(Vira Gasot)
He querido prepararles como lectura de fin de semana, algo que no tiene nada que ver con las pascuas cristianas, pero los que se reconocen en esa religión o no, encontrarán motivos para reflexionar sobre un tema grave, el racismo. Todo el mundo condena al racismo, pero el racismo sigue latente e insolente por todo el mundo. No son suficientes nuestras posiciones de filiación a los ideales democráticos ni a los principios que enaltecen la dignidad humana, hace falta actuar en acuerdo obsecuente con ellos, porque el racismo rampa peligrosamente por todo lado, y aunque por todo lado el racismo sea criminalizado formalmente, por todo lado abundan las manifestaciones racistas, incluso en el discurso de ciertos intelectuales consensúales cuando por ejemplo, emplean la palabra “cholo” con una discreta arrogancia, auto denunciándose enseguida, cuando se distancian desdeñosamente para refugiarse en las ironías de pie forzado o en las bromas incipientes y desplazadas.
Esta realidad, se asocia y se complementa también en la extensión del racismo, hasta niveles universales de banalidad y trivialidad, donde la certeza de su evidencia ignominiosa se esconde en la complejidad de las manifestaciones racistas que dominan la vida cotidiana y que pasan desapercibidas, lo que hace difícil definir los conceptos de rasa y racismo, cuyas amplitudes y el carácter de sus modalidades, se han redefinido constantemente en el transcurso del tiempo.
De una manera general podemos definir al racismo como una ideología de la raza, como un pensamiento que da origen a otros pensamientos, situando a la raza como centro explicativo del racismo, lo que nos induce a definir la raza y lo que constituye una aventura intelectual que se estrellará, irrevocablemente, con las innumerables interpretaciones taxonómicas que reclaman autenticidad, según las culturas y según el tiempo y también, según los científicos, biólogos o sociales. Las "razas" de la humanidad pueden encontrarse hasta en el Libro de las puertas, texto sagrado del Antiguo Egipto, que identifica cuatro categorías, como "egipcios", "asiáticos", "libios", y "nubios", pero a ello regresaremos en un capítulo posterior.
Según los especialistas en la etimología de las palabras, las divergencias son considerables. Nosotros tomaremos lo que nos parece más cercano a la comprensión de este tema, indagando en el THRESOR DE LA LANGUE FRANCOYSE (1606) de Jean Nicot, su definición de raza, según la cual, él autor adiciona la palabra “raza” al término en latín, radix que significa “extracción” y que también significa raíz. Raza se deriva, en italiano, de razza, que quiere decir, especie de gentes y en latín medieval, ratio, significa especies de animales o frutos.
En el siglo XIV, la palabra raza se emplea para designar la ascendencia o la descendencia familiar, observándose en esta época, una generalización de la palabra cuando se dice “raza humana” , evocando probablemente a Adán y Eva y al nombre “raza” que se da a sus descendientes, pero tendremos que esperar hasta el siglo XVIII para encontrar en la definición de raza, una dimensión naturalista que agranda el espectro de su significación, acordando la clasificación de las variedades de animales, tales como los perros o, sobre todo, los caballos y siendo su progresión inmediata, la calificación de las variedades visibles del hombre, en su relación con la geografía.
Las expresiones traducen la atmósfera de la época y en múltiples escritos literarios se puede encontrar el empleo de la palabra raza, que al expresarse sobre los animales, les acuerdan un sentido más bien afectuoso y positivo, sobre todo, cuando se habla de los perros de quienes se dice, por ejemplo, “ese perro es de raza”, mientras que para el hombre, se asumen consideraciones más negativas, como “raza mortal” , “raza de filisteos” o “raza despreciable”, de donde insurgirán más adelante, bloques explicativos del génesis y desarrollo del racismo.
A partir del siglo XVIII, el concepto de raza asumirá un carácter biológico, la aparición y desarrollo de la antropología física y las ciencias naturales tendrán mucho que ver con la nueva modalidad de encarar al hombre, desde el punto de vista de la aparente morfología facial, el color de la piel, la textura de los cabellos, el tamaño o la talla, en fin, la morfología general, al mismo tiempo que serán nombradas las características inaparentes, como la sangre o los genes.
A estas alturas, las definiciones sobre la raza difieren muy poco y todas expresan más o menos, su origen comunitario y las características del parecido físico entre sus miembros: “Se dice raza por extensión, a un conjunto de hombres originarios de un mismo país que se asemejan por las particularidades de sus rasgos faciales y por su conformación exterior…”
En el fondo, cuando se pronuncia la palabra raza, esta palabra adquiere automáticamente una connotación objetiva de valoración específica. Desde el comienzo, nos hace pensar en ciertos segmentos de división particular y hasta parece que estableciera meridianos de diferencia indiscutibles y hasta naturales, su carácter determinista también implica el concepto de lo bueno y lo malo al mismo tiempo, porque si bien existen “perros de raza” o “caballos de “raza” ,haciendo alusión a sus características genéticamente puras porque no tienen cruce en la reproducción, ni son alterados, esas son la razas por extensión, buenas y nobles y por lo tanto, en oposición frontal con las razas débiles o de mala calidad que también existen.
En el contexto humano, las escrituras religiosas hablan de la raza, estableciendo la diferencia factual entre los buenos y los malos, los fariseos, por ejemplo, son considerados como una raza maldita, una “raza de víboras” y actualmente, el calificativo de “razas malditas” toca los “maricones”, a los “indios y a los “cholos”, entre otros, de quienes una deplorable lingüista peruana predicó su extinción, con la creación de una “cholobomba”
Incluso, desde el punto de vista racista, según el cual acuerda pureza a la raza blanca, manoseada y alterada, digamos solamente desde la época de Alejandro El Grande en sus expediciones contra los territorios bárbaros de Persia y de Egipto, el fabuloso acoplamiento de “razas” entre oriente y occidente elimina todo sentido de pureza y reduce al absurdo la pretensión de ser incontaminado racialmente y, desde ese mismo punto de vista, quienes no han sufrido cruces ni alteraciones biológicas, como los pigmeos, por ejemplo, serían en toda lógica, uno de los pueblos de la humanidad más puros, como ciertas comunidades indígenas peruanas que sean han resistido a procrear fuera de su núcleo.
El racismo nace como ideología, sustentando su pilares en la afirmación equívoca que hay una relación lineal entre los contornos físicos de un grupo humano y su expresión psicológica. Este será el capítulo de nuestra próxima conversación en la capilla ardiente.