Es, en 1930 que se manifesta de una manera hostil y violenta la actitud racista frente a determinadas razas, imprimiendo un carácter jerárquico a la diferencia entre ellas y estableciendo arbitrariamente ciertos criterios selectivos, en acuerdo con la ideología nazista triunfante. Sin embargo, parece ser demasiado pronto para que el término “racista” siente sus raíces en el sentido moderno que le acordamos, puesto que a la época, ese término servía para designar los excesos y violencias que las turbas del nacional socialismo y las acciones de la ultraderecha alemana cometían en contra de los asentamientos judíos, e incluso el propio hitler desestimó su empleo en “Mi lucha”, por considerar que este concepto no era claro y traducía, según él, una noción demasiado “vaga”
Eran, sin embargo, claras las manifestaciones “racistas” que emergieron en la Alemania de los 30, articulándose luego como una ideología, una ideología sustentada únicamente en consideraciones biológicas y que explicaban el comportamiento psicológico de los colectivos humanos en el plano social y cultural. El acto “racista” inaugurado por los nazis, es un acto de intimidación rabiosa, de carácter conflictivo y belicoso que parte de la agresión injustificada, y llega hasta la supresión física pura y simple, y todo ello en honor de una dicotomía de connotaciones falaces y absurdas que coartan las diferencias naturales, del “yo” y el “otro” y, naturalizan las diferencias entre el “nosotros” y “ellos”, en un terreno de separación coercitiva, que se fue legitimando a medida que el Nacional Socialismo ganó terreno en las mentalidades y en el tiempo y, cuando sus repudiables exacciones se precisaron, se preciso también el concepto “racismo”, que resulta ser posterior al concepto “racista”.
El racismo, fundamenta su existencia y su significación en las diferencias aparentes del cuerpo humano, diferencias que explican y determinan la “diferencia” o las “diferencias” entre las razas y no transige en la individualización cultural, ni psicológica, cualquiera que sea el estatuto social de quien, en ese terreno, sea considerado como el “otro”. Celine, en su célebre “Escuela de Cadáveres”, propone una reflexión escalofriante, cuando reduce a todos los judíos al estatuto de microbios indivisibles al ojo del forense y, por lo tanto, a la pregunta de si hay buenos y malos judíos, la respuesta es tácita, No. no, porque no hay microbios buenos ni microbios malos, sólo hay microbios…microbios que hay que destruir imperativamente porque no hay 36, 000 maneras de…hacerlo de otro modo.(1) El llamamiento formal a la masacre antisemita, enlodará al autor de “Voyage au bout de la nuit” y sus reflexiones en contra de los negros, cerrará el círculo vicioso de sus lamentables convicciones, casi místicas, de racista convicto y confeso.
Si nos remontamos a la antigüedad, Aristóteles, esboza ya sus convicciones sobre este tema, acordando a la diferencia entre hombres blancos y hombres negros, un carácter accidental y no esencial “es sólo por accidente que el hombre es blanco” nos dice y nos conforta en la certitud que en aquella época no hubo o no existió ninguna clase de racismo, al menos de la forma como se manifiesta modernamente. Al contrario, si bien, el estatuto social de los negros que vivían en Atenas en el siglo V, se resume a una condición de servitud doméstica de carácter esclavista, los malos tratos o la desconsideración como individuos que debieron sufrir en el mundo greco y también en el mundo romano era, únicamente, a causa de su ubicación social identificada y definida en tanto que esclavos o en tanto que mercenarios y no, en tanto que hombres en posesión de una piel de color negro.
Los que atravesaron, con su inteligencia o con su fuerza los prejuicios sociales de la época, llegaron a desposar a bellas atenienses y en Roma proliferaron las uniones mixtas, uniones que a nadie llamó la atención, ni nadie grito “escándalo” como cuando en el Perú, incluso el de los años 70, por ejemplo, el “Nene” Cubillas, ese extraordinario futbolista peruano negro, era groseramente impedido de pasearse tranquilo con su “blanquiñosa” (2), sin que la obtusa pituquería miraflorina lanzara una mirada escandalizada de desaprobación.
El mismo Haya de la Torre, a pesar de su tórrido discurso social y político, aquel discurso anti imperialista de la primera época, era fundamentalmente un individuo racista antes y después, aún cuando aseguraba sentir una profunda admiración por la filosofía estética de los artistas greco romanos (que por otro lado, ellos adoraban al negro como modelo supremo de gracia y elegancia muscular), un día se le ocurrió pronunciar este grave dislate conceptual: “No es lo mismo un desnudo greco, que un cholo calato”, dijo, y los que festejaron esta “ocurrencia genial” del Jefe, deben ahora lamentar la profunda y humillante desvalorización física del cholo peruano, tacita antitesis del ideal que él se hacia del ser humano perfecto.
