Después de Enrico Caruso, la más universal de las voces, aquella que solía encender profundos estremecimientos, se acaba de extinguir de una enfermedad traicionera. Los detalles arduos y pesados del dónde y cómo, se podrán leer en todo lado, ellos se ilustran con toda clase de pormenores en todos los periódicos del mundo y desde luego, no se escatiman los adjetivos justos de un reconocimiento mundial y emocionado por el tenor de tenores.
Pavarotti ha muerto. Su voz silenciada por el cáncer, perforó en numerosas ocasiones las convenciones de estética musical y dejaremos a los expertos los cuidados de ahondar sus observaciones ortodoxas. A nosotros nos subyugó el timbre de su voz y la radiante generosidad que lo llevó a confundir la Opera con géneros menores, a la mezcla de estilos en los que participaron estadios entusiasmados y delirantes y se produjo el milagro de atraer a un público de numerosos y nuevos iniciados, al placer del gran repertorio de la música clásica.
De sus interpretaciones verdinas, también nos quedará el talento de la voz que nos hace temblar y tiritar, antes que la opinión de los puristas, que lo acusaron de no profundizar la psicología de sus personajes. Nos quedará también, su risa franca y festiva pero más aun, su combate feroz y desigual contra la muerte. Adiós, divino Pavarotti.