Las declaraciones del secretario general del APRA, tienen una insolencia perogrullesca.
Pareciera que el ejercicio del gobierno y muchas de sus importantes desiciones estuvieran supeditadas a la opinión y hasta a la aprobación del jefe de un partido político, que es cierto, ganó las elecciones pero que, de conformidad con la tradición democrática, debería retirarse en la discreción de su rol de vigilancia, sobre la aplicación de sus postulados partidarios, comunicando internamente sus pretensiones, apreciaciones o sus aprehensiones, si las hubiera, para dejar al presidente de la República, en entera libertad de gobernar, para todos los peruanos. De lo contrario, la cola del sectarismo partidario se agitará hasta en la sopa presidencial.
En el mundo de las grandes civilizaciones democráticas, esto es simplemente inconcebible. Esto retrata de cuerpo entero los perfiles bananeros de una republiqueta, que a menudo confunde roles y distorsiona competencias.
Esto implica, una abstención honorable y razonable; el no entrometerse inmiscuyendo sus puntos de vista, como si el Secretario general del APRA habría sido uno de los elegidos para gobernar y llegar hasta el punto de arrebatar, al mismísimo presidente del gobierno, la primacía de anuncios que solo corresponden a la primera magistratura, como aquel tan grave de notificar, suplementariamente y con el énfasis de la amenaza grosera y mañosa, que el Congreso de la Nación será disuelto si se interpela a su amnésico Primer Ministro.
Grosera, porque insulta la majestad e independencia del Parlamento y mañosa porque agita el esperpento del terror y del chantaje, condicionando los emolumentos a una actitud de “dejar hacer y dejar pasar…”
La sangre no llegará al rio, no hay estrictamente nada consumado que técnicamente habilité una interpelación. La teoría del “error”, muy poco creíble, no excluye sin embargo, la inmundicia del propósito, la venalidad que traduce otras proyecciones, cuando se llama a un experto en catástrofes, a asumir una importante función del Estado y cuyas referencias pasadas se aunan, efectivamente, a la catástrofe republicana que representó el gobierno nipón de la corrupción en nuestro país.
