El Primer Ministro del Japón acaba de tirar la esponja.
A menos de un año completo en el ejercicio del poder, el más joven de todos los primeros ministros de ese país, después de la guerra, se va sin pena ni gloria, a los 52 años de edad.
Había esperado impacientemente que su popularidad descendiera a menos de 30% para tomar esta sabia desición.
Cansado además, de no poder hacer frente a una serie de escándalos en “serie”, a bataholas y errores políticos mayúsculos que poco a poco, destiñeron la imagen primigenia de un tecnócrata de primera calidad, con su formación de élite en los mejores y más exclusivos centros de educación de su país, y, por añadidura, miembro de una dinastía de privilegiados y connotados políticos conservadores, “c’est fini”… todo esto ha terminado hoy, tristemente, desperdigado por los suelos.
Abe, de convicciones profundamente conservadoras y nacionalistas, fue elegido en septiembre del 2006, como Primer Ministro, en reemplazo de Junichiro Koizumi y, desde sus primeras desiciones, embarcó a su gobierno en múltiples desatinos cuyo paroxismo llegó a su máximo nivel, cuando se instaló, en la administración de la seguridad social, una endemoniada confusión de expedientes relativos al retiro de los trabajadores, con el cálculo de sus pensiones que no correspondían a los años de servicio prestados y otras informaciones insulares y ajenas.
En un país tan religiosamente sensible a este tema, la confianza del pueblo japonés casi desapareció por completo, y si a esto se adicionan los graves problemas de corrupción que ocasionaron, entre otros, el suicidio del Ministro de Agricultura y otros tantos yerros y desaciertos políticos, ello justifica el resultado desastroso que asi se expresó en las últimas elecciones de fines de julio, una consultación popular funesta que significó para el, personalmente, un duro revés, inaceptable e insostenible.
Abe, ha empleado sin embargo a la hora undécima, un lenguaje de claridades que aunque dolorosas, no dejan de ser honestas; desde el podio más alto de sus funciones ha admitido que la falta de confianza del pueblo japonés, lo inhabilita para continuar gobernando, aferrándose inútilmente a un poder que se le escapa de las manos, tal como lo había declarado al segundo dia de las elecciones: “Nada impedirá que yo continúe con las reformas emprendidas”, dijo, refiriéndose a la revisión de las relaciones conflictivas con China y Corea, a la substitución de la constitución pacífica heredada de los americanos, en 1947 y al nuevo rol del Japón en la escena internacional y militar.
Pero, las razones de fondo que han provocado este desenlace sorpresivo, pero nada sorprendente, se encuentran sin duda, en la desaprobación popular de la presencia naval japonesa en Afganistán, flota de auto-defensa desplegada en el Océano Indico desde el 2001, que en la Dieta, el Centro Izquierda de ese país, se ha encargado de cuestionar, garantizando el boicot de cualquier intención de aprobación de la ley de extensión logística, que ya ha sido prorrogada en once ocasiones anteriores y que expira el 1 de noviembre.
Abe, ya lo había anunciado en Sydney, luego de la Conferencia de la APEC, que el abandonaría sus funciones de Primer Ministro si no obtenía la prolongación del mandato de la misión naval de su país, en el apoyo de las operaciones de la coalición dominadas por los Estados Unidos. La renovación de su gabinete ministerial, el pasado 27 de agosto, no habría servido para nada y las miradas se concentran ahora en Taro Aso, viejo experto en relaciones internacionales, conservador y acerado nacionalista como Abe. Sin duda, es el candidato mejor posicionado para la sucesión, a quien tampoco se la deja mucho campo de maniobra, porque el gran cuestionado sigue siendo su partido, el Partido Liberal Demócrata.