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viernes, 30 de marzo de 2007

HOMENAJE A UNA VIEJA DAMA

(Vira Gasot)


El año en que la conocí, hacia finales de los 60, élla venía justo de cumplir el medio siglo de prolija existencia, en medio de una relativa discreción.

Sus modales, refinados y pulcros, se aparentaban un poco a esa aristocracia cultivada y distinguida, que sabía combinar las exigencias de la religión con una cierta voluptuosidad y desmesura por los hombres, por la cultura, por el conocimiento y por el arte…

Sin embargo, nunca le interesó saber mucho de qué horizonte, ni de qué crisol ético o ideológico, provenían los numerosos candidatos que soñaban recorrer y compartir con élla, una exaltante intimidad…Solo exigía cierta aptitud y aplicación probadas, durante el tiempo que durase la relación…

A sus 50 años, muy lejos de las arrugas que la dictadura de la vejez impone, se mostraba majestuosa y bella. Sin maquillajes ni afeites. Siempre dueña de esa beldad serena y excitante que subyuga a los novatos como yo y que provoca una sensación extraña de respeto y distancia y, al mismo tiempo, de proximidad fulminante, de atracción…

Nuestra curiosidad reciproca, trémula la mía; experimentada y sondeante la suya, se encontraron mágicamente, fascinantemente, en aquel escueto vértice donde convergen todas las pasiones fulgurantes y excitantes, como el deseo de conocer la geografía de sus atributos, de sus facultades… Ella propuso y yo me dispuse. Aquel mismo dia, élla me mostró sus aposentos confortables pero intimidatorios, y me exigió, sin falso pudor, una “prueba de admisión” que debí pasar irremisiblente…

Ese terrorífico instante, añorado al mismo tiempo, temblé como jamás lo había hecho y me batí y debatí como un bello diablo sudoroso que en casi dos horas de concentración e insistencia, logró pasar el examen con una calificación que hizo sonrojar a mi modestia natural. ..Ella me había concedido un inmerecido: ¡Sobresaliente…!

Puedo decir, sin complejos de ninguna clase, que ese formidable dia me sentí por primera vez, verdaderamente adulto y con un vanidoso orgullo sobre mi mismo… Sobre mi vigor y mi destreza, largo tiempo cuestionados por mi padre…

Durante el tiempo que duró nuestra relación, élla se ocupó de organizar y sistematizar el desorden caótico de mi cultura general, de mis “aprioris” y
de mis prejuicios un tanto dogmáticos e influenciados inevitablemente por la época exaltante en que vivíamos. Supo corregir mis lagunas clamorosas en materias teológicas y teologales y me enseñó a respetar la opinión de los otros y la manera correcta de combatirlas. Su respeto inquebrantable por la pluralidad activa me hizo conocer y apreciar a otros de sus protegidos, aquellos pintarrajados, desde los colores en degradé que identifican a los extremos, pasando por aquellos que escogieron los defensores de la Restauración Borbónica y la anarquía. Me enseñó, en suma, a no renegar jamás de las ideas que vivifican la juventud y el día en que nos separamos para siempre, creo haber entendido su último ancho concejo a nosotros todos: “No se preocupen mucho del porvenir porque no existe. Preocúpense, únicamente del presente, asegurándose que el pasado continué a ser fecundo, ese es el campo sobre el cual, lo que hoy siembran, germinará o no…”

Ahora que esta vieja dama, viene de soplar sus 90 invalorables velitas con asombrosa vitalidad, yo le rindo desde el exilio voluntario que ya dura 30 años, un homenaje emocionado de sincero reconocimiento… Feliz cumpleaños pues, a la muy querida y muy noble Universidad Católica del Perú…

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