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miércoles, 23 de abril de 2008

DE DONDE NACE EL ANTISEMITISMO (4)

DE DONDE NACE EL ANTISEMITISMO
(Vira Gasot)
Primero, habrá que hablar sucintamente sobre lo que encierra y significa el sustantivo “semita”, que en el contexto de la expresión “antisemitismo” ha adquirido y asume dimensiones peyorativas, adjetivantes y de implícita calificación connotativa. En suma, semita quiere decir judío y en el Perú, no podemos asumir propiamente que este término se englobe de un sentimiento “antijudío”, salvo en los círculos restringidos de una intelectualidad políticamente combativa, frente a ciertas prácticas mal honestas y hasta delincuenciales de ciertos judíos pudientes, peruanos o no. Pero incluso allí, no existe a mi modo de ver, una “militancia” de corte antisemita. El peruano corriente cree ver en los judíos el símbolo de la avaricia y de la usura, siendo común la expresión: “Es más agarrado que un judío”, sin que exista la tendencia al aborrecimiento ni a la antipatía y mucho menos a la aversión hostil a causa de lo que son, sino tal vez, los más informados, a causa de lo que políticamente hacen y representan en el exterior, en los territorios árabes ocupados, como ocurre en otras latitudes, en el estricto sentido racial.

Semita, diremos también brevemente, viene de Sem, quien fuera bíblicamente uno de los hijos de Noe y quien fuera también el ancestro lejano de los pueblos que llevan su nombre, pueblos “semíticos”. A comienzos del siglo XIX, cuando la lingüística histórica hace su aparición, se acordó tácitamente en denominar “semíticas” a las lenguas que no eran indoeuropeas, como entre otras, el árabe y el hebreo que pasarán a ser lenguas habladas por los “semitas” y esa diferencia entre “semita” e “indoeuropeo” ayudará a construir la erronea leyenda de la superioridad en beneficio de la raza aria, raza “superior” entre todas las razas, en términos de inteligencia, de nobleza, de fuerza y hasta de elegancia(?).

Bien evidentemente, existen numerosas interpretaciones puntillosas que exigen un cierto academismo para definir con exactitud y corrección lo que es “hostilidad” contra los semitas y lo que es “hostilidad” contra los judíos, sobre todo, cuando en la actualidad, algunos círculos árabes preocupados de no caer bajo la denominación de antisemitas, reclaman al mismo tiempo ser hijos de Sem, para alejarse de la definición etimológica y acercarse falazmente a la definición semántica que les conviene, es decir: hostilidad contra los judíos. En cuanto a los árabes, ellos también sufren de un racismo “anti árabe” claro y sin sofismas.

En cualquiera de los casos, el confusionismo semántico y etimológico no alberga ningún atenuante para definir de la forma más sencilla posible que desde hace más de dos milenios los judíos, en tanto que pueblo y en tanto que judíos, sufren de los efectos de un antisemitismo cruel y legendario. La pregunta que nos asalta a todos es, ¿por qué? Para responder, tendremos que evocar los antecedentes históricos que señalan, aproximadamente y desde la antigüedad, los probables orígenes de la actitud y comportamiento antisemítico que son, generalmente aceptados por historiadores y científicos sociales, en cuanto a los hechos, aunque en cuanto a la interpretación precisa de los mismos, las diferencias y las discrepancias, siempre serán sujeto de polémicas y discusiones que en el fondo, son saludables y benéficas porque hacen avanzar la eterna búsqueda de la verdad.

En la primera página de este trabajo, habíamos hecho referencia al Imperio de Alejandro bajo cuya égida se produce la primera gran mezcla racial y cultural de la humanidad, desde Irán hasta Italia. Es el tiempo en que Europa y Asia se descubren, se cortejan y se disputan sin que nada pueda detener la mutua exploración de creencias y costumbres, a partir de la irrupción armada de los ejércitos de Alejandro que asientan su poder en la invasión de Egipto y la Palestina, 332 años antes de Cristo y ambos paises pasarán, el año 323, bajo el dominio de la dinastía Lagides, representada por su fundador Ptolomeo Primero. De esta manera, grecos y judíos que nunca antes habían oído hablar de si mismos, escribirán las primeras líneas de una larga historia que comienza con las inaugurales persecuciones judías de la época greco romana.

El racismo contra los judíos parece haber existido desde siempre, sin que esas intransigencias raciales puedan ser calificadas de eternas, es decir, eternas aquellas intransigencias que se sugieren latentes desde el comienzo de los tiempos y que serían tan viejas como la propia historia del pueblo judío; eso, es engañoso y hasta tendencioso y sólo alimentan las erróneas creencias según las cuales, la naturaleza del judaísmo, sus prácticas sociales, culturales y religiosas, desde su aparición inspiran un sentimiento “anti” que forzosamente se complementa con “semita”, para justificar ciertas posturas justificativas del antisemitismo.

Numerosos autores se inclinan por la observación histórica del antisemitismo, a partir de la aparición y desarrollo de la biología sobre cuya base se construyen las teorías modernas de la raza y en especial la “raza judía”. Es decir, a partir del siglo XVIII. Este punto de vista fulmina inconsecuentemente el deber de indagar en permanencia y en el pasado más lejano que es, en suma, la verdadera vocación del investigador. El hecho formal de que no existan vectores “científicos” para analizar el conflicto racial desde sus raíces, no invalida la existencia de sus manifestaciones psicológicas, culturales y sociales que la historia recoge, muchos siglos antes de la aparición de los medios “científicos” que sólo vendrían ha legitimar, “científicamente” las manifestaciones de su existencia.

Tampoco es aceptable respirar la convicción de ciertos autores que hacen una dicotomía entre las características raciales del antisemitismo del siglo XVIII y el “antijudaismo” de los religiosos de la edad media, que, según ellos, tendría un contenido diferente, lo que nos parece demasiado osado sostener, porque a nadie escapa la naturaleza profundamente antisemita del cristianismo, casi desde sus orígenes, ni la forma coherente como se enraíza en la prédica del catecismo y en la iconografía religiosa. En todo caso, el antisemitismo medieval, con sus creencias sacralizadas de antijudaismo, ha servido para sustentar y construir el antisemitismo moderno que Jules Isaac, uno de los historiadores más importantes del antisemitismo, después de la segunda guerra mundial, denunciará ante el mundo, es decir, “la enseñanza del odio” de la Iglesia Católica, lo que contribuyó a las revisiones teológicas en el Vaticano Segundo.

Como en todos los comienzos, las primeras páginas de la historia de los enclaves judíos aparecen borrosas, poco nítidas y avaras en información sobre los puntos precisos que nos interesan. Aun así, sabemos a ciencia cierta que las colonias de judíos asentadas en Egipto durante la ocupación Persa, gozan de un estatuto normal de ciudadanía, es decir que no parecen ser severamente molestadas por el poder dominante, en términos de persecución o en términos de ensañamiento del resto de la población contra ellos, o en nombre de un claro y naciente sentimiento de exclusión por parte de esa sociedad. Es más bien, cuando la dinastía Lagides se instala como nuevo ocupante, que las primeras escaramuzas confrontacionales entre judíos y la administración oficial se producen y se degradan. Sobre esto conversaremos en nuestro próximo capítulo.