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viernes, 6 de abril de 2007

LOS TEMIBLES GENDARMES DE LA FE

(Vira Gasot)

En plena semana santa, donde el fervor religioso conmemora y rememora la pasión, exaltando su profunda espiritualidad en lo que tiene de sacrificio por la humanidad y de magnánima solidaridad con los pobres de la tierra, se producen, diabólicamente, otras odiseas acompasadas del ritmo que provoca el sufrimiento, en otros registros, en otros dramas sociales y en los que, paradójicamente, los gendarmes de la fe, dejan su huella dactilar, como los precursores contemporáneos de la nueva versión retardataria de la Iglesia, made in Benedicto XVI, artífice del retorno a la oscuridad y a la temible criminalidad de la inquisición.

Ese espíritu está de retorno. La cucufatería de sutiles ignorancias, aquella que espulga entre la retórica religiosa, la pérfida lexicología cacofónica, de los responsos tediosos, desconectados de la realidad, las vacías invocaciones a su concepción de un Cristo burocrático y vaticanizado, ajeno a las luchas sociales contra la injusticia, su oscurantismo delictivo que contribuye a desarrollar el sida, la traumatología moral e inhumana que impone al criminalizar a los homosexuales, el delirio extremista de excomulgar el condón y el aborto y aquí, en el Perú, eso y además, los intentos descarados de redefinir la misión de la Universidad Católica, pretendiendo constreñirla a la estrecha camisa de fuerza que representa el Opus Dei, en lo que tiene de más innoble y más atentatorio contra la razón, la ciencia y la dignidad del hombre. Esa paleontología incomprensible del látigo y el castigo corporal, elevada a la categoría de himno celestial al sado masoquismo, sueña con incrustar sus garras en un campus que por ser catílico, es universal y abierto a todas las ideologías y a todas las confesiones, incluidas aquellas que la denigran porque ese es el vedadero mensaje del Evangelio, abertura contra la fiscalización, libertad contra exclusivismo escluyente, aspiraciones y preocupaciones tan caras y legítimas de Riva Agüero.

Todo eso, por supuesto, en medio de coros gregorianos de solemnidad medieval, en medio de una liturgia concebida para impresionar y hacer dormir a los paquidermos, pero lejana, tan lejana de nuestros huaynos vernáculos y de nuestro idioma, que tienen, como también tienen la música de los jóvenes, tanto, o tanto más de espontaneidad y de sinceridad, cuando los católicos se sirven de lo nativo para expresar su fe, como hasta hace poco, ocurría también en los otros paises del mundo, antes que las músicas nacionales no fueran condenadas al infierno por su herejía, su paganismo y su contextura profanas.

Simbólicamente, los gendarles de la fe comenzaron a lanzar sus zarpazos, el mismo dia en que se publicaron las nuevas y rígidas disposiciones papales. Jon Sobrino, el mítico representante real del cristo harapiento, fue la primera víctima de la embestida disfrazada de convención amistosa que lo sentenció al limbo. Ese limbo impreciso y difícil de soportar, a donde el castigo moral, bien pensado por la Curia Romana, pende, en permanencia, como la espada de Damocles, en el terreno de la incertidumbre, creando el sentimiento de estar y no estar al mismo tiempo, dentro o fuera de la Iglesia. (Ver artículo sobre J. Sobrino, en Conversaciones en la Catedral).

Hace algunos dias, este martes exactamente, los sacerdotes de la Parroquia de San Carlos Borromeo, enclavada en el barrio madrileño de Entrevías, distrito de Puente de Vallesca, fueron víctimas de una vergonzosa desición vaticana. El Papa ha ordenado cerrar la parroquia “roja”, contra todo lo establecido en derecho canónigo, por no ser homologada entre las muy estrictas consideraciones actuales en lo que concierne a la catequización y a la liturgia. En efecto, el cura Enrique de Castro, el popular sacerdote “rojo” de Vallescas y sus dos otros compañeros, Javier Baeza y Pepe Días, han recibido la orden de abandonar su parroquia, que será cerrada como centro de culto y cedida a Cáritas.

El Arzobispo de Madrid, Monseñor Rouco, estima que la labor de dichos sacerdotes ha pisado el zócalo de la paciencia, porque desde hace años, en ese barrio, se practican métodos muy poco ortodoxos y de dudosa consistencia litúrgica en las celebraciones sacramentales religiosas en las que, en lugar de ostias, se ofrecen, por ejemplo, rosquillas de harina y huevo, o turrones de doña Pepa. Se les acusa también de impartir, irreglamentariamente, absoluciones colectivas y otras herejías altamente censurables. Toda esta hermosa poesía de acercamiento real y humano hacia el hombre es condenada estupidamente, groseramente, por la miopía y la esclerosis de una jerarquía eclesiástica inquisitorial, que no puede comprender dónde anidan, las coronas de espinas, las llagas, el verdadero sufrimiento de Cristo.

Todos los que conocen Entrevías, sabrán que ese lugar de Madrid alberga a los verdaderos desheredados de la sociedad, los emigrados confinados en el destierro, un cierto lumpen de la globalización, sin ningún acento peyorativo, las frágiles víctimas de la sociedad capitalista que ensalza y estimula los vicios mas degradantes de cuyo comercio viven y se nutren los anónimos señoriítos de cuello y guantes blancos, católicos y romanos, feligreses sin duda de esa otra iglesia hipócrita, que obispos y arzobispos sacramentan, condenando opíparamente a la Iglesia verdadera de los pobres al cierra puertas, a la clausura del atrio donde seguramente Jesús los observa con piedad y los escucha con inmensa pena.

Esos curas que viven una actualidad de sufrimiento por sus fieles, excluidos por la intolerancia incomprensiva de la sociedad y ahora privados de su iglesia, han comenzado un largo camino de lucha contra la jerarquía institucional inquisidora, ahora, precisamente, en Semana Santa. Una pasión de cuyas medidas y proporciones hacemos la salvedad, nos recuerda a la lectura de una hermosa novela de Nicos Katzansakis, a donde describe la Pasión de cristo, dentro de la pasión de Cristo…



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