. Las heridas no están cerradas, ni nuestro porvenir económico y social es claro. Las injusticias se multiplican. El vandálico saqueo de nuestro país y la entrega loca de nuestros recursos al capital foráneo amenazan, tarde o temprano, con una nueva respuesta popular. Por lo que, honrar la memoria de los que fueron asesinados, de todos los muertos de ese periodo doloroso, es, ante todo, desaparecer para siempre las condiciones económicas profundas que motivan la desigualdad flagrante de la sociedad peruana.

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