Bruselles 14102006
Una reciente información proveniente del Ministerio de la Defensa turco, la semana pasada, da cuenta de una primera reacción oficial de ese pais contra la penalización por el no reconocimiento del genocidio armenio. Al parecer, importantes pedidos comandados a diversas empresas francesas han sido anuladas sin ninguna explicación. ¿Es la respuesta primera a las reticencias europeas por dilatar la incorporación dicho pais en la Unión Europea? El siguiente artículo publicado por Vira Gasot el pasado mes, puede venir en ayuda
Turquía viene de atravesar un fin de semana agitado y controvertido. El asar del calendario había tercamente insertado en un mismo dia, dos temas que evocan la sensibilidad patriótica y el orgullo nacional, subvencionados por las reticencias históricas y la menguada satisfacción por el Premio Novel de Literatura.
El camino hacia la admisión dentro de la Unión Europea se ve de nuevo perturbado por estas cíclicas contingencias, que evidencian la posición vacilante de los europeos, por una tal incorporación de ese país.
Únicamente los ultra nacionalistas turcos, inmersos en total indignación, condenaron ferozmente el voto del Parlamento Francés, que propone la penalización del no reconocimiento del genocidio armenio, y abominaron el galardón sueco que confiere sus palmas al escritor turco Orhan Pamuk, considerado por ellos como un títere, porque hace parte de los que reconocen públicamente el genocidio.
106, contra 19 diputados aprobaron el texto de proyecto de ley, no sin desencadenar los desencantos gubernamentales expresados, en primer lugar, por la Ministra delegada al Comercio Exterior, Sra. Christina Lagarde, quien instó a los diputados socialistas a no poner en peligro las relaciones económicas con Turquía, “por una causa electoralista circunstancial”, dado que Francia entretiene un “grueso mercado”.
“Yo soy de los que prefieren depositar un libro de historia en sus estantes, antes que depositar un carné de encargos”. Le respondió un diputado.
La segunda nota controvertida la expresó el Presidente Chirac, prometiendo “hacer todo lo posible porque esta Ley no sea promulgada.”
De ser aprobada, esta ley pondrá, efectivamente, en serias dificultades la tambaleante cuestión del ingreso de ese país a la organización comunitaria europea, con un colofón impresionante de retorsiones que podrían, en efecto, afectar seriamente la presencia financiera francesa, que proyecta construir, entre otros, represas y caminos, pasando por la venta de helicópteros y de tecnología moderna. Los intercambios comerciales se cifran hasta el año pasado a cerca de 8 mil millones de euros.
Los asares del calendario, obran pues, con lúcida coincidencia, cuando Suecia acaba de recompensar con su Novel, al escritor turco, Orhan Pamuk, quien me es particularmente simpático, además de la excelencia refinada de su estilo, por su honesto posicionamiento frente a la intransigencia sistemática y obstinada del pueblo y del Gobierno turco, al no reconocer el bárbaro genocidio perpetrado contra el pueblo armenio.
La coyuntura delinea también el incomodo formato por el que tendrá que pasar el Papa Benedicto XVI, cuando el próximo mes, en Ankara, fije su posición cristiana frente a tan delicado contexto, indigno de soslayar por más tiempo, como las tibias condenaciones, sin especificar los autores que el Vaticano suscribió en el 2000 y 2001.
Mientras tanto, veamos qué pasó.
En abril de 1915, en Estambul, capital del imperio otomano, caen abatidas bajo la fiereza del Ministro del Interior, Taalat Pacha, 600 notables armenios. Es el comienzo sanguinario de una empresa de aniquilamiento sistemático, el primer genocidio del siglo XX, que hará un millón doscientas mil víctimas en la población Armenia del imperio turco. Enseguida, caerán los soldados armenios del ejército turco, quienes habían probado su lealtad, impidiéndose imitar la deserción de sus homólogos turcos. Después, la masacre despiadada se extenderá por las siete provincias orientales del imperio, cumpliendo la orden gubernamental que ha decidido “destruir a todos los armenios residentes en Turquía, poniendo fin a sus existencias, incluso si las medidas que deban tomarse, son de naturaleza criminal, ignorando la edad o el sexo... Los escrúpulos de conciencia no tienen lugar aquí...”
El historiador Arnold Toymbee, en su inspección sobre el lugar de los hechos, reporta la extrema dureza del gobierno que no vacila en destituir a aquéllos funcionarios tibios que incumplen con las disposiciones. Así, reunidos los hombres de 20 hasta 45 años, son alejados de sus familias y enviados a otras provincias para obligarlos a efectuar los trabajos forzados que diezmarán a esa población. En mayo de ese año, la ley fijará el cuadro de la deportación de los sobrevivientes, así como la expoliación de las víctimas. Los niños y las mujeres serán deportados hacia el sur, hacia Alep, una ciudad otomana de Siria. Los convoyes humanos multiplicarán sus desgracias no solo por el sol de plomo ni por la ausencia de víveres y de agua que se abate sobre ellos, sino también por que en las montañas se agazapan los kurdos, que tienen ahora toda la libertad para exterminar a sus vecinos y rivales. Las mujeres y las adolescentes serán capturadas por los kurdos o los turcos y serán vendidas haciendo de ellas conversas forzadas al Islam y matrimoniándolas de fuerza.
En septiembre de ese año, vendrá el turno de los armenios de todo el imperio otomano, quienes conducidos como bestias de carga en convoyes interminables, irán a parar a Alep, en campos de concentración especialmente habilitados en pleno desierto, donde sucumbirán a sus heridas, al hambre y a la fatiga, un total de dos tercios de la población Armenia, bajo la soberanía otomana.
El genocidio ha sido escrito pero la “purificación étnica” se completará en 1923, cuando el general dictador, Moustafá Kémal, expulse a los grecos que vivían allí desde la antigüedad.
Estambul, en 1914 ciudad cristiana en sus dos tercios, se convertirá en ciudad exclusivamente turca y musulmana.
Desde entonces, ningún gobierno turco ha aceptado reconocer esta ignominiosa exterminación, siendo incomprensible que casi la totalidad de turcos pertenecientes a la minoría laica o a la mayoría islamista, no recusen el nacionalismo y la ideología radical de Moustafa Kémal y sus Jóvenes Turcos.
En 1945, la noción de genocidio encontrará su primera utilización jurídica en los actos de acusación de Nuremberg. El genocidio como tal será reconocido por la Subcomisión de Derechos del Hombre de la ONU, y en 1985, Francia adoptará una Ley que reconocerá, oficialmente, la existencia del genocidio contra el pueblo armenio.
Tal cúmulo de información y verdad histórica no puede ser obstinadamente negado y su no reconocimiento, implica una concesión argumental al rechazo de ese país, a no legitimar su aspiración ser miembro a parte entera de la UE.
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