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lunes, 26 de noviembre de 2007

ALAN GARCIA, O EL SINDROME DEL VERDULERO

(Vira gasot)




Si la expresión, el perro del hortelano, hace alusión al imposible amor de la Condesa de Bel flor con su secretario, con quien, por razones de clase social no pudo concretar los ardores de su pasión y, por razones de odio impidió que ame a otra, la paradójica situación de no comer ni dejar comer, no encaja exactamente con el titulo que el Doctor García ha dado a su artículo, ni mucho menos con lo que sostiene.

En el Perú, aun vivimos el estadio de una hambruna crónica, bi-centenaria, donde más bien, los pocos que siempre han tenido mucho para comer, quieren vender ahora, lo que pertenece a los muchos que comen poco o nada, para seguir comiendo opíparamente, ellos y sus familias y por los siglos de los siglos a venir.

El proverbio español, debe leerse fuera del siglo de oro y en concordato con la actual globalización: El perro del hortelano quiere servir mejor a sus amos, sirviéndose del hambre de los demás y rifando por un puñado de lentejas, lo que nos queda de nuestros minerales, de nuestros recursos, de nuestro territorio.

Lo dicho por García, se pierde en la precariedad anecdótica, es una pachotada demagógica de falsas confrontaciones o de falsificados antagonismos que distinguen en el medio, la riqueza que el pais posee y que según él, no se utiliza por razones ideológicas o burocráticas.

Hay, efectivamente, mucha riqueza en el Perú. Una formidable riqueza que las prospecciones de las transnacionales extranjeras en los últimos 10 años, han detectado con lupa y han escrutado su caudal casi sobre cada kilómetro cuadrado de nuestro territorio. También es verdad que hay dificultades e impedimentos burocráticos, reglas que fueron establecidas para favorecer únicamente a los que tienen la capacidad económica de vulnerarlas o de declararlas letra muerta, pero que ahora, su obsolesencia reclama de nuevas fórmulas protectoras, mayores porcentajes de desgravación impositiva, remate de saldos patrimoniales de la nanción, en agosto y en todos los meses del año, mejores condiciones de sumisión y sometimiento al capital, sin la presencia reguladora del estado y sin control alguno, condiciones en breve, apropiadas para la agresión moderna de la inversión salvaje y para la geoprivatización total que propugna el heredero del partido que nació bajo el sigo del entreguismo y de la abdicación, abdicación primero ideológica, luego política, después económica y ahora las tres juntas y revueltas.

Los tiempos han cambiado, para constatarlo, el Apra habla ahora a través de El Comercio, en perfecta simetría de intereses, en la misma longitud de onda que los capitalistas chilenos demandan a García de allanar el camino para venir en masa e entronizarse en la metalurgia, el proyecto del Presidente, tiene nombre propio, ¡primero los chilenos! ¡Vivan los Alanbrones! Es, simplemente, el colmo de la claudicación.

No se trata pues, de un trasnochado síndrome del Perro del Hortelano, el “patrimonialismo”, que es de su original invención, más se parece a la táctica y a la estrategia conventual del Apra, en cuya capilla, reza la siguiente certitud: o eres del Apra o te mueres, cayéndole a pelo su auto confesión, cuando dice:”Ocurre también, cuando un grupo que captura el poder, una región o un municipio, decide gobernar solo y bloquea el aporte técnico y profesional de otros ciudadanos. En este caso, el perro del hortelano dice: “Sino lo hago yo, nadie debe hacerlo, solo puede hacerlo la gente de mi propio equipo…”

Por lo que pienso que más que el síndrome del perro del hortelano, se trata más bien del síndrome del verdulero agiotista y especulador, que ha decidido rematar las verduras que no le pertenecen. No se trata de quitar al Estado la obsesión del control total, se trata, razonablemente, de no desposeer al Estado de sus prerrogativas y de sus obligaciones sociales, reduciéndolo a un papel de obsesionado alcahuete de la depredación, masiva y corporativa, con beneficios tangenciales o socialmente irrisorios y con secuelas ambientales irreversibles, según los casos, que es como los grandes capitales dejan allí por donde pasaron. Esa, es la única realidad verificable en el Perú y en el mundo entero. Capitales, sí, pero que ayuden a generar transformaciones estructurales de fondo, no maquillajes fantasiosos de formas huecas e insubstanciales.