No atribuir el carácter de “ideología” al racismo de hoy, me parece que es disminuir sus efectos nocivos, si únicamente se sitúa dicho racismo en el contexto restringido de la intolerancia con respecto a los “otros”. En el Perú, la violencia con la que se articula el pensamiento y la actitud racista, desborda de lejos la explicación marxista en términos de clases sociales, interiorizándose en los confines donde ese sentimiento se mimetiza de resabios coloniales, aun latentes y, donde los núcleos de personas psicológica y físicamente afines, pequeños o numerosos, reclaman al unísono, ser los “únicos” los “mejores” y hasta reivindican la legitimidad de ser el “centro” del todo. En todo caso, el descubrimiento de América, engendró los primeros atisbos de racismo, las primeras manifestaciones concretas del odio que inspiraba el color de la piel de los nativos, el tránsito licencioso de racismo europeo que desembarcó en nuestras tierras condenando primero, el desnudo, como una blasfemia a los ojos púdicos del catolicismo que lo calificó de “salvajismo” y, segundo, estableció brutalmente desde aquel instante, la bifurcación cruel y mortífera de dos razas, de dos culturas, de dos formas diferentes de concebir la evolución y el sentido de la vida. Y el racismo se impuso. Y ese racismo coludido de sus certitudes de superioridad en todos los dominios, especialmente en el dominio religioso, fundo una de las expediciones -masacre más crueles y poco conocidas de la humanidad, el auténtico primer genocidio europeo , genocidio que abrazó a decenas de culturas y a millones de seres humanos exterminados en nombre de la diferencia.
Muchos nos dirán que es exagerado acudir a una catalogación de "genocida" para designar el proceso de la conquista de América, pero si nos atenemos atentamente a los propios conceptos fundados y utilizados por los conquistadores, ellos resultan también ser una herencia interpretativa de los hechos, los mismos que hemos aceptado sin reflexionar mucho, siendo el mismo termino, "conquista", un termino que encierra matices vagos y hasta románticos y que no traducen la barbarie y el ensañamiento masivamente asesino y criminal de los conquistadores, el termino propicio y adecuado es, genocidio, si por genocidio distinguimos las siguientes características, establecidas por Christian Delacampagane en su libro, Una Historia del Racismo y a las que agregamos nuestro punto de vista.
Eran, sin embargo, claras las manifestaciones “racistas” que emergieron en la Alemania de los 30, articulándose luego como una ideología, una ideología sustentada únicamente en consideraciones biológicas y que explicaban el comportamiento psicológico de los colectivos humanos en el plano social y cultural. El acto “racista” inaugurado por los nazis, es un acto de intimidación rabiosa, de carácter conflictivo y belicoso que parte de la agresión injustificada, y llega hasta la supresión física pura y simple, y todo ello en honor de una dicotomía de connotaciones falaces y absurdas que coartan las diferencias naturales, del “yo” y el “otro” y, naturalizan las diferencias entre el “nosotros” y “ellos”, en un terreno de separación coercitiva, que se fue legitimando a medida que el Nacional Socialismo ganó terreno en las mentalidades y en el tiempo y, cuando sus repudiables exacciones se precisaron, se preciso también el concepto “racismo”, que resulta ser posterior al concepto “racista”.
El racismo, fundamenta su existencia y su significación en las diferencias aparentes del cuerpo humano, diferencias que explican y determinan la “diferencia” o las “diferencias” entre las razas y no transige en la individualización cultural, ni psicológica, cualquiera que sea el estatuto social de quien, en ese terreno, sea considerado como el “otro”. Celine, en su célebre “Escuela de Cadáveres”, propone una reflexión escalofriante, cuando reduce a todos los judíos al estatuto de microbios indivisibles al ojo del forense y, por lo tanto, a la pregunta de si hay buenos y malos judíos, la respuesta es tácita, No. no, porque no hay microbios buenos ni microbios malos, sólo hay microbios…microbios que hay que destruir imperativamente porque no hay 36, 000 maneras de…hacerlo de otro modo.(1) El llamamiento formal a la masacre antisemita, enlodará al autor de “Voyage au bout de la nuit” y sus reflexiones en contra de los negros, cerrará el círculo vicioso de sus lamentables convicciones, casi místicas, de racista convicto y confeso.
Si nos remontamos a la antigüedad, Aristóteles, esboza ya sus convicciones sobre este tema, acordando a la diferencia entre hombres blancos y hombres negros, un carácter accidental y no esencial “es sólo por accidente que el hombre es blanco” nos dice y nos conforta en la certitud que en aquella época no hubo o no existió ninguna clase de racismo, al menos de la forma como se manifiesta modernamente. Al contrario, si bien, el estatuto social de los negros que vivían en Atenas en el siglo V, se resume a una condición de servitud doméstica de carácter esclavista, los malos tratos o la desconsideración como individuos que debieron sufrir en el mundo greco y también en el mundo romano era, únicamente, a causa de su ubicación social identificada y definida en tanto que esclavos o en tanto que mercenarios y no, en tanto que hombres en posesión de una piel de color negro.
