(Vira gasot)
Solo Creeré en el Papa, si como representante de Cristo, también acepta ser crucificado. Solo creeré en el Papa, cuando despoje al vaticano de sus vastos oropeles de exaltación terrena y se cristianice. Solo creeré en el Papa, cuando se rebautice y proponga una reconciliación evangélica con aquella otra iglesia, la verdadera; aquella que instaura la caridad y la solidaridad sobre el terreno, que denuncia las injusticias sociales, aquella que vive y sufre con los desposeídos de la tierra, con los pobres que anidan desde siempre, en el valle de las lágrimas: muchedumbres numerosas antes de cristo, y, multitudes incontables y excluidas después de cristo.
Dudo mucho, que la intolerancia y el espíritu prohibitivo que el Papa, metiendo la apretada sotana de la ortodoxia a la Iglesia Católica, pueda catequizar en estos tiempos, o despertar las más mínimas simpatías de los que viven en carne propia la explotación cotidiana. Dudo mucho, sobre la eficacia de las últimas recomendaciones que se concentran en el último y controvertido documento papal, Sacramentum Caritatis (El Sacramento de la Caridad), que se ha hecho público ayer, casi exactamente en el segundo aniversario de su ascenso como Papa y que, coinciden con las duras sanciones que la Congregación para la doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), inflinge a Jon Sobrino, uno de los promotores más notorios de la teología de la liberación.
Solo Creeré en el Papa, si como representante de Cristo, también acepta ser crucificado. Solo creeré en el Papa, cuando despoje al vaticano de sus vastos oropeles de exaltación terrena y se cristianice. Solo creeré en el Papa, cuando se rebautice y proponga una reconciliación evangélica con aquella otra iglesia, la verdadera; aquella que instaura la caridad y la solidaridad sobre el terreno, que denuncia las injusticias sociales, aquella que vive y sufre con los desposeídos de la tierra, con los pobres que anidan desde siempre, en el valle de las lágrimas: muchedumbres numerosas antes de cristo, y, multitudes incontables y excluidas después de cristo.
Dudo mucho, que la intolerancia y el espíritu prohibitivo que el Papa, metiendo la apretada sotana de la ortodoxia a la Iglesia Católica, pueda catequizar en estos tiempos, o despertar las más mínimas simpatías de los que viven en carne propia la explotación cotidiana. Dudo mucho, sobre la eficacia de las últimas recomendaciones que se concentran en el último y controvertido documento papal, Sacramentum Caritatis (El Sacramento de la Caridad), que se ha hecho público ayer, casi exactamente en el segundo aniversario de su ascenso como Papa y que, coinciden con las duras sanciones que la Congregación para la doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), inflinge a Jon Sobrino, uno de los promotores más notorios de la teología de la liberación.
Este jesuita, salvadoreño de origen español, es impedido de impartir enseñanza en cualquier centro católico y, para sus acciones sacerdotales, se le impondrá la retirada del nihil obstat… aprobación eclesiástica necesaria para el ejercicio de su ministerio. Y todo eso ¿porqué? Simplemente porque para Sobrino, la dimensión humana de Cristo está presente en todas sus obras.
El documento papal de 140 proposiciones, habla de la eucaristía, extendiéndose a numerosos tópicos doctrinales, pastorales y litúrgicos. Recoge, en suma, el aporte de los obispos del mundo entero, reunidos en el Vaticano en octubre del 2005, pero conlleva la marca y un fuerte acento del ortodoxismo a ultranza, propugnado por el cardenal Ratzinger, desde cuando era, justamente, el guardián de la fe y de los dogmas de a Iglesia Católica.
El papa sostiene, en nombre de la iglesia de Cristo, una posición definida y definitiva, que clausura todo discusión con respecto al carácter y a la fuerza del catolicismo, que según el, no radica en el diálogo ni en la tolerancia, sino, en la convicción. De ahí que todos los principios fundamentales que sostiene la Iglesia, no son “negociables”, término mercantil que disocia la espiritualidad intrínseca del quehacer religioso, en lo que concierne a la vida humana y la familia, en su particular concepción sobre cómo defenderla. Llueve sobre mojado, la indisolubilidad del matrimonio, el celibato sacerdotal, así como el rechazo del aborto, el divorcio y las uniones homosexuales.
La novedad, resalta por su llamado a los políticos, quienes a partir de hoy, disponen de una agenda precisa a respetar en sus acciones legislativas, bajo la conminación vaticana a la obligación y a la obediencia. La construcción de las sociedades post industriales deberá continuar en crechendo, bajo los estrechos márgenes del pensamiento medieval, ratificado en pleno siglo XXI. La distinción entre conciencia privada y las cuestiones públicas, tras el Concilio Vaticano II, que en cierto modo dieron sustento a numerosas reformas en los campos del divorcio y del aborto, introduce una cláusula de interrogantes para la formulación, en el futuro, de nuevas leyes en esos dominios…De lejos, el Papa ha instalado una nueva pugna entre el lado tradicionalista, que esconde un contrabando de esencia retardataria y de oscurantismo y los nuevos adherentes, cautivados por las innovaciones del Vaticano II.
El documento de Benedicto XVI, llama también a los obispos del planeta a desenvainar la espada en la lucha ideológica por la recuperación del protagonismo perdido, sobre todo en Europa. ¿Cómo?, ¿cambiando la liturgia monumental gregoriana, en lugar de la versión “nacionalista” que cada país imponía a su culto? La intención del Papa es de restaurar la “belleza” y la “claridad” de la liturgia, la cual no esta a la “disposición de nuestro arbitrio y no puede sufrir las presiones de la moda del momento…”