Que hay que estimular al empleado público que presta el mejor servicio, de acuerdo, a condición que retrospectivamente García analice y auto critique la enorme falacia, el demagógico embuste de la austeridad aplicada a los servidores del Estado, cuyos mejores elementos desertaron y desertan en busca de otros privativos horizontes, porque en el fondo, la maniobra de la disminución de salarios busca fragilizar a la administración pública y acentuar progresivamente la corrupción y su nulidad, para adaptarla a los objetivos de dejar hacer y dejar pasar, todos los chanchullos que apareja un Estado ubérrimo de ultra liberalismo. Allí están las veladas críticas a organismos estatales que frisan el control administrativo y que defienden sus leyes orgánicas de constitución, porque corren el riesgo del paralelismo puesto en práctica ya, en el ámbito de la justicia, por la voluntad palaciega de alisar el camino de las grandes traiciones que se preparan.

El programa de saqueo intermitente que propugna el Doctor García, contiene un capítulo que provoca muy particularmente la cólera y la incomprensión, por su espíritu inhumano, por sus características de crueldad, por su relación con la temeridad de querer legitimar el robo y el despojo, desde el nivel oficial.

Mediante un decreto supremo, dice que autorizará a más de cien beneficencias a vender los activos de las viviendas de su pertenencia a quienes las ocupan. Hay, según él, 30 mil habitaciones o viviendas por las que los inquilinos pagan alquileres irrisorios. La idea es que esos inquilinos, 150 mil, en la realidad, una vez propietarios, mejorarán sus bienes o las venderán al vecino, con lo que se consolidará una vivienda mejor y la Beneficencia tendrá mayores recursos. El presidente o los que redactaron estas proposiciones, ¿tienen conciencia que se trata de peruanos, de seres humanos que viven en las quintas y corralones? ¿Ha cumplido el Estado con efectuar un estudio socio-económico, sobre la situación de esos pobladores, sobre su capacidad de compra y en el caso de que sus economías lo permitan, permitirán también efectuar transformaciones? ¿Dónde está el rol protector del Estado, cuando con certitud sean confrontados a la obligación de vender al mejor postor y los mejores postores ya sabemos de dónde saldrán, es decir, de los sótanos de la especulación inmobiliaria que finalmente arrojarán a esos propietarios de un día, a vivir en nuevas tabladas y arenales? ¿Quiénes son, entonces, los verdaderos perros modernos del hortelano? ¿A eso el Apra llama progreso y desarrollo?

Inmediatamente después, García habla de vender las creencias del estado. Creencias que suman varios cientos de millones y que recomienda hacer paquetes para venderlos en subasta pública a fin de que sean otras personas y otras instituciones las que se encarguen de cobrar y el Estado podrá emplear, de esa manera, los beneficios de las subastas para promover obras de desarrollo. Allí también, los más fragilizados pagarán el pato, los pequeños deudores que no pudieron pagar sus impuestos, entre otros. Pero sobre todo, se abrirá un nuevo capítulo de crueldades inatajables, dramas silenciosos que verán, ante la indiferencia general, desfilar las mafias corporativas de la prepotencia, las caras cortadas de la agresión y la persecución física y moral implacables, los matones del crédito no reembolsado, los que tienen carta blanca para embargar sueldos y salarios, pensiones, cuentas bancarias y otras pertenencias. Pero los otros, los directores de bancos quebrados, de firmas privatizadas, los grandes deudores de las bancas nacionales, esos, si podrán reciclarse en el comando de las flamantes empresas expertas en espulgar deudas.

Quisiera resumir esta farda de desvaríos “vende patria” y poderme ir a dormir porque ayer me acosté muy tarde. Con el perdón de los que conversamos en la capilla ardiente, los seguiré escuchando mañana y los otros días. Seguiremos. Buenos días o Buenas noches.