Los que atravesaron, con su inteligencia o con su fuerza los prejuicios sociales de la época, llegaron a desposar a bellas atenienses y en Roma proliferaron las uniones mixtas, uniones que a nadie llamó la atención, ni nadie grito “escándalo” como cuando en el Perú, incluso el de los años 70, por ejemplo, el “Nene” Cubillas, ese extraordinario futbolista peruano negro, era groseramente impedido de pasearse tranquilo con su “blanquiñosa” (2), sin que la obtusa pituquería miraflorina lanzara una mirada escandalizada de desaprobación.
El mismo Haya de la Torre, a pesar de su tórrido discurso social y político, aquel discurso anti imperialista de la primera época, era fundamentalmente un individuo racista antes y después, aún cuando aseguraba sentir una profunda admiración por la filosofía estética de los artistas greco romanos (que por otro lado, ellos adoraban al negro como modelo supremo de gracia y elegancia muscular), un día se le ocurrió pronunciar este grave dislate conceptual: “No es lo mismo un desnudo greco, que un cholo calato”, dijo, y los que festejaron esta “ocurrencia genial” del Jefe, deben ahora lamentar la profunda y humillante desvalorización física del cholo peruano, tacita antitesis del ideal que él se hacia del ser humano perfecto.
No atribuir el carácter de “ideología” al racismo de hoy, me parece que es disminuir sus efectos nocivos, si únicamente se sitúa dicho racismo en el contexto restringido de la intolerancia con respecto a los “otros”. En el Perú, la violencia con la que se articula el pensamiento y la actitud racista, desborda de lejos la explicación marxista en términos de clases sociales, interiorizándose en los confines donde ese sentimiento se mimetiza de resabios coloniales, aun latentes y, donde los núcleos de personas psicológica y físicamente afines, pequeños o numerosos, reclaman al unísono, ser los “únicos” los “mejores” y hasta reivindican la legitimidad de ser el “centro” del todo. En todo caso, el descubrimiento de América, engendró los primeros atisbos de racismo, las primeras manifestaciones concretas del odio que inspiraba el color de la piel de los nativos, el tránsito licencioso de racismo europeo que desembarcó en nuestras tierras condenando primero, el desnudo, como una blasfemia a los ojos púdicos del catolicismo que lo calificó de “salvajismo” y, segundo, estableció brutalmente desde aquel instante, la bifurcación cruel y mortífera de dos razas, de dos culturas, de dos formas diferentes de concebir la evolución y el sentido de la vida. Y el racismo se impuso. Y ese racismo coludido de sus certitudes de superioridad en todos los dominios, especialmente en el dominio religioso, fundo una de las expediciones -masacre más crueles y poco conocidas de la humanidad, el auténtico primer genocidio europeo , genocidio que abrazó a decenas de culturas y a millones de seres humanos exterminados en nombre de la diferencia.
Muchos nos dirán que es exagerado acudir a una catalogación de "genocida" para designar el proceso de la conquista de América, pero si nos atenemos atentamente a los propios conceptos fundados y utilizados por los conquistadores, ellos resultan también ser una herencia interpretativa de los hechos, los mismos que hemos aceptado sin reflexionar mucho, siendo el mismo termino, "conquista", un termino que encierra matices vagos y hasta románticos y que no traducen la barbarie y el ensañamiento masivamente asesino y criminal de los conquistadores, el termino propicio y adecuado es, genocidio, si por genocidio distinguimos las siguientes características, establecidas por Christian Delacampagane en su libro, Una Historia del Racismo y a las que agregamos nuestro punto de vista.
(continua)
(1) “¿Quieren deshacerse de los judíos -dice Celine- , o quieren que ellos se queden? Si quieren verdaderamente deshacerse de los judíos, entonces no hay 36 mil medios, 36 mil muecas ¡El Racismo! Los judíos sólo tienen miedo del racismo. El antisemitismo no les preocupa. Siempre pueden arreglárselas con los antisemitas. Para eso está allí el nacionalismo! ¡Racismo! ¡Racismo! ¡Racismo! ¡ Y no sólo un poco, de labios para afuera, no, sino integralmente! ¡Absolutamente! ¡inexorablemente, como la esterilización Pasteur perfecta…! Si ustedes quieren únicamente hacer “joujou”, láncense inmediatamente en las “dosis equitables” Las medidas juiciosas, las tonalidades en degradé, el antipersecucionismo, por ejemplo…”
(2) Palabra que también contiene elementos racistas.
(1) “¿Quieren deshacerse de los judíos -dice Celine- , o quieren que ellos se queden? Si quieren verdaderamente deshacerse de los judíos, entonces no hay 36 mil medios, 36 mil muecas ¡El Racismo! Los judíos sólo tienen miedo del racismo. El antisemitismo no les preocupa. Siempre pueden arreglárselas con los antisemitas. Para eso está allí el nacionalismo! ¡Racismo! ¡Racismo! ¡Racismo! ¡ Y no sólo un poco, de labios para afuera, no, sino integralmente! ¡Absolutamente! ¡inexorablemente, como la esterilización Pasteur perfecta…! Si ustedes quieren únicamente hacer “joujou”, láncense inmediatamente en las “dosis equitables” Las medidas juiciosas, las tonalidades en degradé, el antipersecucionismo, por ejemplo…”
(2) Palabra que también contiene elementos racistas.