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viernes, 23 de mayo de 2008

A PROPÓSITO DE RACISMO ENTRE NEGROS

(Vira Gasot)


En la geografía
del racismo y la xenofobia, todas las aberraciones son permitidas. Los excesos tienen los límites endebles de una inteligencia humana vulnerable, que no sirve para gran cosa, dejándose desbordar por el odio, y, paradójicamente, por la irracionalidad. Entonces, esos desbordes se asocian naturalmente con los instintos abominables de los animales. Sólo así se explican las matanzas entre seres humanos, los genocidios étnicos, y las masacres crueles del hombre contra el hombre.

El odio es el común denominador entre aquellos que hacen de la fiera sin inteligencia, una bestia de crueldades sanguinarias y del hombre inteligente, una fiera de instintos animales.

No nos ha sorprendido el desbordamiento odioso de los sudafricanos contra los de Zimbabwe, en donde los pretextos del conflicto social, inventados por los blancos de occidente, reproducen y machacan las justificaciones deleznables como la apropiación del mercado de trabajo y la inseguridad social, cuando en el caso de Sudáfrica, las razones verdaderas se encuentran en el contexto de la manipulación de las diferencias sociales, que determinan las condiciones de trabajo que son impuestas a los que no tienen el derecho de protestar, porque son refugiados o porque son emigrantes.

Hemos visto en la televisión, las imágenes insostenibles de varios negros que apalean a otro negro hasta dejarlo literalmente destrozado, más allá de la muerte. Hemos visto surgir del fondo de la naturaleza humana el salvajismo violento, la demostración objetiva de crueldades abominables que tampoco son exclusivas de los negros. Esas imágenes terribles, nos devuelven a lo que ocurrió en Ruanda, probablemente el genocidio mayor entre negros y el más conocido en toda la historia por lo que, sería bueno hablar un poco de ello, sin olvidar que la mano del blanco merodea en el génesis de los sentimientos de exclusión y de odio, que aterrizaron en territorio africano el siglo pasado.

Por cierto, ¿Quiénes son los Hutus y quiénes son los Tutsi? Ciertamente no son dos “etnias diferentes” como las precipitadas informaciones periodísticas nos hacían llegar en permanencia, a la época de las carnicerías. En realidad, ambas razas pertenecen a una misma etnia, es decir, a una sola raza que comparte la misma lengua, la misma cultura y la misma religión. Sus diferencias físicas, a juzgar por las declaraciones de ambas comunidades, son imperceptibles y no constituyen, a primera vista, un elemento que determiné la diferenciación y la exclusión entre ellos.

Por otro lado, la sociedad Ruandesa ha permitido hasta hace un pasado reciente, los matrimonios mixtos entre Hutus y Tutsis y los primeros no eran impedidos de que puedan convertirse en los segundos. Ambas sociedades han compartido durante siglos, si no es durante milenios, un mismo espacio territorial con poblaciones densas y concentradas en ámbitos relativamente restringidos. Vivían bien y sin grandes dificultades ni rivalidades significativas, aún cuando algunos de sus más lejanos antecedentes históricos detecten conflictos de alguna envergadura, sin llegar a las consecuencias que se desprenden, de la aparición del Colonialismo, y con él, la aparición de “Gobineau”, en el corazón las primeras concepciones oscurantistas de los colonizadores, en lo que toca a raza.

Así, los blancos sentenciaron que los Tutsi eran grandes y de rasgos faciales finos y los Hutus, por el contrario, eran pequeños y de piel más oscura. Los Hutus, según estas tesis; serían “autóctonos” de la región conquistados por los nómades Tutsi venidos de Etiopía y probablemente hasta de Egipto y Palestina. En la lexicología de los colonizadores el Hutu es el negro verdadero, el negro, negro, y el Tutsi es más bien “semita” en la comprensible intensión de asociarlos a sus primos judíos. Es sobre este entendido que los misioneros belgas, monárquicos y retrógrados, fundan la evangelización, dando comienzo a una larga historia de discriminaciones y de hechos sangrientos. Pero en 1962, a los compases de la independencia; los francófonos monárquicos y hasta petanistas, son reemplazados por los flamones democristianos que operan el cambio del poder, en beneficio de la mayoría Hutu.

La presencia colonial europea, principalmente de Bélgica, desarrolló y se sirvió de las “diferencias étnicas” invisibles para imponer en el poder a los Hutus, pero dejo, sobre todo, la visión racista fuertemente interiorizada, y determino, entre otras barbaridades, que los Tutsi eran los responsables de todas las catástrofes económicas y sociales de ese país. La institución del odio racial había sido lanzada con la bendición de la iglesia, de los altos niveles, de los medios de comunicación y hasta del sistema escolar en plaza.

Para remplazar al desarrollo que no llegaba, trabado en los engranajes de una corrupción sin precedentes, se inventó la paranoia racista que, desde 1964 se ensañará contra los Ttusis de Ruanda que deciden no emigrar, linchándolos cada vez de manera más violenta y masiva. Así comienza a aplicarse la idea de la “solución final”, que fue encuadrada en términos de una rigurosa planificación y se produjo lo que todos conocemos: casi un millón de víctimas masacradas en escenarios de carnicería brutal e inimaginable, a tal punto que los sentenciados a morir, pagaban caro por ser liquidados de un tiro antes que de un machetazo.

Mientras que hoy, la lógica del genocidio parece acompañarse del negacionismo que ya se expresa bulliciosamente en ciertos ámbitos interesados, aún cuando no se han establecido los alcances y las reales responsabilidades, queda sin respuesta, el increíble silencio de la comunidad internacional que hizo oídos sordos a los gritos desesperados de ese pueblo y que las propias naciones unidas tuvieron una vez más, en ese conflicto grave, el lado menos lúcido o más bien, el lado más deslucido e ineficaz de su razón de ser.