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jueves, 21 de junio de 2007

LOS DIEZ MANDAMIENTOS DE LA RUTA

(Vira Gasot)




Uno de mis amigos sacerdotes que en lo público, es uno de los más serios en la aplicación de su ministerio, es poseso también, de la incorregible manía de andar fabricando cándidas historias que hacen reír, en lo privado y a veces…

Hace poco me contó que, cuando el Cardenal Ratzinger se transformó en Papa de los cristianos y accedió a las agradables prerrogativas de su alta misión pastoral, asi como, a las que se derivan de su investidura de Jefe de Gobierno, se sintió tentado una vez, de realizar algunos de sus fantasmas, los más extravagantes, como aquel de encontrarse solo en una gran “vía” romana y conducir personalmente su potente y sofisticado Mercedes, a velocidades prohibidas por la ley.

Y este pontifico deseo se realizó, hace apenas algunas semanas, cuando instó firmemente y sin ninguna cortesía a su chofer, conminándolo a que le cediera la plaza de conductor del vehiculo. La argumentación, de una tenue resistencia evocada por su tembloroso servidor, fue vencida por la monumental autoridad del Prelado que inmediatamente se posicionó en el comando del vehículo y apretó el acelerador, con el deleite irresponsable de un adolescente terco y temerario, que se consagra irresistiblemente a dar forma a sus caprichos.

Nada lo detuvo, ni siquiera los signos desesperados de una mujer con las llantas de su carro desinfladas, el bólido aumentaba cada vez más la velocidad y se hundía en el horizonte.

Cuando el potentísimo motor del vehículo asumió su máximo rendimiento, y las ventanas del automóvil comenzaron a temblar en lo que parecía ser la inminencia de un decolaje forzoso, las sirenas protestatarias de los “carabinieri” motorizados hicieron su súbita aparición, y la policía, experta en la represión de tales excesos, inmovilizó a seco el vehículo papal, descubriendo anonadada en su interior, nada menos que al Papa, Benedicto XVI.

No sabiendo que desición tomar, el asombrado policía se dirigió a su comando para notificar lo ocurrido y solicitar instrucciones, produciéndose este increíble diálogo:

Policía: Adivinen a quién he pillado en la ruta…!es un personaje importantísimo!

Comando: ¿El cavalieri Berlusconi?

Policía: Más alto

Comando: ¿El Primer Ministro?

Policía: Más alto.

Comando: ¿El Papa?

Policía: Más alto.

Comando: Porca misèria, dimi pronto, pronto…

Policía: Creo que es Dios… Porque el Papa hace de chofer…

Cierta o no, esta historia da pie a la reciente presentación del Decálogo de la Ruta, que El Vaticano pone a disposición de los cristianos, a partir de hoy, y que deberán observar todos escrupulosamente, sino quieren recibir un papeletazo con puniciones divinas.

Escandalizada por la muerte de 35 millones de almas que en el siglo pasado sucumbieron en accidentes de la ruta y porque el automóvil moderno se ha convertido en una “ocasión para pecar”, la Santa Sede considera que los vehículos se han transformado en objetos de ostentación que sólo suscitan envidia y es necesario redefinir la palabra “conducir” que quiere decir “controlar”, aconsejando desde el rezo para exorcizar las tentaciones y los fantasmas, hasta la drástica prohibición de los celulares (Los celulares sin cables que hoy existen en el mercado, todavía no son, aparentemente reconocidos por la Iglesia).

He aquí los Diez Mandamientos:

1 No matarás.

2 La carretera es un instrumento de comunión entre las personas y no de daño moral.

3 Que cortesía, corrección y prudencia te ayuden a superar los imprevistos.

4 Sé caritativo y ayuda al prójimo en la necesidad, especialmente si es víctima de un accidente.

5 Que el automóvil no sea para ti expresión de poder y dominio y ocasión de pecado.

6 Convence con caridad a los jóvenes y a los que ya no lo son, a que no se pongan en el volante cuando no están en condiciones de hacerlo.

7 Brinda apoyo a las familias de las víctimas de los accidentes.

8 Reúne a la víctima con un automovilista agresor en un momento oportuno para que puedan vivir la experiencia liberadora del perdón.

9 En la carretera tutela al más débil.

10 Siéntete tu mismo responsable de los demás.


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