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martes, 26 de diciembre de 2006

REFLEXIONES DE FIN DE AÑO

REFLEXIONES DE UN AÑO QUE SE VA

Sin duda, son numerosos los acontecimientos ocurridos este año, como son múltiples las reflexiones que ellos inspiran y que cada uno de nosotros los interpretará, según nuestra visión particular, según nuestra imparcialidad, aquella que privilegia la observación atinada y justa, o según el prisma subjetivo, aquel que invoca el análisis farisaico, mezquino e interesado, o simplemente, alejado de la realidad.
Comenzaremos por la Guerra en Irak, partiendo por admitir, sin embargo, que no existe una total imparcialidad, porque el juicio del hombre, siempre estará influenciado por ciertas percepciones erráticas, por ciertos prejuicios incluso de carácter atávico, por ciertas deformaciones que a veces nos empeñamos en no ver, porque ellas traicionan, incluso, a la idea que tenemos de nuestra propia imparcialidad…
Sea como fuere, el año que se va deja al mundo, con un laberinto enmarañado de constataciones dolorosas, como la continuidad insoluble de la guerra en Irak, con sus baños cotidianos de sangre inocente, que llegan a irrigar hasta el mismo centro de Bagdad, ciudad mítica, en cuyos barrios y extramuros, la visión dantesca de la guerra quirúrgica preconizada por Donald Rumsfeld, dejan apercibir los rastros de la violencia, una violencia ciega y desaforada, mas aún, cínicamente criminal, inatajable.
Cuando de pequeño en el Cuzco, escuchaba maravillado “Las Mil y una Noches”, narradas por Rivarola de Radio América en los años 50, Bagdad tenía para mí, un perfume de magia y de ensueño: sobre sus edificios de la afamada arquitectura árabe yo solía dejar a mi imaginación itinerante, glisarse sin miedo, sobre un tapiz volador.
Hoy, el olor pesado de una mixtura nauseabunda de pólvora, sudores en descomposición y caucho quemado, entra por la ventana del Hotel, al mismo tiempo que la voz aguda de los altoparlantes anuncian la hora del rezo islámico, rezo que invita al recogimiento y a la paz consigo y con el prójimo, rezo que se esfuma, rápidamente, para restablecer de nuevo el rutinario sonido de sirenas y de explosiones, de tiroteos y detonaciones extrañas, que nunca se logra saber donde se producen, pero que, de antemano, se sabe que habrán cadáveres y que serán conducidos a la morgue sobresaturada y que los heridos se repartirán en los hospitales, si se puede llamar hospitales a esos recintos de una extrema pobreza e improvisación.
Hoy, adulto, Bagdad da miedo. Da miedo porque se trata de una guerra civil inmisericorde y de corte canibalístico, guerra cuyos protagonistas enfrentan sus peores odios, sin distinguir ni respetar nada que no les sea útil. Guerra en medio de una guerra de ocupación ilegal, guerra con pretextos autodeclarados como invenciones justificativas, pero injustificables ante los ojos y ante la conciencia del mundo. Atolladero atroz y cruel, cuya puerta de salida, no conduce a otro lugar que al mismo punto de partida, al retorno sobre el mismo escenario de fuego y sangre. Este es el escenario en el que los estrategas del Apocalipsis, con el Presidente Bush a la cabeza, no contaron ni imaginaron enfangarse, al punto de haber perdido, completamente, todo control de la situación.
Peor que la guerra de Viet nam. Objetivamente peor. Allí, la salida de la guerra, una vez comprobada la inferioridad de los americanos, pasaba por una evacuación masiva y rápida de sus tropas, lo que finalmente se produjo a la caída de Saigón. En Irak, para terminar con la guerra, los americanos se obligan a continuarla, incrementando sus efectivos, en una espiral absurda de sobre dimensionamiento militar, determinación que los enceguece y que les impide darse cuenta que es inútil, ver imposible, reducir con fuego, mucho fuego, la libertad, la independencia y la soberanía nacional, atropelladas tan escandalosamente y conculcadas “manu militari” al pueblo de Irak.
Cuando el Partido Demócrata ganó las elecciones al Congreso de los Estados Unidos, un inmenso suspiro de alivio exhaló el mundo entero, porque esa nueva composición parlamentaria daba la esperanza de poder invertir el curso de la guerra, modificando su desarrollo y la estrategia eventual de un retiro. Dos comisiones simultáneas se habían constituido con el propósito de ofrecer al Presidente Bush, las alternativas de fin de guerra. La Comisión Bipartidaria hizo llegar un extenso documento que no ha servido literalmente para nada, puesto que el responsable de la política exterior y de la guerra, George Bush, no admite en absoluto, que nadie proponga conclusiones o recomendaciones que no vayan al encuentro de las suyas propias y que estas reinciden en el mantenimiento y prolongación de la guerra, “cueste lo que cueste”. Y “cueste lo que cueste” debe reportar inmensos beneficios, porque la ocupación militar es también un negocio, un inmenso negocio que beneficia a ciertos comerciantes de la guerra y cuyos nombres se asocian sin escrúpulos, a la cúpula próxima del Presidente Bush.
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