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martes, 22 de enero de 2008

BOBBY FISCHER, O EL FANTASMA PARANOICO

(Vira Gasot)

Tenía los dedos largos y finos. Sus ojos taciturnos miraban para atrás. Su rostro alargado y sus labios carnosos acentuaban ese aire de artista, artista excéntrico y ensimismado en sus divagaciones estéticas, navegando a su guisa en la ausencia y en la abstracción indómitas. Su infancia no había conocido el bienestar material, ni la estabilidad sicológica de un hogar feliz. Sus rasgos, denunciaban también una permanente soledad, mezclada de montañas de inseguridad y de timidez. Timidez que paradójicamente lo convertirá, a lo largo de su vida, en caprichoso alpinista, henchido de afirmaciones con desenvoltura y hasta con un autoritarismo patente y pedante.

Sus padres se habían divorciado cuando apenas cumplió dos años de edad y su padre, un alemán frío e indiferente, retornó a su país natal, dejando a Regina y sus dos niños, en medio de serias dificultades financieras que no impedirán sin embargo, a su hermanita Joan un poco mayor que él, de ofrecerle en regalo a la edad de 6 años, un diminuto juego de ajedrez, en cartón.
Asi comienza la prodigiosa carrera de Bobby Fischer, un verdadero genio del Ajedrez, disciplina a la que consagró el 98 % de su tiempo, mientras que los “otros”, consagran sólo el 2% y sobre quien se ha escrito tanto y se ha dicho tan poco. Sobre todo, a partir de septiembre de 1972, cuando a la edad de 29 años desarticula, sin derecho a ningún pataleo, al hasta entonces célebre e incontestable señor y maestro del ajedrez soviético y mundial, Boris Spassky.

Toda mi familia se dividió a causa de esa victoria, el contexto de guerra fría que se vivía a la época, impuso a este "match del siglo" un perfume inevitablemente ideológico: Oriente y Occidente se afrontaban en el tablero y era una cuestión de vida o muerte, mostrar la superioridad en el juego y por ende, la superioridad de uno de los dos sistemas, en el terreno político.
Bobby Fischer, el americano de Chicago no sólo venció al ruso, también trajo por los suelos la reputación de inexpugnable hegemonía que los soviéticos gozaban desde siempre, lo que provocó, en la América profunda, un sentimiento de clara superioridad y convirtió a sus dirigentes de esa época, Nixon y Kissinger, en peleles del estallido histérico, con sus posturas inevitables de chauvinismo primario. Pero Fischer desapareció del mundo, el mismo día de su victoria, e ingresó en el laberinto autonómico de su narcisismo y de su egolatría.

La recuperación política no se hizo esperar, pero la vida, acostumbrada a sus desplantes arbitrarios, convertirá a Fischer un poco más tarde, en uno de los antiamericanos más notorios, en un paranoico sin fronteras que llegará a declarar, pocas horas después del atentado del 11 de septiembre del 2001, que "es una formidable noticia… Es tiempo que esos granputas de judíos se hagan romper la cabeza…Es tiempo de terminar con los Estados Unidos, de una vez por todas..."
Perseguido por las fuerzas incontrolables de sus delirios, pero sobre todo, perseguido por fraude fiscal y otras acusaciones, Fischer, el ex americano antisemita terminará arrestado en el Japón, en julio del 2004 y nueve meses después evitará de justeza la extradición hacia los Estados Unidos, al haber obtenido la nacionalidad Islandesa. Del gran Fischer, quedarán sus celebres cóleras y sus ultimatun, sus conflictos siempre renovados con los dirigentes de las federaciones de Ajedrez, cuyas taimadas prácticas permitían a los rusos, por ejemplo, que en los torneos internacionales llegaran siempre a empatar, con el objeto de desestabilizar sicológicamente y "desgastar" al contrincante.
Quedarán también, sus múltiples aportes al ajedrez profesional, en cuanto a las condiciones del juego y a la regulación reglamentaria del tiempo y sus penalizaciones. De sus "excentricidades" duramente criticadas, muchas se habrán convertido en necesarias y admitidas, tales como la talla y el peso de las piezas, las dimensiones del tablero, el silencio y el ruido del público, la impertinencia de los reflectores, los flash del los fotógrafos y un sin múmero de otros detalles menores que se ha converdido en detalles de importancia y asimilados a las nuevas prácticas de ese deporte. Fischer hizo patentar también, un péndulo que a cada movimiento efectuado, se agrega automáticamente un lapso de tiempo a aquel que viene de jugar. La "Cadencia Fischer" ha sido adoptada por la Federación Internacional.
Este último jueves, la partida de ajedrez definitiva que Fischer ha jugado contra la muerte, se ha saldado con una derrota ineluctable formal y definitiva contra su vida. Su paranoia y sus confusiones espirituales ya lo habían desahuciado y lo habían ingresado en una oscura y lamentable decadencia; decadencia alimentada por ideas deplorables como su rechazo y hasta su repulsa contra la medicina, a la que negó su socorro, simplemente por desconfianza.
Su espíritu sectario, cultivado en el antisemitismo primitivo, muy a despecho de los orígenes judíos de su madre, lo condujeron a su auto destrucción y terminará concecuente con él mismo y en buen feligrés de la Iglesia Universal de Dios, una temible secta evangelista a la que él adhirió desde hace varios años atrás.
Los aficionados del ajedrez habrían adorado un encuentro con Anatoli Karpov, luego de haber estoqueado a Taimanov a Larsen, a Petrossián...y por segunda vez a Spassky, en la revancha grotesca de la Servia de Milosevic... En vez de un último encuentro con Karpov, los cables nos informan de su encuentro con la muerte en Reykiavik, este jueves 18 de enero, y por causa de una grave deficiencia hepática que le hizo, sin paranoias de ninguna clase, el jaque mate definitivo, impiadoso…