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lunes, 4 de febrero de 2008

COLOMBIA: MARCHA ATRÁS

(Vira Gasot)


En mis épocas de universitario, recuerdo a Cucho Haya de La Torre y Javier Diez Canseco, en nuestra visita al fortín de los comunistas que representaba, en aquél entonces, el irónico e inteligente ex -presidente de la FEP, Gustavo Espinoza. Nosotros representábamos oficiosamente a la PUC, y sentados alrededor de una mesa tambaleante y vetusta, nos habíamos reunido para discutir los detalles de nuestra participación en una “Gran Marcha” por la finalización de la guerra en Viet Nam, guerra inaudita cuyas atrocidades frotaban el delirio depravado y deshumanizante, como se repite hoy en Irak y, la nuestra, una guerrita sombría y ridícula que como hoy, también repite la estúpida desunión de la izquierda peruana.

En esa memorable reunión, tensa, en la que cada cual tomo sus precauciones asépticas para evitar toda contaminación, el susodicho se dirigió a Gustavo con cierta simulada familiaridad, sólo porque ya habíamos compartido antes una misma oficina y un mismo escritorio, gentilmente cedido por la inmensa María Caller, pero sin que nuestras actividades fueran mancomunadas, sino más bien y al contrario, antipódicas, antipáticas…y mutuales.

- Venimos para organizar la marcha unitaria, a condición de finalizarla en silencio, sin oradores ni discursos..

- Si el silencio es la condición de la unidad, la reunión está clausurada. Pero aceptamos el sacrificio porque somos unitarios…

Dicho esto, fue más fácil ponernos de acuerdo, sobre el recorrido, los eslóganes, el tenor de las pancartas y banderolas etc. etc. y cuando llegó el día de la marcha, fue probablemente la manifestación más grande de solidaridad con los guerrilleros de Viet Nam, en todo el continente a excepción, claro está, de Cuba.

En todo el mundo se organizaron marchas de este tipo, espontáneas, sin Internet, ni teletipos, ni teléfonos, ni la intervención de cadenas de radio, de prensa y televisión, ni de embajadas…

En esa marcha, donde la confluencia de sentimientos y de ideales de absoluta nobleza se adhirió sin reservas a la lucha de ese pueblo valeroso, por encima de domésticas divergencias nacionales; en otro escenario, en otras circunstancias históricas y en otro territorio, se quiere repetir universalmente una movilización, esta vez, contra los guerrilleros de las FARC en Colombia, guerrilleros quienes a despecho de las inconmensurables falsificaciones mentirosas sobre su historia y sobre su evolución, también beligeran por la independencia nacional y por mejores y mayores condiciones de vida, actualmente confiscadas por la más temible de las oligarquías latinoamericanas y por sus subconjuntos de terrorismo paramilitar, droga y corrupción.

En el fondo, la anunciada marcha no será otra cosa que el acto desesperado de la impotencia frente a la fuerza del ideal, una movilización gestada con gruesas facturas financieras que proceden de dudosas arcas negras y que necesitan sin duda, blanquearse y que desde luego, atraen a gentes honestas, incluso pobres y mal informadas pero que un día revertirán el puñetazo cuando descubran la manipulación planetaria.

Esa, será una manifestación a donde campearan todos los tópicos belicistas que la reacción colombiana agita nacional e internacionalmente con el “cuco” del terrorismo, tópicos confundidos con los tópicos de los opositores democráticos que imaginan a los suyos equidistantes y diferentes, pero que finalmente vestirán el mismo polo blanco, en la negra marcha que se proyecta para hoy, lunes, armonizándose en la perspectiva inocua de evocar el fin de la guerra, ignorando a uno de sus protagonistas fundamentales, manifestando contra él, lo cual es legítimo, pero lo cual no conduce sino, quiméricamente, a vencer a las FARC, en el terreno de la irrealidad bullanguera y a aumentar el ambiente de histerismo guerrerista favorable a Uribe.

Antes de perpetuarse interesadamente en el anacronismo de saber si los alzados colombianos son o no beligerantes, hay que definir las fronteras y la significación de terrorismo. Este, también se condensa y se objetiviza con elocuencia, en la acción e inacción deliberadas del estado y de sus instituciones, cuando estas admiten el hambre y la pobreza colectiva, los desplazamientos colectivos, oficializan el paramilitarismo criminal, la vigencia impune de los carteles corruptores que matan, porque esos diabólicos parasitismos generan dividendos e inescrupulosos enriquecimientos.

Colombia necesita con urgencia la paz, pero con dignidad. Nadie en ese país es ajeno a su historia, ni alguien ahorrado de no pertenecer a una familia, a un círculo de amigos o conocidos, a quienes la guerra no los haya tocado directa o indirectamente. Malamente. Injustamente. Inhumanamente. La historia de esa nación es la historia de un binomio de crueles beligerancias, entre los que defienden a los pobres a no perdurar en esa situación y los ricos que se empecinan y desesperan por devenir, aun más ricos.