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domingo, 3 de agosto de 2008

EL DISCURSO DEL SEÑOR DE SIN PAN


Recién ayer pude procurarme una versión grabada del discurso del Doctorcito, y su soporífico contenido me aventó en los brazos herculianos de Morfeo, desafiando mi infinita paciencia para escuchar. Sobre todo, cuando de buscar sinceramente un atisbo de coherencia, o cuando de escrutar una sospechosa huella de cordura y seriedad se trata, en ese universo tambaleante que circunda, la tocada y estrafalaria alma de nuestro Alan nacional: El señor de Sin pan.


Sus arrogancias incenciarias, expectoradas en forma de jeroglíficos y lanzadas desde su púlpito verborreico, sin ninguna clemencia ni consideración por la digestión de quienes lo escuchaban, se aproximaron, más bien, a una suerte de cotorreo anuro, con ton pero sin son, o a la inversa, también.


Creo que hasta las orgías de los verdaderos batracios palaciegos se convirtieron también, el día del discurso, en poco áulicas zancadillas de aburrimiento, de bostezo y de indigestión. Tanta verborrea y tanta logorrea impenitente, en la forma y en el fondo, no pueden provocar otra cosa que la diarrea penitente.


Ese discurso tuvo sin embargo, y al comienzo de la arbitraria somnolencia inflingida, la virtud de devolverme rápidamente a la infancia. Me invadieron las imágenes almidonadas del huachafísimo Manuel Prado, aquel único presidente peruano que paseo su figura de plastilina, en los casi desiertos Champs Elysées parisinos y que tenía la misma vocación o la misma afección por los discursos cursis y empedrados de cifras y de hechos intrascendentes.


Prado, en su Mensaje a la Nación, daba cuenta, por ejemplo, que ese año el Perú había comprado ¡8.000 parihuelas!, que en el puerto se manipulaban ¡3 millones de toneladas de mercancías!, o que el nuevo barco draga, oficial de Mar Landa, una remozada chatarra marina, tenía una capacidad de succionar ¡mil toneladas!


Baratijas, dijo mi abuela.


Alan dice: “! Castrovirreyna ya tiene teléfono, después de 500 años…!


Huevadas y hueveos, diría mi abuelo.


Después de todo, creo que está bien que el doctorcito haya empleado el método de desdeñar lo esencial y privilegiar la tangente. Tan ambigua táctica aprista ha puesto de manifiesto la cruel ausencia de temas fundamentales, temas irresolutos, insolubles y explosivos desde la ojiva aprista y entre ellos, la posición del ejecutivo frente a los derechos humanos, o las previsiones gubernamentales para mantener el crecimiento sin inflación y eso, evidentemente, no se puede encarar con el rictus de monigote, con sus chapulinescas o chaplinescas salidas y muecas que divierten al populorum, pero que no llegan al talón del talento humorístico eficaz de sus imitadores.


Es, hasta una afrenta que trasluce su olímpico desprecio por la inteligencia, cuando a lo largo de su atosigadora perorata, primero deja chorrear los helados sobre la fantasía, cuando sustenta la cantaleta terca y mentirosa del chorreo económico, antes de tener el coraje de decir la verdad. Y claro, la verdad es dura porque el Perú jamás beneficiara del apócrifo “chorreo”, porque el choreo se está consumado.


¿Y cuál es el chorreo del choreo?


Nulo, inexistente. Sobre el plano conceptual, es ocioso insistir en que los beneficios de la distribución no pueden llegar a las clases sociales pobres, simplemente por que el modelo económico vigente, se ha diseñado para favorecer a la inversión y a los inversionistas. La política económica aprista consiste en no modificar la estructura tributaria actual que se sintetiza en: A más choreo, menos tributación; a mayores ganancias extraordinarias, sobre todo en los rubros de explotación minera y exportación en general, menos tributación. En suma, quienes pagan el pato, son las sufridas espaladas de los que menos tienen. El pueblo.


El señor de Sin pan pudo haber hablado de muchas temas, de sus propuestas para combatir el espectro de la educación que nos asusta y nos mina, de la burocracia invadida por los nuevos corsarios con hipo aprofujimorista y de sus necesidades urgentes de reforma, de la salud que provoca la mirada acongojadora del extranjero, cuando se entera que las mesas de operación están muñidas de taladros y de herramientas industriales, de la Constitución, de la reforma del Estado, de la devaluación moral del Congreso en fin, de temas actuales que justifiquen un mensaje presidencial serio.


En contrapartida, hemos temido derecho a la única declaración reformista que fertiliza el inmenso terreno de las bufonadas presidenciales, un edicto de fe, una sincera petición de “reformar el alma”, reforma que se expresa como himno radiante a las bondades místicas del supositorio, al dedo criollo que tiene la forma de una yuquita y que pretende introducirla metafísicamente pero, sin espíritu de revancha. En suma, esta puerilidad grotesca, indigna de un jefe de estado, se alinea en la perspectiva de sus anteriores incongruencias, evidencia su decadencia y el agotamiento intelectual y anuncia, indirectamente, tiempos duros, tiempos de represión inquisidora contra los herejes que como yo, abominan sus verdades de astutas triquiñuelas.


En el fondo, la cruzada del señor de Sin pan ha comenzado, cuando se sirvió de los graves adjetivos descalificativos, para condenar a los maestros, a los sindicalistas obreros, a los campesinos y otros tantos herejes protestantes. Alan instauró la excomunión visible e invisible y nomino perros del hortelano a los herejes que no creyeron en sus verdades. Saltándose del edicto de gracia, nos augura, a quienes no reformemos el alma, la vigencia del Inquisitio y el inquire.

El APRA se prepara, aún cuando no lo crean. Y Cipriani, esa ordinaria caricatura en papel maché, viene de avalar la estrambótica declaración presidencial.