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lunes, 27 de agosto de 2007

SISMO Y CISMA EN BÉLGICA

Ese encantador Pais europeo, llamado Bélgica, se sacude y se debate hoy entre las cadencias desacompasadas de un sismo político, cuya magnitud ha sobrepasado todas las alertas rojas, y, la fase irremediable del desplome de las precarias estructuras que lo sostienen, parece rondar peligrosamente, como una espada de Damocles que apunta sobre el frágil cordón que aun sujeta, penosamente, la enclenque unidad del Reino y que puede dar paso a la separación de un matrimonio de razón, pero forzado entre “Walones” y “flamones”, dos comunidades social y lingüísticamente diferentes y contrapuestas. A ellas, en este mosaico de complejidades surrealistas, se adiciona la comunidad de expresión alemana que aunque minoritaria, también tiene algo que decir.

Cíclicamente, y sobre todo en las inmediaciones de cada elección sean estas municipales o senatoriales, siempre se han presentado disfrazados de una comprensible amplificación partidista, los revoltosos reclamos de mayor autonomía, provenientes del sólido norte del país, sólido porque concentra a una mayoría porcentualmente indiscutible de súbditos que enarbolan al león, como símbolo irrenunciable de la bravura flamenca y que año tras año, han obtenido cada vez, mayores y mejores concesiones, en el terreno de las competencias regionales.

Esta vez, la parte francófona del pais ha dicho niet. Los “walones” han sumado sus fuerzas políticas de orientaciones contrapuestas y han opuesto un
macizo frente de defensa de sus intereses comunitarios y regionales, caldeando, de esta manera, al rojo vivo, las tensas relaciones intercomunitarias
que amenazan de estallido.

En los cerca 8 años de gobierno del Primer Ministro, Guy Verhofstadt, las tensiones y la sorda lucha entre ambas comunidades mayoritarias del pais, han podido mantenerse a raya, fuera de los episódicos enfrentamientos verbales, que en permanencia animan la vida política de este pequeño gran pais, pero ahora, después de las ultimas elecciones de julio de este año, el espectro de la división del pais se perfila con mayor nitidez y hace temer, por las consecuencias insospechables de una tal eventualidad.

Ives Leterme, líder Demócrata Cristiano, ganador de las elecciones y Presidente de la Región Flamenca, recibió el encargo del Rey, Albert II, para formar un gobierno, en el esquema inevitable de una coalición, a cuyos probables integrantes ha planteado, desde el principio, sus exigencias radicales en materia de profundizar el federalismo, con ventajas ostensibles para la zona flamenca e inaceptables para la zona “walona”

Esas exigencias, tocan aspectos tan disímiles como la separación de los servicios de seguridad social, el empleo, la justicia y hasta el código de la ruta, dentro de la concepción extendida, según la cual, los flamones, por ser mayoritarios en la contribución fiscal, financian indirectamente a las ciudades walonas, incluidas sus ineficacias económicas.

Estas posturas extremas, se alimentan del conservadorismo a ultranza, que tiene su vitrina de nacionalistas ultras, en la ciudad de Amberes y cuyo radicalismo violento condena la política de emigración y reclama exclusividad en lo que toca a la nacionalidad, sembrando de paso, una terrible confusión que ha ganado ya, casi el 50 % de intenciones confirmadas de autonomía y separación, es decir, simplemente y puramente, la desaparición de Bélgica, de la misma manera que se produjo la desaparición de la Checoslovaquia.

Laterme, ha fracasado rotundamente en su rol de formador de gobierno. El Rey ha recogido la esponja arrojada con desesperación por su incapacidad de árbitro, y el impase, cobra las dimensiones de la incógnita en el porvenir inmediato, el fracaso de un nuevo formador, conducirá, inevitablemente a presenciar el desenlace del último acto unitario de ese pais, pais cuya generosidad e inteligencia, logró, paradójicamente, concertar en múltiples ocasiones, la unión de los europeos.