(VIRA GASOT)
No comulgo enteramente con las ideas políticas de César Hildebrandt, pero tampoco comulgo con las inmensas ruedas de molino que quieren hacerlas pasar por mini hostias traslucidas, insinuando que su desaparición de la pantalla de la honestidad, de la única tribuna libertaria que salva el honor del Perú, obedece a oscuras razones de trabajo, o que no hay plata para pagarle.
Tan oscuras y pueriles son esas razones, que parecen verónicas guturales de algún Papa negro, que no se atreve a llamar al pan, pan y al vino, vino de misa.
Hace tiempo que a Hildebrandt quieren desconectarlo de la gente que lo oye y que lo lee. Desconectarlo para siempre, definitivamente, y el botón que lo decide se encuentra inequívocamente en Palacio de Gobierno, con botones alternos apostados en la Iglesia y en el cuartel; en los ministerios públicos dependientes de los privados, en fin, en todos esos lugares donde deambulan los cerebros disecados o esclerotizados por la corrupción y que atentan delincuencialmente contra quienes no se aliñan, ni se allanan, Punto.
El santo sacrificio parece consumarse en forma de descuartizamiento sañoso y silencioso, el consorcio de la destrucción civil ha sacado su armada de maquinarias punzo vivradoras, para taladrar la débil viga que sostiene el minúsculo edificio que alberga, a los poquísimos peruanos honrados que defienden el derecho de respirar la libertad, a pulmón lleno y que definen con elocuencia, donde anidan los horizontes del robo, las malversaciones corrompidas de la conciencia y hasta del espíritu,
Señalar los vericuetos subterráneos donde las ratas se solazan, interponer la denuncia valerosa contra los agravios que se perpetran a la hacienda de nuestras raíces, a nuestras herencias nacionales y a nuestros múltiples patrimonios, hacer frente a los bárbaros que desintegran nuestros paisajes y venden al extranjero nuestras pertenencias, por magros platos de lentejas y encima nos insultan, con el batallón disciplinado de sus mediocres feli-pillos, aquellos que han tomado los medios por asalto, tener el coraje de hacer frente a esta purulencia poderosa que se arrastra y seguir caminando con la frente alta, solo tiene un nombre, Hildebrandt.
No comulgo enteramente con las ideas políticas de César Hildebrandt, pero tampoco comulgo con las inmensas ruedas de molino que quieren hacerlas pasar por mini hostias traslucidas, insinuando que su desaparición de la pantalla de la honestidad, de la única tribuna libertaria que salva el honor del Perú, obedece a oscuras razones de trabajo, o que no hay plata para pagarle.
Tan oscuras y pueriles son esas razones, que parecen verónicas guturales de algún Papa negro, que no se atreve a llamar al pan, pan y al vino, vino de misa.
Hace tiempo que a Hildebrandt quieren desconectarlo de la gente que lo oye y que lo lee. Desconectarlo para siempre, definitivamente, y el botón que lo decide se encuentra inequívocamente en Palacio de Gobierno, con botones alternos apostados en la Iglesia y en el cuartel; en los ministerios públicos dependientes de los privados, en fin, en todos esos lugares donde deambulan los cerebros disecados o esclerotizados por la corrupción y que atentan delincuencialmente contra quienes no se aliñan, ni se allanan, Punto.
El santo sacrificio parece consumarse en forma de descuartizamiento sañoso y silencioso, el consorcio de la destrucción civil ha sacado su armada de maquinarias punzo vivradoras, para taladrar la débil viga que sostiene el minúsculo edificio que alberga, a los poquísimos peruanos honrados que defienden el derecho de respirar la libertad, a pulmón lleno y que definen con elocuencia, donde anidan los horizontes del robo, las malversaciones corrompidas de la conciencia y hasta del espíritu,
Señalar los vericuetos subterráneos donde las ratas se solazan, interponer la denuncia valerosa contra los agravios que se perpetran a la hacienda de nuestras raíces, a nuestras herencias nacionales y a nuestros múltiples patrimonios, hacer frente a los bárbaros que desintegran nuestros paisajes y venden al extranjero nuestras pertenencias, por magros platos de lentejas y encima nos insultan, con el batallón disciplinado de sus mediocres feli-pillos, aquellos que han tomado los medios por asalto, tener el coraje de hacer frente a esta purulencia poderosa que se arrastra y seguir caminando con la frente alta, solo tiene un nombre, Hildebrandt.