Por encima del incuestionable derecho a su existencia mutua, siempre ha sido una obsesión poder dilucidar quién tiene la razón y quien no. El mundo se divide en dos, hasta en tres y cuatro, cuando escudriña la complejidad del milenario conflicto que enfrentan árabes y judíos; cuando, la terrible conflagración de violencias que se inflingen, alcanzan un grado (para ellos imperceptible), que trasciende la razón. Cuando el enfrentamiento galvanizado de certitudes irretractables en ambos campos, abordan los parajes tenebrosos que anteceden a la demencia colectiva, y se prolongan, indefinidamente en el tiempo, con su secuela doliente de drama y muerte cotidianas.
Una fatalidad a la que el mundo casi se ha acostumbrado en la vasta geografía del horror que lo circunda y a la que hoy, se adiciona, como en Irak, el espectro letal de la lucha fratricida.
Situación inaceptable, situación intolerable que nos conduce a formular a los antagonistas, una pregunta angustiosa: ¿Hasta cuándo tanto derramamiento de sangre, para cuándo el retorno a la sensatez?
La confusión todavía envuelve y espanta a los palestinos. A estas horas, se cuentan los cadáveres de las ejecuciones sumarias entre las milicias de Hamás y Al Fatha que alcanzan, al parecer, a más de 50 personas en los últimos 5 días de combates. El número de heridos ni siquiera es mencionado. La situación que ha provocado estos enfrentamientos es grave e incontrolable. Un nuevo capítulo de violencia extrema parece haberse instalado en el territorio de Gaza, violencia que se intensifica aún más dantescamente, cuando de forma simultanea, la respuesta a un ataque de varios artefactos caseros palestinos dirigidos contra Israel, provoca una nueva incursión de tanques y vehículos de combate que se diseminan por toda la franja, mientras que por aire, los aviones y helicópteros, pasan la dolorosa factura de la agresión, en lo que puede ser el peor ataque de Israel, desde el alto al fuego en noviembre pasado.
La TV local lanza avisos desesperados para recolectar sangre, pero nadie se moviliza por temor y por la imposibilidad de atravesar unos cuantos metros, sin ser controlado por las milicias que se disputan las zonas de influencia. En algunas calles con ausencia total de vehículos, los niños juegan al fútbol, al costado de acumulaciones gigantescas de basura, consecuencia de una larga huelga de empleados de la limpieza. En el hospital Al-Qods, el Doctor Adel, declara al periódico francés, “Le Monde”, resumiendo la tragedia que vive su pueblo:
“Todo esto es absurdo, no tenemos nada que comer y todavía estamos tirándonos balas entre nosotros, todo el mundo sabe que no se puede dividir la ciudad, que un campo no puede ganar al otro, pero lo peor está todavía por venir: Los árabes no desean la solución. Los israelitas no quieren la paz y se frotan las manos, los americanos, no tienen nada que ofrecernos y sólo atizan las brazas, en estas condiciones, solo nos resta partir…”
Partir es la ilusión que acarician muchos jóvenes cuyo porvenir está condenado, por la cruenta lógica de una guerra sin solución a mediano plazo, en un país que a la hora actual cuenta con 1.5 millones de habitantes y cuya densidad demográfica es de 3.808 habitantes por Kilómetro cuadrado. Pero partir también les está denegado a este mismo país que cuenta con un 80 % de pobreza, y a donde un boleto de transporte de más de 100 kilómetros cuesta una fortuna…
Ante la impotencia de los organismos internacionales y ante la impotencia de los paises con mayor influencia política en el mundo, sólo nos queda abogar por la constitución de un frente universal, un frente por la reinstalación del derecho a vivir en paz en esta zona de conflictos interminables y que deberá estar integrado por todas las personalidades de probada imparcialidad con los beligerantes, personalidades reconocidas que puedan poner al servicio de esta noble causa, sus nobles oficios. Nos resta a todos, a participar en esta gran movilización humana.
¿Quién me enlaza?
