publizida.es

sábado, 25 de agosto de 2007

LA GUERRA DEl 79 Y EL 7,9

La guerra del 79, tiene su colofón caricatural en la guerra del pisco con Chile, que con el nuevo Pisco 7,9, inventado “genialmente” a la hora dolorosa de la extremaunción, el gobierno pretende agradecer, extraña, indecente e interesadamente a la desprendida ayuda internacional que recibimos después del terremoto del 15 de agosto.

El gobierno, piensa que los extranjeros son tan imbéciles como los peruanos, de los cuales tiene la certitud y asume que nadie dirá nada de la enorme vulgaridad de promocionar sibilinamente, la legitimidad del origen peruano del famoso aguardiente, aunque para ello, tenga que servirse de la inmensa devastación natural asesina, que no termina de sembrar el drama en nuestro pais y que alcanzó la magnitud 7,9 Richter.

Pisco 7,9, es la invención de un oportunismo flagrante, cuyos insumos inspirativos se sirven de hasta ahora 513 cadáveres y centenas de heridos, producto de una traumática deflagración telúrica que se abatió sobre el sur del Perú y cuyas consecuencias incuantificables nos espeluznan y conmueven a todos los peruanos del Perú y del mundo.

Esta es la filosofía oportunista del gobierno aprista y de sus allegados, una renuncia total a la ética y a la moral elemental, un saludo gallardo a la criollada que recibirá, sin duda, el púdico nombre de operación marketing, que ya provoca una airada reprobación nacional, pero que deja también, indeleble y gráficamente, las emanaciones alcoholizantes de una iniciativa infeliz y de pésimo gusto del gobierno, cuando sobre la tabla hay mucho que amasar, mucho que reflexionar y nada de tiempo que perder.

El gobierno debe atarearse a vislumbrar las alternativas de reconstrucción, velar que esta no caiga en la inoperancia, una vez más, como las tristes experiencias del pasado, cuando los gobiernos de turno, después de cada devastación producida por la cólera de la naturaleza, crearon las famosas Corporaciones de Reconstrucción y Fomento que en la práctica, fueron nidos sobre poblados de una burocracia inútil y dispendiosa, que no llegaron a reconstruir nada, fuera de algunos símbolos de concentración masiva, como estadios, algunas escuelas y muchas iglesias.

Toda reconstrucción seria deberá comenzar por el reconocimiento presupuestal de partidas destinadas a la prevención de catástrofes naturales, en armonía con el carácter ambiental de la espaciosa zona sísmica sobre la cual habitamos. Serán necesarios estudios intensos y profundos para determinar, en el marco de un programa de desarrollo coherente, los objetivos sociales y económicos que debe contener la acción pública del Estado, en el rediseño rápido y eficiente de una estructura urbana moderna, que contemple su interacción con las necesidades sociales en el ámbito departamental y regional. Hara falta una revisión fundamental del funcionamiento de los sistemas de defensa civil, dotándolos de una estructura eficaz y, sobre todo, dotándolos de recursos permanentes y disponibles en cualquier circunstancia en que la fatalidad convoque su participación. Es urgente redefinir el concepto de “Estado de Emergencia”, disgregando clara y eficazmente sus etapas y sus competencias intersectoriales e institucionales; que cada quien sepa qué hacer y cómo hacer, incluida la Presidencia de la Republica, para evitar la desolada y desolante conducta deanbulatoria e inoperante del jefe del Estado y de sus ministros.

La comunicación, que se ha revelado de una incompetencia mortífera e inaceptable, debe ser completamente revisada y substituida por una red permanente de emergencias, concebida en varias alternativas y sobre diferentes escenarios virtuales imaginados e imaginables, extendiendo su campo de acción a la vertiente de los transportes y de las vías de comunicación, para prever defectos y variables de substitución en caso de devastación natural u otros.

Producida la catástrofe, nunca más deberá reproducirse el tristísimo espectáculo de cadáveres esperando las diligencias mortuorias, como el acta de defunción, o las improvisadas bolsas negras, substitutorias degradantes de los catafalcos, o las ordenes del levantamiento que no llegaron o llegaron demasiado tarde, provocando la descomposición por la ausencia también total de una cobertura de refrigeración.

Sobre los heridos, hay que repensar todo para evitar los chocantes espectáculos de no disponer de ambulancias ni del socorro motorizado necesario, ni de los medios económicos para el transporte hacia otros hospitales o de prever un sistema de participación social en casos como este.

Será útil también, un código de conductas claro que extirpe toda tentativa de politizar una catástrofe que sume en el dolor a la totalidad de los peruanos
y que, el apetito innoble de la figuración, con finalidades de rédito político, al mancillar la dignidad de todos, mancilla también la imagen de nuestro pais,
pais que aparece ante los ojos del mundo, como una nación miserable hasta en el aspecto cívico y espiritual. Este código debe tocar también, la
irreflexiva genuflexión a los intereses políticos de ciertos articulistas, que no supieron dejar de lado sus inclinaciones partidarias, para disparar sin ritmo
ni tino en el momento en que la razón y las convenciones morales imponían la tregua. Hay, dos maneras de señalar los errores en estas
circunstancias, mostrándolos con un índice respónsale, o con un índice condenatorio y acusador…