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lunes, 17 de septiembre de 2007

EL ARTE DE HACERSE EL LOCO

El doctorcito está enfermo y perturbado. ¿Lo está verdaderamente, o se hace?

En todo caso, tiene sólidas razones para desvariar, razones contantes y sonantes en peligro. Razones que hacen perder el equilibrio y la razón a cualquier mortal de su género que se encuentra en pindinga, en la recta final, en la víspera de adjudicarse una suculenta propina que en buen castellano, es un agasajo gratificante que se recibe por los servicios que se estiman satisfactorios.

Y no es un cuento chino, los servicios rendidos por el doctorcito son invalorables y merecen un pre canon minero que, en la jurisprudencia de la coima, significa una participación efectiva y adecuada que no revierte al Estado, sino que sirve para premiar a los que se batieron con locura por facilitar la explotación, o simplemente, “por allanar el camino” enfrentándose contra todo y contra todos, como lo hizo el doctorcito en sus múltiples, alucinadas e histéricas iniciativas pro mineras. Pruebas al canto:

Enfrentamiento marcial con el Arzobispado en el Perú.

Enfrentamiento virulento contra la Iglesia Católica.

Enfrentamiento nada diplomático con el Estado Vaticano.

Enfrentamiento indigno contra la libertad de expresión de los pueblos de Piura.

Enfrentamiento frontal con sus autoridades, enfrentamiento gratuito contra la orden de los Jesuitas; en breve, enfrentamientos interesados contra la razón y la cordura, solo por la juiciosa gloria del bolsillo.

No se trata pues, de una enajenación autogestionada, ni de una impostación populista que maquilla los “dérangements” intrínsicos de su personalidad, no; se trata simplemente, que el pan amenaza con quemarse en la puerta del horno y los pobres curas progresistas que ponen su radio al servicio de la utilidad ciudadana, como lo hace la Radio Cutivalú, son los primeros a recibir los alocados insultos presidenciales, saetas, rayos y truenos en forma de esa sabiduría pacata que viene de “sabido” y que nos hace creer que efectivamente, está loco o a medio camino.

La Iglesia debe dedicarse a las labores del Espíritu, afirma y no reprocharía a su alter ego, el Cardenal de las mentiras cardinales, esa prelatura que “ayuda a los cristianos a encontrar la santidad en el trabajo”, si desde su púlpito de remembranzas franquistas, puntualizara sus intimas convicciones sobre Majaz, como ya lo hizo el Opus Dei durante la guerra civil española, maldiciendo a los obreros de la mina.

Afortunadamente hay pocas pero hay. Gracias a esas emisoras de honestidad y corrección, el Perú se desmarca del cuchitril pestilente y blasfematorio de la comunicación radial, que define a la hora actual, una situación de mediocridad y de incompetencia profesional, subrayada por sus abyectos servicios de sumisión y colusión con el poder.

Nadie en su sano juicio podría negar la enorme importancia económica que tiene para el Perú, el desarrollo de la minería, incluida Majaz. Pero ese desarrollo a través de la implantación de un circuito de explotación extranjera, debe conciliar, necesariamente, criterios de soberanía nacional en las condiciones de adjudicación, garantías precautorias de los costos sociales y ambientales a corto, mediano y largo plazo, asi como la justa compensación que implica el sacrificio de aceptar la modificación del medio ambiente, por los terribles efectos negativos inmediatos a venir.

La búsqueda obnubilada de inversión por la inversión, sin preocuparse de resguardar los intereses de las comunidades concernidas, asegura un porvenir que se ejemplariza claramente en la tragedia ecológica de La Oroya.

Se acabó el tiempo aquel, a donde solo eran necesarias unas cuantas dádivas al Gobierno, a los gobernadores y alcaldes de las zonas mineras para obtener la luz verde de la explotación. Hoy, hay que contar con la opinión de todo el pueblo, por que les concierne a ellos decidir si hipotecan sus vidas, en el largo plazo que asegura confusos beneficios de progreso social y material, en medio de oxidados y magros cánones, de tentadoras promesas pero insuficientes para sacrificar la vida de varias generaciones.