Extraño país pobre el nuestro, donde se invoca un fabuloso crecimiento económico en pintura y que aun no se ve ni se palpa, pero que ha logrado desestabilizar la sensatez de su máximo dirigente, convirtiéndolo en el icono vigente de una terrible megalomanía. Pobre país el nuestro.
La megalomanía del presidente, acoplada de sus taras de extravagancia y de sus estrafalarios delirios de grandeza que exceden incluso nuestra propia capacidad de comprensión, ha terminado por instalarse confortablemente en el territorio de la iluminación incongruente, en la pérdida de la razón, que ya no puede controlar sus sobresaltos de “genialidad”, cuando sobreactúa conjugando ridiculez con humorismo, originalidad con excentricidad, y hasta capricho maniático, con locura precoz.
No muy pocas personas, con mucha autoridad profesional han abundado en la explicación de la megalomanía, desde la perspectiva psicológico psiquiátrica, definiéndola como un fenómeno de sobreestimación irreal de las capacidades personales que, en el caso de García, se expresa en múltiples tópicos donde el “yo” presidencial adquiere acentos omnímodos, gestos herculianos, posturas de superman, delirios proféticos y delirios de grandeza, cruelmente desmentidos, y hasta las certitudes extáticas de Juana de Arco, sin mencionar demasiado sus patadas y pataditas, los canes odiados del horticultor, sus insultos y sus invocaciones a la represión pura y dura, sus teteos testimóniales de una lactancia severamente reprimida, que quisieran mostrarlo como un hombre de pueblo y que ese pueblo pueblo sólo tiene ganas de decirle: “no me la mames, loco”.
Tener la convicción irracional de ser el jefe indiscutible de un partido predestinado, creer ser la encarnación del hombre que Dios ha escogido para que atraviese los siete mares y conduzca a su pueblo hacia el ficticio paraíso de la felicidad neoliberal, no es ni un delito ni una enfermedad, salvo cuando adquiere el grado de delirio y de obsesión, que es claramente el caso de Alan García, cuyos actos y actitudes definen una patología irrevocable. Su megalomanía, es un elemento significativo en el síndrome de enfermedades mentales graves, por lo que a mi juicio debe dimitir de su cargo porque nos pone en serio peligro, a su entorno y a toda la nación.
La megalomanía del presidente, acoplada de sus taras de extravagancia y de sus estrafalarios delirios de grandeza que exceden incluso nuestra propia capacidad de comprensión, ha terminado por instalarse confortablemente en el territorio de la iluminación incongruente, en la pérdida de la razón, que ya no puede controlar sus sobresaltos de “genialidad”, cuando sobreactúa conjugando ridiculez con humorismo, originalidad con excentricidad, y hasta capricho maniático, con locura precoz.
No muy pocas personas, con mucha autoridad profesional han abundado en la explicación de la megalomanía, desde la perspectiva psicológico psiquiátrica, definiéndola como un fenómeno de sobreestimación irreal de las capacidades personales que, en el caso de García, se expresa en múltiples tópicos donde el “yo” presidencial adquiere acentos omnímodos, gestos herculianos, posturas de superman, delirios proféticos y delirios de grandeza, cruelmente desmentidos, y hasta las certitudes extáticas de Juana de Arco, sin mencionar demasiado sus patadas y pataditas, los canes odiados del horticultor, sus insultos y sus invocaciones a la represión pura y dura, sus teteos testimóniales de una lactancia severamente reprimida, que quisieran mostrarlo como un hombre de pueblo y que ese pueblo pueblo sólo tiene ganas de decirle: “no me la mames, loco”.
Tener la convicción irracional de ser el jefe indiscutible de un partido predestinado, creer ser la encarnación del hombre que Dios ha escogido para que atraviese los siete mares y conduzca a su pueblo hacia el ficticio paraíso de la felicidad neoliberal, no es ni un delito ni una enfermedad, salvo cuando adquiere el grado de delirio y de obsesión, que es claramente el caso de Alan García, cuyos actos y actitudes definen una patología irrevocable. Su megalomanía, es un elemento significativo en el síndrome de enfermedades mentales graves, por lo que a mi juicio debe dimitir de su cargo porque nos pone en serio peligro, a su entorno y a toda la nación.