(Vra Gasot)
La más reprobable condición humana, es aquella que se niega a si misma. Y cuando esto se produce, nos devuelve a los saltos del primate, a sus abominables salvajismos, a la oscura configuración del hombre que sin embargo, quiso eludir las tinieblas para erguirse mejor.
Entonces, poco a poco descubrió las reglas y estas se fueron perfeccionando hasta alcanzar los comicios, el consenso, la unanimidad, los derechos y las obligaciones individuales y en sociedad. Con las instituciones nacieron el respeto por el hombre y su dignidad, el respeto por la vida y sus derechos fundamentales.
Martín Rivas, el Mayor del Ejército Peruano que concibió la baja intensidad para exterminar a seres humanos, en alta intensidad, hace desandar a la humanidad entera, la hace regresar a las cuatro patas de la historia, al minuto cero de la aparición del hombre, cuando sólo articulaba sonidos guturales incodificables, exactamente como los que pronunció ayer, cuando le hablaron del grupo Colina, en el jucio del perverso japonés, y en el que también negó estar presente. No es él. Sólo es su sombra.
La sombra que queda de un asesino en serie y de un cínico que inspira el desprecio y el vómito, lugar predilecto a donde se refugian los verdaderos hijos de puta que creen que contornando la legalidad del derecho, pueden contornar la memoria del derecho.
Entonces, poco a poco descubrió las reglas y estas se fueron perfeccionando hasta alcanzar los comicios, el consenso, la unanimidad, los derechos y las obligaciones individuales y en sociedad. Con las instituciones nacieron el respeto por el hombre y su dignidad, el respeto por la vida y sus derechos fundamentales.
Martín Rivas, el Mayor del Ejército Peruano que concibió la baja intensidad para exterminar a seres humanos, en alta intensidad, hace desandar a la humanidad entera, la hace regresar a las cuatro patas de la historia, al minuto cero de la aparición del hombre, cuando sólo articulaba sonidos guturales incodificables, exactamente como los que pronunció ayer, cuando le hablaron del grupo Colina, en el jucio del perverso japonés, y en el que también negó estar presente. No es él. Sólo es su sombra.
La sombra que queda de un asesino en serie y de un cínico que inspira el desprecio y el vómito, lugar predilecto a donde se refugian los verdaderos hijos de puta que creen que contornando la legalidad del derecho, pueden contornar la memoria del derecho.